Isis modernista. José Ricardo Chaves

Isis modernista - José Ricardo Chaves


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importante de habla hispana, Mario Roso de Luna, se separe de esa neoteosofía hegemónica en su país y en el área y busque fortalecer, no a la institución (cooptada por Besant y su proyecto K), sino a la figura de la fundadora, Blavatsky, así como su obra, por lo que la traduce y escribe su biografía. Podría pensarse en Roso de Luna como un peculiar representante hispánico del movimiento “Back to Blavatsky” [Vuelta a Blavatsky], que acontecía en el ámbito teosófico anglófono, llevado a cabo por figuras como Alice Leighton Cleather, Basil Crump o B. P. Wadia, quienes querían deslindar el movimiento teosófico de raigambre blavatskiana del fenómeno mesiánico propiciado por Besant y Leadbeater en el nuevo siglo.

      Los textos seleccionados de esta cuarta parte dedicada al impacto del primer Krishnamurti, todavía funcionando dentro del universo teosófico, se muestran cronológicamente, antes y después de la renuncia de K (como algunos lo denominaban, solo por su inicial) a su puesto cósmico, en 1929, para convertirse en un librepensador espiritual más bien iconoclasta. Los dos primeros textos son de Tablada, uno en son de comentario (cuando todavía no conocía a Krishnamurti en persona), donde lo compara mundanamente con el actor Valentino, y el otro más testimonial, tras haber asistido a una de sus pláticas en Nueva York, con un año de diferencia entre uno y otro, y ambos de antes de su claudicación mesiánica. Ahí Tablada lo describe “tan moreno como nuestros indios”, con “cabello de negrura corvina”. Se trata de un maestro espiritual en su cúspide, y también de una celebridad de la prensa, tanto como para ser comparado con el famoso astro de cine, también de fisonomía exótica, recientemente fallecido en el momento de la comparación.

      A diferencia de la cercanía devocional de Tablada a K, presento luego un texto de 1926 del guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974), futuro premio Nobel, donde se nota su desconocimiento del personaje y la caricaturización del medio que lo rodeaba (un poco como lo que hizo Arlt), para efecto de escribir un texto periodísticamente atractivo por su humor, aunque fácticamente falso; así como dos crónicas del peruano César Vallejo (1892-1938), la primera todavía sin conocer mucho al personaje, y la segunda, cuando ya escucha directamente a Krishnamurti en París y se produce un cambio de juicio, hacia una mayor reflexión. Mantiene su distancia, aunque ahora respeta al personaje. Es interesante este cambio de tono en la apreciación de Vallejo por Krishnamurti, un poco lo que le había pasado a Tablada, cuando se compara lo escrito antes y después de que conociera personalmente a K.

      Se acaba esta última parte del libro con un texto de El Salvador y cuatro de Costa Rica, quizá uno de los países hispanoamericanos donde la teosofía y Krishnamurti alcanzaron una de las más altas cuotas de poder social y político, por su incrustación en un segmento heterodoxo de la élite gobernante que tuvo su momento más alto durante el gobierno de Federico Tinoco (1917-1919), obtenido por un golpe de Estado al presidente reformista Alfredo González Flores. En ambos gobiernos, el reformista y el golpista, participaron importantes figuras teosóficas, como Roberto Brenes Mesén, Rogelio Fernández Güell y Walter Field, quien fue el primer presidente de la junta directiva del polémico primer banco estatal fundado por González Flores. Por entonces apareció la imagen de Field en uno de los nuevos billetes acuñados, con su broche de la Estrella de Oriente en la solapa, lo que generó puyas y quejas en la prensa por el lado católico, muy beligerante contra teósofos, espiritistas y masones. También en el gobierno de Tinoco hubo participación teosófica al inicio de su gestión, pero después se dio un distanciamiento, dado el creciente tinte dictatorial del nuevo régimen.

      Para captar ese medio, se seleccionó un testimonio de primera mano, un fragmento del libro de memorias de Sidney Field Povedano (1906-1988), hijo y nieto de teósofos de Costa Rica. Esto es, se trata de un niño surgido de la mera entraña teosófica del país, en donde se entrecruzan lo español, lo cubano, lo estadounidense y lo costarricense. Me interesa recuperar esa vivencia de Sidney Field, el ambiente teosófico de una época en que dominaba la figura de aquel primer Krishnamurti que todavía se movía en la órbita teosófica, pintado en un óleo por su abuelo artista; no el pensador independiente posterior.

      El siguiente texto sobre K es de José Basileo Acuña, de quien ya conocemos un ensayo sobre teosofía en la segunda parte de este libro, y de quien señalamos su alta y gran nombradía obtenida en la organización teosófica nacional e internacional, de la que formó parte como conferencista y funcionario. Su texto busca dar, no información, sino más bien una suerte de testimonio personal de lo que significó la lectura de Krishnamurti para él. Todavía no lo conocía directamente, como tendrá oportunidad de hacerlo años después en la India, con consecuencias importantes en su vida: el alejamiento institucional de Acuña del medio teosófico, comasónico y católico-liberal, así como la acogida de la propuesta del Krishnamurti maduro e independiente en su propia casa en San José, donde funcionó un grupo afín de estudio y meditación por muchos años.

      Después de estos dos textos “internos” sobre el tema K, de gente convencida de la validez de su propuesta, se presentan las contribuciones del escritor salvadoreño Alberto Masferrer (1868-1932) publicadas en El Repertorio Americano, célebre publicación costarricense de proyección hispanoamericana, dirigida por Joaquín García Monge, y en las que Masferrer evalúa elogiosamente –aunque con cierta distancia– la figura de Krishnamurti, una vez que éste renunciara a su papel mesiánico como supremo dirigente de la Orden de la Estrella de Oriente. Se cierra el libro con un texto del escritor Mario Sancho (1889-1948), quien en su libro de 1933, Viajes y lecturas, cuenta de su asistencia a una conferencia de Krishnamurti, en Estados Unidos, de la que no sale muy convencido.

      En esta sección sobre Krishnamurti me hubiera gustado incluir también los textos de dos escritoras, una española, Ángeles Vicente, y la otra chilena, Gabriela Mistral. La primera publicó el artículo “Los que esperan a Cristo” en Excelsior, de Madrid, el 20 de septiembre de 1912, en plena etapa de crecimiento de la figura de Krishnamurti, mientras que la segunda escribió “Algo más sobre el caso Krishnamurti”, en La Nación de Buenos Aires, el 31 de agosto de 1930, ya producida su dimisión del proyecto mesiánico. En especial el artículo de Mistral resulta valioso, por sus ideas, reflexiones y por su cuidado estilo literario. Lamentablemente tuve conocimiento de ellos cuando este libro estaba prácticamente listo, por lo que, por razones de tiempo y extensión, ya no podía incluirlos, aunque me hubiera gustado hacerlo, no solo por su valor intrínseco sino además por tratarse de textos escritos por mujeres, que brillan por su ausencia en esta antología que huele tanto a testosterona, no por discriminación de sexo sino por escasez literaria sobre el tema, en este género particular del ensayo o el artículo, no en otros como relatos (la espiritista española Amalia Domingo Soler o la teósofa costarricense María Fernández de Tinoco) o literatura de viaje (la teósofa guatemalteca María Cruz), géneros que no se abordan en este libro. No obstante, el texto de Ángeles Vicente puede leerse en la tesis doctoral Viaje al mundo de las almas: la narrativa breve de Ángeles Vicente, escrita por Sara Toro Ballesteros, accesible en Internet, mientras que el texto de Mistral ha sido recogido en la antología Prosa religiosa de Gabriela Mistral, elaborada por Luis Vargas Saavedra y publicada por la editorial Andrés Bello en 1978.

      Con lo dicho hasta ahora, creo que el subtítulo del libro queda claro, no así la primera parte, sobre todo en su referencia a la diosa Isis. Desde el Renacimiento, con la recuperación del Corpus Hermeticum y su traducción al latín por parte de Marsilio Ficino, la filosofía religiosa del hermetismo se expandió por Europa como una señal de renovación ideológica y pasó a ser parte muy importante del corpus esotérico occidental que comenzó a fraguarse desde entonces.


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