Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala

Nuestro maravilloso Dios - Fernando Zabala


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tan grande? Porque la presencia de Dios era para Moisés algo así como el oxígeno que respiraba. Así lo afirma Elena de White, cuando escribe que Moisés “no miraba solamente al futuro lejano esperando que Cristo se manifestase en la carne, sino que veía a Cristo acompañando de una manera especial a los hijos de Israel en todos sus viajes. Dios era real para él, siempre presente en sus pensamientos” (Testimonios para la iglesia, t. 5, 1971, p. 612). Un ejemplo ilustrativo de esta realidad lo encontramos poco después de haberse producido la apostasía en Horeb, cuando el pueblo adoró al becerro de oro. El Señor dijo entonces a Moisés: “Subirás a la tierra que fluye leche y miel, pero yo no subiré en medio de ti, pues eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino” (Éxo. 33:3, RVR60). En lugar de su presencia, Dios enviaría a un ángel para acompañar al pueblo. ¿Cuál fue la respuesta de Moisés al Señor? “Si tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí” (vers. 15).

      Tal como dicen Bruce Wilkinson y Larry Libby, con todo lo atractiva que fuese la tierra de la cual fluía “leche y miel”, el mayor interés de Moisés no era la tierra de Dios, sino el Dios de la tierra (Talk thru Bible Personalities, Walk Thru the Bible Ministries, p. 35).

      ¿Es la presencia de Dios una realidad viviente en tu vida, en mi vida? Al igual que Moisés, ¿podrías decir: “Señor, si tu presencia no ha de ir conmigo, no me saques de aquí”?

      Santo Espíritu, mora hoy en mí de una manera tan plena, que yo pueda, al igual que Moisés, creer que Cristo camina a mi lado en todo momento.

      ¿El mundo de las cosas o el de las personas?

       “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).

      ¿Podemos imaginar qué ocurriría, por ejemplo, si el maestro enseñara, no al salón de clases, sino al alumno? ¿O si el conferencista se dirigiera, no al auditorio, sino al individuo que es parte de la audiencia? El resultado sería, según Paul Tournier, una completa revolución.

      Estas preguntas se derivan del tema que el Dr. Tournier examina en una de sus conocidas obras. Para ilustrar su punto de vista, relata una experiencia que vivió mientras asistía a una conferencia médica en Weissenstein, Suiza. Temprano en el día, él había dado una charla en la que un colega suyo había hecho un excelente trabajo como traductor. Cuando Tournier lo felicitó, el hombre aprovechó para explicar lo que lo motivó a esforzarse: “Antes de la charla”, explicó el traductor, “alguien me dijo que en el salón había un médico que estaba teniendo gran dificultad para entender lo que se decía. Así que, decidí traducir para él. En ningún momento le quité la vista, de modo que podía darme cuenta si estaba entendiendo lo que yo traducía” (The Meaning of Persons, p. 183).

      ¡Qué interesante! En ese salón había, probablemente, centenares de médicos participando de las conferencias, pero el intérprete estaba traduciendo para uno de ellos en particular. ¡Ese es el auditorio de una persona!

      Cuando leí esta experiencia, recordé una declaración del libro El Deseado de todas las gentes según la que, mientras el Señor hablaba, “vigilaba con profundo fervor los cambios que se veían en los rostros de sus oyentes”. Cuando los que escuchaban se interesaban en lo que él decía, este hecho le causaba “gran satisfacción” (p. 220).

      Sea que hablara a individuos o a muchedumbres, el Señor Jesús veía rostros. Su interés se concentraba en las personas: sus luchas, sus tristezas, sus pruebas. Y su mayor gozo se producía cuando comprobaba que sus palabras, cual bálsamo sanador, traían alivio a sus quebrantados corazones. Esta es la razón por la cual nuestro texto de hoy declara que nadie habló jamás como él. ¡Es que nadie amó como él!

      Saber que, aunque son millones las personas que habitan en este planeta, Jesús se interesa personalmente en ti, ¿no crees que debería ser motivo para alabarlo hoy como el Salvador maravilloso que él es?

      Él conoce las heridas de tu corazón, y ahora mismo está haciendo algo para sanarlas.

      Gracias, Jesús, porque no solo sabes qué me causa dolor, sino porque además te interesas personalmente en mí. Gracias porque me amas incondicionalmente, aunque todavía no sé qué he hecho para merecerlo.

      Dejar que brille nuestra luz

       “La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron” (Juan 1:5).

      ¿Qué tienen en común la sal y la luz? Podríamos pensar en varias similitudes, pero si hay una que destaca es que ambos elementos tienen que estar en contacto con algo más para ser útiles. La utilidad de la sal se pone de manifiesto cuando entra en contacto, por ejemplo, con la comida; la de la luz, cuando hay tinieblas.

      Ilustra bien esta cualidad, tanto de la sal como de la luz, una escena de “The Saratov Approach”, una película basada en un hecho real: el secuestro, ocurrido en 1998, de dos jóvenes estadounidenses que servían como misioneros en Rusia. Los secuestradores habían amenazado de muerte a los dos jóvenes si no recibían la cantidad de 300 mil dólares.

      Después de varios días de intensa agonía, los padres de uno de los jóvenes secuestrados recibieron una llamada de parte de Mark Larsen, un hombre que vivía en Denver, Colorado, y que unos veinte años atrás también había sido secuestrado en la Argentina. En su llamada, Mark describió lo que con toda seguridad estaba ocurriendo a los dos jóvenes en su cautiverio; y pidió a los padres que, aun en contra de su voluntad, oraran no solo por su hijo, sino también por los plagiarios.

      Hacia el final de la llamada, Mark expresó lo que me pareció la tesis central de la película: “No importa cuán desalentadoras parezcan las circunstancias; quiero que recuerden esto: cuanto más tiempo esos dos valientes jóvenes permanezcan en cautiverio, tanto más difícil será para los secuestradores mantenerlos bajo su poder, porque la luz en las tinieblas resplandece”.

      ¡Tremenda declaración! No es solo que la luz, por pequeña que sea, prevalece sobre las tinieblas. Es también que cuanto más tiempo brille esa luz, tanto mayores serán las probabilidades de que disipe las tinieblas más profundas.

      Dios espera que hoy dejemos brillar nuestra luz, no importa cuán pequeña parezca. Un solo talento, usado fielmente para la gloria de Dios, puede lograr más que cinco usados solo para engrandecer nuestro ego. Sin embargo, si queremos brillar para Cristo, antes hemos de estar en comunión con él. Cuanto más tiempo pasemos en su presencia, tanto menor será la posibilidad de que nos rodeen las tinieblas de la depresión y el desánimo.

      La razón es muy sencilla: la luz en las tinieblas resplandece.

      Hoy quiero, Padre celestial, brillar para Jesús, de modo que otros conozcan el precioso tesoro que he encontrado en mi Salvador. Quiero que tu luz resplandezca en mi vida, no importa cuán densas sean las tinieblas que me rodeen.

      Ayuda en el momento de mayor necesidad

       “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y lo glorificaré. Lo saciaré de larga vida y le mostraré mi salvación” (Salmo 91:14-16).

      Si habláramos de los personajes bíblicos a quienes consideramos como los grandes héroes de la fe, ¿qué nombres vendrían a tu mente? ¿Abraham? ¿Job? ¿Moisés? ¿José? ¿Rut? ¿Daniel? ¿Ester? ¿Elías? ¿Pablo?

      No sé quiénes están en tu lista, pero una cosa es segura: hoy los conocemos como héroes de la fe porque todos enfrentaron duras pruebas. Todos estuvieron en el horno de la aflicción. Claro está, el solo hecho de enfrentar severas tribulaciones no los convirtió en vencedores. Las pruebas por sí solas no


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