Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala
“Mientras él [Jesús] aún hablaba, vinieron de casa del alto dignatario de la sinagoga, diciendo: ‘Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?’ ” (Marcos 5:35).
“Mientras haya vida, hay esperanza”, escribió Cicerón, el renombrado orador romano. Pero, de acuerdo con nuestro texto para hoy, la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, ya había muerto. ¿Para qué seguir importunando al Maestro? Temprano, ese mismo día, Jairo había salido en busca de Jesús y, al encontrarlo, de rodillas le había rogado que sanara a su niña, su hija única, de apenas doce años (Luc. 8:42). El solo hecho de pedir ayuda al Señor revela lo desesperado que Jairo estaba, porque para ese entonces ya los fariseos habían comenzado “a tramar con los herodianos cómo matar a Jesús” (Mar. 3:6, NVI). Se habían confabulado porque en sábado Jesús había sanado en la sinagoga a un hombre que tenía una mano paralizada (Mar. 3:1-6). ¡Y Jairo era, precisamente, un alto dignatario de una sinagoga!
Arriesgando su elevada posición en la comunidad, Jairo acudió a Jesús. Pero justo cuando Jesús se dirigía a casa de Jairo, lo detuvo el toque de una mujer que padecía de una hemorragia crónica (Mar. 5:25-34). No sabemos cuánto tiempo demoró el Señor atendiendo a la mujer enferma, pero en algún momento de esos preciosos minutos, la niña murió. ¿Y ahora qué podía hacer Jairo? Él había acudido a Jesús para que sanara a su niña enferma, no para que la resucitara.
–Tu hija ha muerto –dijeron los mensajeros.
Todavía repercuten en su mente esas palabras, cuando escucha la voz de Jesús:
–No temas, cree solamente –le dice el Señor.
Según se desprende del tiempo verbal en griego, lo que el Señor le dice es: “Sigue creyendo”. Ya Jairo había mostrado fe al acudir a Jesús, pero ahora debía seguir creyendo. Dice el relato que cuando llegaron a la casa de Jairo, Jesús “entró a donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: ‘Talita cum (que significa: Niña, a ti te digo, ¡levántate!)’ ”. Entonces “la niña se levantó en seguida [...] y todos se llenaron de asombro” (vers. 40-42, NVI).
¿Alguna lección para nosotros? ¡Por cierto que sí! Cuando a nuestro alrededor el mundo parezca desplomarse, todo lo que hemos de hacer es aferrarnos a las promesas de Dios.
Eso significa ¡seguir creyendo, a pesar de todas las evidencias en contra!
Querido Jesús, cuando todo a mi alrededor esté colapsando, y parezca que mis oraciones no tienen respuesta, ayúdame a seguir creyendo en tus preciosas promesas.
18 de enero
¿Contento en toda situación?
“He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11, RVR 60).
Cuando el apóstol Pablo insistió, en su carta a los filipenses que estuvieran siempre alegres, se encontraba encarcelado en una prisión romana. No porque hubiera cometido algún crimen, sino por haber predicado el nombre de Jesucristo (ver Fil. 1:12-14). ¿Cómo puede alguien que está injustamente recluido en prisión hablar de regocijarse y, más extraño aún, decir a otros que también se regocijen?
El hecho no es solamente que Pablo está en prisión, sino que está en peligro de ser condenado a muerte en cualquier momento. ¿Y él habla de alegrarse? Lo más interesante es que en la Epístola a los Filipenses el apóstol menciona palabras tales como “gozo” y “regocijarse” unas 16 veces. ¿De dónde saca el apóstol ese buen ánimo en circunstancias tan desfavorables?
He aquí su respuesta: “He aprendido a contentarme”, escribe Pablo, “cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).
Lo que Pablo está diciendo aquí es que, independientemente de cuál fuera su situación, “no era él quien tenía que hacer frente a las circunstancias, sino Cristo, que vivía en él” (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 183). Por eso habla de gozo, no de felicidad. Recordemos que la felicidad depende de circunstancias externas –dinero, fama, placeres–, que pueden desaparecer en un instante, mientras que el gozo que el apóstol experimentaba era producto del amor de Dios, que nadie le podía quitar.
¿Cómo logró el apóstol alcanzar este ideal? Dos palabras clave del texto anterior (Fil. 4:10-13) vienen en nuestro auxilio. Una es “aprender”. En medio de sus duras pruebas, Pablo aprendió a desarrollar la convicción de que bajo ninguna circunstancia Cristo lo dejaría solo. La otra palabra clave es “contentarse”. En el griego de entonces significaba “suficiencia propia”, pero Pablo aquí le da el sentido de “suficiencia en Cristo”. ¡Una gran diferencia!
Sea que al momento de leer estas líneas estés enfrentando duras pruebas, o que tu vida esté libre de luchas, recuerda que todo eso puede cambiar en un segundo. No así con el amor de Cristo. Eso nada ni nadie te lo puede quitar. Por lo tanto, cualquiera que sea tu situación, “regocíjate en el Señor”. ¡Todo lo puedes en Cristo que te da las fuerzas!
Padre celestial, cualquiera que sea mi situación hoy, quiero regocijarme en Jesús, mi Señor. Que en medio de mis pruebas yo pueda creer que todo lo puedo en Cristo, que me fortalece.
19 de enero
¿Quién está escribiendo tu agenda?
“Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien” (Génesis 50:20, RVC).
No se podría culpar a José, el hijo de Jacob, si durante años pensó que sus hermanos habían “escrito su agenda” al venderlo a una caravana de ismaelitas que iba rumbo a Egipto.
Por cuánto tiempo estos recuerdos hirieron el corazón de José, no lo sabemos, pero cabe imaginar que su mundo tuvo que haber sido muy pequeño; porque siempre es muy pequeño el mundo de quien se mueve solo dentro de los estrechos límites de sus circunstancias. Si solo vivo para lamentar lo malo que la gente me dice y me hace, si solo me muevo dentro del caprichoso ámbito de los dimes y diretes, al final otros terminarán escribiendo mi agenda.
No habían sido sus hermanos, sino los propósitos de Dios, los que habían llevado a José a Egipto. “Fue el plan de Dios”, escribió Elena de White, “que por medio de José fuera introducida en Egipto la religión de la Biblia. Este fiel testigo debía representar a Cristo en la corte de los reyes” (Desde el corazón, p. 262).
¿Cómo sabemos que José entendió que Egipto formaba parte del propósito de Dios? Porque eso fue lo que él mismo dijo a sus hermanos cuando les reveló su identidad: “Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a Egipto. Pero no se pongan tristes, ni lamenten el haberme vendido, porque Dios me envío aquí, delante de ustedes, para preservarles la vida” (Gén. 45:4, 5, RVC;). Y cuando dijo: “Fue Dios quien me envió”, pronunció una de las verdades más poderosas en la historia de la humanidad; a saber, que el propósito de nuestra vida no está en las manos de ningún poder terrenal –ya se trate de los gobernantes de las naciones, de los dirigentes de la comunidad o de los jefes en el trabajo–, sino en las manos del Dios soberano del universo.
Como bien lo expresa Walter Brueggemann, durante años la vida de José no fue más que la suma de sus pequeños temores, sus pequeños rencores y sus pequeños amores (The Threat of Life, p. 12). Hasta el glorioso día en que se vio a sí mismo como parte de un plan tan grande como el Dios de los cielos.
¿Es tu vida la simple suma de tus pequeños temores, tus pequeños rencores, tus pequeños amores? Por la gracia divina, muévete al siguiente nivel: el de los elevados propósitos de Dios para sus hijos en una hora como esta.
Santo Espíritu, capacítame para que, más allá de las pequeñeces del diario vivir, mis ojos puedan contemplar tu gran propósito