Campo Cerrado. Max Aub

Campo Cerrado - Max Aub


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ciudad anclada y siempre dispuesta al viaje, piojosa y desnuda; libre con oscuras rémoras; trabada la lengua y agilísima de deseos.

      Rafael Serrador va a unas clases nocturnas organizadas por la Diputación; es un buen alumno. No le divierte demasiado la gente, catalanista toda ella, de izquierda en la casi totalidad, muy aficionada a «aplecs»161 y sardanas, que a él le tienen sin cuidado.

      Cayó Primo de Rivera,162 sustituyóle Berenguer con huelgas, manifestaciones y constitucionalistas.163 Todo eso lo recuerda Rafael como un sueño. Tiene 18, 19, 20 años; todos estos acontecimientos –¿importantes?, ¿sin valor?– le rozan, los oye, no le dejan huella. Vive, nota que alcanza a más, que en el día de hoy haría, ante las mismas cosas, algo distinto de lo que hizo ayer.

      Sale, pasea, merienda, toma café, se acuesta con una chavalilla que gana lo suyo bailando en un «taxi-girls»,164 el «Izquierda». Él gana trescientas pesetas al mes, dentro de diez años ganará seiscientas. Esos años son para él una noche.

      El 26 de enero de 1930, vuelve de la Plaza de España en el «metro»; saluda a un compañero empleado en casa de un competidor de su patrono; le alarga el tal un periódico, diario de los comunistas. Dáselo a leer.

      –Quédate con él. Se meten con el lila de tu jefe. A la noche me lo traes al «Tostadero».

      Rafael se las promete felices con Mariano; échase la hoja al bolsillo del gabán, que cuelga, al llegari al almacén, de la percha común. A la hora llámalo don Enrique, periódico en mano.

      –¿Tú lees este papelucho?

      –No, señor.

      –Entonces ¿cómo lo llevabas encima?

      –Me lo han dado.

      –Mentira.

      –¡Si no hubiese ido usted a mirar donde no le importaba!...

      –Ya sabes dónde está la puerta.

      Cógela y se va. No intenta justificarse. «Es la segunda vez que digo la verdad cuando me la piden con cara seria, y la segunda que me arrean candela. A la tercera, la vencida, pero el vencido para la próxima no será este hijo de su madre. Se trata de abrir el ojo y cerrar el pico. ¡Marica! Todos estos que gastan cuello y corbata están hechos para que los ahorquen con ellos. ¡No sé cómo no lo comprenden los que debieran comprenderlo! ¡Qué asco! Tanto ir y venir ¿para qué?». Estaba plantado en medio de la Rambla de las Flores. La gente bajaba por su derecha, subía por su izquierda. Le parecían ludiones o tentetiesos. «¡Tío mamón. Si le digo que leo el periódico, se asusta y me sube el sueldo!».

      Convirtió el miércoles en domingo. Buscó a la niña y se la llevó a merendar al «Patria». Se llama Carmen y tiene la misma edad que él. Llámanla Miss Pantorrillas; se ha aficionado a Rafael por su falta de adornos, lo estrecho de caderas y cierta seguridad; porque nunca pide sino que toma sin palabras lo que sabe que puede alcanzar, sin ir más allá, dejando siempre un canto menudo al deseo. Él la ha ido descubriendo con gozo. Nunca supuso, por sus anteriores experiencias, que un pecho fuese firme, que la epidermis llegara a tanto camino de la nada, que la carne fuese fuerte y resistente, líquido sin salida, que las palmas de la mano desvarasen con tal suavidad por lo blandísimamente duro de un dorso.

      Un condiscípulo de las escuelas nocturnas le proporcionó muy pronto trabajo, en un taller de niquelado. El taller estaba en Hostafranchs;165 Rafael, para acortar distancias, cambió de casa y se fue a vivir cerca de la Plaza de España. Cuando la niña se enteró de su cambio de ocupación mostróse muy reservada. Para ella contaba un dependiente, no un obrero, según lo que va de un traje a otro:166 acabáronse las relaciones sin sentimiento.

      En el mismo piso donde él vivía tenía subarrendada una habitación un compañero de taller, Celestino Escobar, cartagenero, de familia minera, venida a Barcelona hacía siete u ocho años, cuando cerraron las minas de La Unión. Era delegado de la CNT167 en la fábrica.

      El piso pertenecía a un matrimonio, obrero portuario él, antigua corsetera ella, Matilde de nombre, zangarilleja de siempre, holgazana y cantarina, bastante bien parecida, cirigalla, emperejilada y boquirrota. Vivía con ellos su madre, que la defendía en todo. No se comía mal; guisandera, daba con el punto del arroz; pero lo limpio era otro cantar.

      Hubo elecciones y se proclamó la República.

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