Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala
(2 Corintios 4:5, RVC).
¿Qué te gustaría que se dijera de ti cuando ya no estés en este mundo? Esta pregunta pareciera no ser la ideal para comenzar el día; sin embargo, hay al menos dos buenas razones por las cuales vale la pena hacerla.
La primera razón la ilustra bien Peter Drucker, considerado por muchos el padre de la gerencia moderna. Cuenta él que cuando tenía unos trece años de edad su maestro de Religión una vez recorrió todo el salón de clases preguntando a cada alumno: “¿Cómo te gustaría que la gente te recordara?” Después de completar el recorrido, con una sonrisa en su rostro, el hombre dijo: “No esperaba que ustedes pudieran responder a mi pregunta, pero si cuando cumplan cincuenta años todavía no saben cómo responderla, habrán malgastado su vida” (The Daily Drucker, p. 176).
El caso es que la pregunta de su maestro impactó a Drucker durante toda su vida, al punto de que con frecuencia se la hacía a sí mismo y llegó a formar parte de sus charlas y sus escritos. ¿Por qué? Porque, en su opinión, esta pregunta lo animó a renovarse, a verse como la persona que algún día podía llegar a ser.
Tiene sentido. Siendo que vamos a pasar por este mundo una vez, ¿por qué no ser la mejor clase de personas que podamos: como estudiantes, amigos, trabajadores, esposos, padres...? ¿Por qué no esforzarnos siempre para hacer las cosas de la mejor manera que podamos?
Esforzarnos por llegar a ser la mejor clase de personas nos lleva a la segunda razón por la que conviene preguntarnos cómo queremos ser recordados: ¿Qué huellas dejaremos tú y yo a nuestro paso por este mundo? Por cierto, para dejar huellas, no se necesita ser una celebridad o un personaje famoso; solo basta con haber nacido.
Nuestras huellas quedarán en los lugares por donde pasamos, y sobre todo, en las personas con quienes tratamos. ¿Qué dirán esas huellas? ¿De qué hablarán?
¿Contarán la historia de una vida malgastada en la complacencia personal, o “gastada” en el servicio a Dios y al prójimo? Por sobre todo, ¿qué dirán del lugar que Cristo ocupó en nuestra vida?
Yo quiero que se me recuerde como un servidor de la humanidad por amor a Cristo. ¿Y tú?
Padre celestial, no quiero pasar por este mundo en vano. Ayúdame, por lo tanto, a cultivar en mi vida tus atributos de carácter, y a compartir con otros el maravilloso amor de mi Salvador.
27 de febrero
¿Un yugo fácil?
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:29, 30).
¿A qué se refería el Señor cuando dijo que su yugo es fácil?
Cuando Jesús pronunció estas palabras, en la multitud se encontraban los escribas y fariseos, para quienes la religión era una ronda interminable de ceremonias. También estaban los publicanos y pecadores. Tanto a unos como a otros el Señor extendió una “extraña” invitación: “Llevad mi yugo sobre vosotros”.
¿Qué quiso decir? ¿No llevaban ya un pesado yugo? Leamos primero algo sobre cómo se preparaba el yugo para los animales de carga en la antigua Palestina. Según William Barclay, el yugo de los bueyes era “hecho a la medida”. Primero, al buey se le “tomaban las medidas”; seguidamente, el yugo era elaborado y, finalmente, probado sobre el buey. De esa manera, el dueño se aseguraba de no perjudicar el cuello del animal (The Gospel of Matthew, t. 2, p. 17).
El punto importante aquí es que el yugo no libraba al buey del trabajo duro, pero lo facilitaba, porque estaba hecho a su medida. (De hecho, resulta interesante saber que la palabra griega traducida como “fácil” es chrestos, que significa “cómodo”, “a la medida”).
De acuerdo con esta información, podemos inferir que la promesa del Señor a sus seguidores no es una vida libre de pruebas; es, más bien, que en medio de las pruebas siempre tendremos su ayuda. Es la ayuda que él mismo nos brinda porque, en última instancia, es él quien lleva la mayor parte de la carga.
¿Estás ahora mismo enfrentando alguna prueba dura? ¿Sientes que te caes bajo el peso de la carga que llevas? La promesa de Dios es que hay descanso para tu alma; no en el sepulcro, sino en este momento. Jesús, el Hijo de Dios, ahora mismo está muy cerca de ti, a la espera de que le permitas poner tu carga sobre su hombro. Ya lo dijo el salmista: “Deja tus pesares en las manos del Señor, y el Señor te mantendrá firme; el Señor no deja a sus fieles caídos para siempre” (Sal. 55:22, RVC). Así, pues, coloca sobre él todos tus pesares, tus angustias, tus temores. Nunca podrás agobiarlo, ni tampoco sobrecargarlo. ¿No dice acaso la Escritura que “la soberanía reposará sobre sus hombros”? (ver Isa. 9:6, NVI)
Gracias, Señor Jesús, por tu promesa de estar conmigo en medio de mis pruebas. En este mismo instante te entrego mis cargas, para que las lleves sobre tus hombros; y a cambio recibo tu yugo, tu descanso y tu perdón.
28 de febrero
El verdadero perdón
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Hace unos años, mientras revisaba las revistas que en el mostrador de una iglesia se colocan para regalar, vi una portada que me llamó la atención. Aparecía la foto de LeBron James, para entonces el mejor jugador de basquetbol del mundo, con el uniforme de Cleveland Cavaliers, su “nuevo” equipo. Se trataba de un artículo escrito por Martin Surridge, profesor de Inglés de Lynden, Washington (“When Betrayal Deserves Forgiveness”, Insight, enero 24, 2015, pp. 8-10.).
El argumento del artículo era sencillo, pero poderoso: ¿Por qué los fanáticos de Cleveland estaban dispuestos a perdonar a LeBron, siendo que no había nada que perdonar? En opinión del autor, LeBron James no traicionó a su equipo Cleveland Cavaliers cuando, siendo agente libre, optó jugar para Miami Heat. Es verdad, fue Cleveland quien originalmente lo contrató, y fue en el Estado de Ohio donde LeBron nació; sin embargo, ¿no tenía él todo el derecho de firmar con el equipo de su preferencia?
Después de cuatro años en Miami, tiempo durante el cual LeBron fue el factor decisivo para que Miami Heat ganara dos campeonatos de la NBA, la superestrella del basquetbol decidió regresar a Cleveland. Entonces aparecieron, por miles, las pancartas estampadas con el mensaje: “Te perdonamos, LeBron”.
¿Qué estaban perdonando?, pregunta el profesor Surridge. ¡No había nada que perdonar!
Lo que dice el profesor Surridge tiene sentido. Si, por ejemplo, alguien me ha robado, mi perdón hacia el ladrón ha de producirse mientras el ladrón todavía está en posesión de mi dinero, no cuando me lo ha devuelto, ¡porque entonces cuán fácil me resultaría perdonar!
Leer el artículo de Surridge transportó mi mente a otras escenas de deslealtad, de traición y de perdón. Pensé en Pedro, en el patio del Templo, negando al Señor. En Judas, vendiéndolo por treinta monedas de plata. Recordé las palabras del apóstol Juan, al escribir de la misión que trajo al Hijo de Dios a nuestro mundo: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron”. También recordé las escenas del Calvario...
¿Cuándo perdonó Jesús a sus detractores? Mientras sufría los intensos dolores de los clavos, y su sangre corría por sus sienes; mientras todavía se escuchaban los insultos, nuestro amado Salvador exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Si esto no es perdón, ¿entonces qué es?
¡Oh, amor divino, que no esperaste a que nos reconciliáramos contigo para entregar a tu Hijo a la muerte, y muerte de Cruz!
Gracias, Padre, porque entregaste a tu Hijo a la muerte cuando todavía éramos tus enemigos; y porque hiciste provisión para perdonarnos antes de merecer tu perdón.
1° de marzo