La música de la República. Eva Brann T.H.

La música de la República - Eva Brann T.H.


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filósofo debe decirse a sí mismo; en una palabra, de aquello en lo que debe confiar. Sócrates nos recuerda que la filosofía induce a esa confianza en la bondad y orden del Todo como una forma de música.

      XIV EL FINAL DE SÓCRATES (115 a-118)

      Sócrates dice que debe «ir al baño» y ahorrar a las mujeres el esfuerzo de lavar un cadáver, un gesto que combina el cuidado de su propia pureza con el cuidado por las sensibilidades de los demás. En este punto del drama, Platón centra nuestra atención en el demasiado humano Critón. Critón quiere aferrarse al hombre Sócrates y a cada precioso minuto y preocupación mortal que queda. Suave, pero firmemente, Sócrates intenta que Critón entienda la extrema importancia de lo que Sócrates siempre les ha dicho: deben cuidar de su alma «siguiendo los pasos» de lo que les ha mostrado su conversación. Critón, no obstante, vuelve enseguida a su preocupación por el cuerpo de Sócrates: «Pero ¿de qué modo te enterraremos?» Es entonces cuando Sócrates pide a los demás «que se comprometan» ante Critón a que Sócrates no se quedará atrás en su muerte, sino que «partirá».

      Llegamos ahora a la narración final, en la que Fedón nos cuenta cómo murió Sócrates. ¿Cómo afecta la descripción platónica de los últimos momentos de Sócrates a todo lo que se ha dicho hasta este momento? ¿Qué presenciamos exactamente y qué podemos concluir, mientras vemos cómo la Muerte se aproxima realmente?

      Parece que las explicaciones y los argumentos que Sócrates ha estado dando y obteniendo de sus amigos durante todo el día son más persuasivos como ejemplos y promulgaciones del modo de vida en el que Sócrates cree que como pruebas de la supervivencia del alma después de la muerte corporal. Por tanto, el comportamiento de Sócrates en la hora de su muerte podría importar más que si la encarara completamente convencido de sus pruebas de que hay una vida más allá. Si realmente se mostrara despreocupado incluso en sus últimos momentos en la tierra, podríamos suponer que es un hombre que encuentra la eternidad en esta vida día a día, que no necesita esperar a morir de manera física para morir la muerte del filósofo y pasar de los placeres del cuerpo a las delicias del pensamiento. Podría ser un hombre que no necesitara una liberación especial para vivir en la región del Ser; eso es lo que su amigo Critón, afectuosamente humano, no entiende del todo.

      Pero ¿significa eso que Sócrates engaña a Simmias y Cebes –incluso a sí mismo– cuando los conjura a que destierren su miedo a la muerte y se pone en el papel de Teseo, que los salva del monstruo con cabeza de toro, el Minotauro? No necesariamente. Sócrates reconoce que sus jóvenes amigos están asustados y que tiene cosas que decirles que él no necesita oír. Está dispuesto a representar un drama de miedo superado por su bien. Si es un engaño, también lo son el candor y la amabilidad de Sócrates que los guía a través del laberinto siguiendo el rastro de su conversación para encarar... ¿qué?

      Tras bañarse, Sócrates ve a sus tres hijos y da instrucciones a las mujeres de su casa. Llega el sirviente de los Once y se despide con cariño de Sócrates, llamándolo «el más noble, gentil y mejor de cuantos han llegado aquí». Sócrates lo alaba por sus nobles lágrimas y pide la poción. Critón, con conmovedora desesperación, apremia a Sócrates a que no se apresure; al fin y al cabo, aún queda algo de sol sobre las montañas, ¡tiempo incluso para disfrutar de los placeres del sexo antes de morir! Entonces Sócrates cuenta a Critón que, si obrara como los demás, solo sería un hazmerreír a sus propios ojos. Apremia a Critón: «¡Obedece y no obres de otro modo!».

      Cuando llega el portador de la poción, Sócrates lo trata con todo el respeto debido a alguien que tiene conocimiento. Pide consejo sobre cómo cooperar con los poderes naturales de la droga. En ese momento, Sócrates toma con gracia la copa. A lo largo del diálogo se ha enfatizado la mirada de Sócrates. Mira a cada orador, intensa y atentamente. Ahora, cerca del fin, cuando el hombre trae la poción que es al mismo tiempo veneno y cura, Sócrates lo mira de reojo «con esa mirada de toro que era tan habitual en él». Una descripción extraña; casi parece como si, con el golpe de la muerte, Sócrates, el matador del Minotauro, se hubiera transformado en Minotauro, cuya muerte han tenido que ver los jóvenes para convertirse en matadores de monstruos. Sócrates les muestra el drama de la muerte de la Muerte para que vean lo inofensivo que es el monstruo cuando se le aborda de una manera segura y certera.

      Ya sabemos que el portador de la poción ha juzgado que Sócrates no está excitado. Desde un principio, le había advertido que no entablara tanta conversación como para acalorarse porque entonces se necesitaría una doble dosis del veneno para matarlo. Ahora, cuando Sócrates ofrece, de un modo enigmático, usar una parte de la poción para derramar una libación para «alguien», está claro que el hombre ha estimado que Sócrates está calmado y ha traído solo la cantidad precisa. Así que Sócrates dice que al menos debe rezar a los dioses por una auspiciosa «emigración de aquí a Allí». Tras eso, bebe.

      Todo autocontrol se viene abajo en ese momento ya que otro Minotauro parece devorar a los amigos reunidos: la Pena. La compañía al completo, incluyendo a Fedón, se une en el treno de Apolodoro, que, a lo largo de la conversación, ha estado llorando más que siguiendo el argumento. La música del discurso, parece, se ha perdido absolutamente para él. Sócrates les reprocha su impía antimúsica y los incita a un silencio propicio. Su vergüenza frena sus lágrimas. Debemos advertir que esas lágrimas no son las nobles lágrimas del sirviente de los Once, a quien Sócrates había alabado. ¿Cuál, nos preguntamos, es la diferencia entre ellas? ¿Por qué son unas innobles y otras nobles? Tal vez tenga algo que ver con la forma y el alcance de la pena. Tal vez una cosa sea apenarse, pero aceptar la muerte de Sócrates, y otra apenarse pero no aceptarla. Esa distinción encaja con las palabras del sirviente en su despedida a Sócrates: «Adiós e intenta soportar esas necesidades tan cómodamente como sea posible». Puede que el sirviente sea noble porque, aunque llora, no lo hace de manera descontrolada; ¡tiene voluntad para despedirse!

      Y ahora la aproximación de la Muerte. Obedeciendo al que porta la poción, Sócrates da vueltas hasta que le pesan las piernas y entonces se tiende y se tapa. Lentamente le sobreviene la Muerte en forma de Frío y Rigidez. Empieza desde abajo y va subiendo: primero los pies, luego las piernas, luego los muslos. El portador de la poción demuestra con calma el proceso natural a través del que obra la Muerte. Cuenta a los compañeros que, cuando el efecto de la poción alcance el corazón, Sócrates morirá. Mientras lo dice, a Sócrates se le enfría la parte inferior del abdomen.

      Entonces Sócrates se destapa para solicitar la última petición que Critón está ansioso por atender. «Critón –dice–, debemos un gallo a Asclepio. Así que paga la deuda y no seas descuidado.» Algunos lectores piensan que, siendo Asclepio el dios de la medicina, Sócrates está ordenando una ofrenda de agradecimiento (tal vez la que no se le ha permitido verter a él mismo) por liberarle de la enfermedad de la vida. Esa explicación concuerda desde luego con el hecho de que también se sacrificaban gallos al dios egipcio Anubis, identificado con el dios griego Hermes, que guía a las almas al inframundo y por el que Sócrates jura con cariño. Pero ¿por qué debemos «nosotros» la ofrenda de agradecimiento?

      Cómo interpretemos las últimas palabras de Sócrates, tan evocadoras del tema de la salvación de Teseo, depende de cómo respondamos a las preguntas: ¿de qué ha estado Sócrates intentando salvar a sus amigos? ¿Quién pensamos que es el verdadero Minotauro del Fedón? El miedo a la muerte es un primer candidato y, sin duda, en sus últimas palabras Sócrates expresa su gratitud a los poderes superiores por haber logrado, al menos en esta ocasión, evitar que a sus amigos los consumiera ese miedo. Pero, como hemos visto, en el centro del laberinto de Platón no acecha el miedo a la muerte, sino el odio al argumento. Tal vez sea esa la razón más profunda de la ofrenda de agradecimiento de Sócrates: el día en el que muere, rodeado de amigos intensamente ansiosos, se las ingenia para evitar el miedo a la muerte. Pero no lo hace, como hemos visto, aduciendo irrefutables «pruebas de la inmortalidad del alma», sino redirigiendo la preocupación de sus amigos hacia la renovada vida de la investigación y el discurso filosóficos. Así, Sócrates muere legando una tarea, no solo a Simmias, sino a todo aquel que conozca el relato de Fedón, cuando dice: «Lo que dices es bueno, pero también nuestra primera hipótesis debe examinarse para una mayor seguridad».

      Tal vez haya una segunda y más severa


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