Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala

Nuestro maravilloso Dios - Fernando Zabala


Скачать книгу
“Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2).

      El propósito fundamental de la vida, en opinión de C. S. Lewis, es establecer una relación personal con nuestro Creador, pues nadie conoce mejor que él cómo funciona “la máquina humana”.

      “Dios diseñó la máquina humana”, escribió Lewis, “para que funcionara con él. Él mismo es el combustible para nuestros espíritus, o la comida que fue designada para alimentarnos. No existe otra cosa” (Cristianismo ¡y nada más!, p. 59). Lo que Lewis nos está diciendo aquí es que, sencillamente, no existe la felicidad sin Dios. En vano la humanidad ha estado tratando de llenar el vacío de su existencia “bebiendo de otras fuentes” –las riquezas, el placer, el poder–, pero solo para volver a tener sed.

      ¿Cómo establecer esa relación personal con el Creador, de modo que la verdadera felicidad sea una realidad en nuestra vida? Leamos nuestro texto de hoy. Ya en la primera línea leemos lo que bien podríamos calificar como buenas noticias. Hablando al pueblo de Israel, al que recién ha liberado de la servidumbre egipcia, el Señor dice: “Yo soy tu Dios”.

      ¡Qué interesante esta manera de presentarse! Recordemos que los hijos de Israel estuvieron en Egipto durante unos cuatrocientos años. Decir “Egipto” es decir “idolatría”. Sabemos que los egipcios adoraban a toda una hueste de deidades: seres vivos, elementos de la naturaleza –como era el caso del Nilo y los astros–, y seres humanos, como el faraón. Lo que esto significa es que, como bien lo señala Andy Stanley, al salir de Egipto el pueblo de Israel no tenía la más mínima idea de un Dios personal; mucho menos cómo relacionarse con él personalmente.

      Sin embargo, Dios les dice: “Yo soy tu Dios”. Decir “tu Dios”, obviamente, ya implica una relación. Es así como el Creador, el Soberano del universo, escoge a los hijos de Israel como su pueblo, y los convierte en el objeto de su cuidado y de su devoción, sin que ellos hubieran hecho nada en particular para merecer ese privilegio.

      Entonces: ¿Felicidad sin Dios? ¡No existe tal cosa! Pero la buena noticia para empezar este día es que, cuando tú y yo estábamos perdidos, el amante Padre celestial nos buscó y nos encontró. Ahora somos sus hijos, y él es nuestro Dios.

      ¿Se puede pedir más?

      Gracias, Padre celestial, porque soy miembro de tu pueblo, aunque nada he hecho para merecerlo. Quiero tener una relación personal contigo cada día, conocerte mejor y amarte cada vez más.

      Aún hay bálsamo en Galaad

       “¿No queda bálsamo en Galaad? ¿No queda allí médico alguno?” (Jeremías 8:22, NVI).

      ¿Cuál es la diferencia entre “remendar” y “arreglar”? Nunca había pensado en ello hasta el día en que leí un ensayo de Susan Cooke Kittredge titulado “We all Need Mending” [Todos necesitamos remiendos]. En su obra, esta autora sugiere que cuando se arregla algo que está dañado, a simple vista no quedan evidencias de que alguna vez estuvo dañado. Tiene sentido lo que dice. El automóvil que ha sido chocado, la licuadora que ha dejado de funcionar, una vez que han sido arreglados, a simple vista no dan evidencia de que alguna vez estuvieron dañados.

      Otra cosa sucede cuando hablamos de “remendar”. Según el Diccionario de la Real Academia Española, esta palabra significa, en su primera acepción, “reforzar con remiendo lo que está viejo o roto, especialmente ropa”. Es decir que, a diferencia de los objetos arreglados, la ropa remendada todavía muestra evidencias del daño que una vez existió.

      ¿Qué punto quería destacar Susan Cooke Kittredge al afirmar que no es lo mismo “remendar” que “arreglar”? Que el remiendo no oculta su historia. Como ella misma lo expresa, el remiendo no dice: “Aquí no ha pasado nada”. Muestra las huellas de que algo malo ocurrió. Pero no se detiene ahí. Además de preservar la historia del daño, también señala que todavía hay futuro. En otras palabras, el remiendo habla de nuevos comienzos; dice que, por muy rota que la tela haya estado, todavía tiene utilidad (This I Believe, t. 2, p. 138).

      ¿Es posible arreglar completamente lo malo que en el pasado hemos hecho, como si nada hubiera sucedido? No, porque las huellas quedan. Una relación rota, un corazón herido, un pecado cometido... Cómo desearíamos que todo fuera hoy como si nada hubiera sucedido. Pero no es posible, no solo porque hubo una caída, una herida, un pecado; sino también porque hubo consecuencias.

      ¡Ah, pero la vida no se detuvo en el pasado! Aunque es verdad que no podemos decir “aquí no ha pasado nada” –porque sabemos lo malo que hemos hecho– también podemos decir que Dios nos puede perdonar porque “la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). De manera que ¡alabado sea Dios!, aún queda “bálsamo en Galaad”.

      Y si así son las cosas, ¿por qué entonces seguir viviendo en el pasado? ¿Por qué no agradecer a Dios porque la preciosa sangre de su Hijo nos ha dado perdón y redención?

      Gracias, Padre celestial, porque la sangre de Cristo ha limpiado mi pasado, y porque me ha dado una nueva oportunidad, un nuevo futuro. ¿Qué más puedo desear?

      ¿No te has dado cuenta?

       “Al despertar Jacob de su sueño, pensó: ‘En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta’ ” (Génesis 28:16, NVI).

      A Jacob, el patriarca bíblico, le sucedió lo mismo que tantas veces nos sucede a ti y a mí: creemos estar solos, sin Dios, cuando en realidad estamos solos, pero con Dios.

      ¿Cuándo nos sentimos solos, sin Dios? Especialmente después de haber pecado. La gran noticia es que nuestro Padre celestial no nos abandona cuando más lo necesitamos. La experiencia de Jacob, después de engañar a su padre Isaac para apropiarse de la primogenitura, enseña precisamente esa preciosa verdad.

      Conocemos los detalles de la historia. Después de engañar a su padre y a su hermano, Jacob debió huir a Harán para salvar su vida. Según el libro Patriarcas y profetas, durante su viaje Jacob se sentía tan atribulado por su vergonzosa conducta, que incluso “temía que el Dios de sus padres lo hubiese desechado” (p. 182).

      Una noche, mientras dormía, Jacob soñó con una escalera que con un extremo tocaba la tierra y con el otro el cielo. Además, escuchó la voz de Dios que le dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás acostado. […]. Yo estoy contigo. Te protegeré por dondequiera que vayas” (Gén. 28:13, 15, NVI).

      Grande tuvo que haber sido la sorpresa de Jacob. Por haber pecado, él creía que el cielo estaba muy lejos de él, pero en el sueño Dios le reveló que estaba muy cerca. Tan cerca, que Jacob dijo: “El Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta” (vers. 16, NVI).

      ¿Había estado Jacob solo mientras huía? Es decir, ¿solo sin Dios? Nunca estuvo solo. A pesar de su pecado, Dios no lo había abandonado. ¿Por qué no nos abandona Dios, ni siquiera cuando hemos pecado? Porque “el Salvador [...] nunca abandonará a un alma por la cual murió. A menos que sus seguidores escojan abandonarlo, él los sostendrá siempre” (El Deseado de todas las gentes, p. 446).

      Cuando por haber pecado te sientas inclinado a creer que Dios te ha abandonado, recuerda que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Tim. 1:15). Es decir, a salvar a gente como tú y como yo.

      Lo que esto significa, en pocas palabras, es que Dios no te ha abandonado, y nunca lo hará. Ahora mismo está muy cerca de ti. ¿No te has dado cuenta?

      Gracias, Jesús, porque a pesar de mis caídas no me has abandonado, y nunca lo harás. ¡Cuán alentador es saber que nunca abandonas un alma por la


Скачать книгу