Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala
la Escritura que cuando Abraham levantó la vista, “vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal”. Entonces, “Abraham tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (vers. 13). Seguidamente, “lleno de felicidad y gratitud, Abraham dio un nuevo nombre a aquel sitio sagrado” (Patriarcas y profetas, p. 131).
¿Cuál fue ese nombre? Jehová-jireh; que significa “Dios proveerá”.
Hay aquí una preciosa lección espiritual para nosotros. Durante tres días, Abraham había sido sometido a una prueba demasiado dura para expresar en palabras. Durante tres días, su mente debió haber sido el escenario de una verdadera batalla entre los más dispares pensamientos. Sin embargo, ¿qué nombre escogió para “bautizar el monte” donde por poco sacrifica a su único hijo? No lo llamó “El monte de mi agonía”; tampoco “El monte de mi prueba”, ni nada que le recordara su viacrucis. Lo llamó “Dios proveerá”.
Al darle ese nombre, Abraham quería que se recordara, no su gran prueba, su gran agonía, o siquiera su obediencia. No. Solo deseaba dejar para la posteridad el recuerdo de lo que Dios, en su gran misericordia, había hecho en su favor.
¿Puedes recordar ahora mismo una prueba muy dura que hayas vivido? Seguramente, sí. ¿Qué nombre le pondrías? “¿Mi Getsemaní?” “¿Mi Calvario?”
¡Nunca! Ponle un nombre que te recuerde no lo malo que ocurrió, sino lo bueno que Dios fue contigo. Un nombre que, aún en medio de tus mayores pruebas, te recuerde la gran verdad de que Dios siempre proveerá: pan para suplir tus necesidades, un techo para cobijarte, una salida para tus dificultades...
Padre celestial, hoy quiero alabar tu nombre porque eres, y siempre serás, mi gran Proveedor. Y porque cuanto más grandes son mis pruebas, tanto más grande es tu misericordia.
11 de marzo
No es cómo comienzas…
“Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Solo Lucas está conmigo” (2 Timoteo 4:9-11).
No puedo imaginar los sentimientos que invadían al apóstol Pablo mientras, desde la cárcel en Roma, escribía las palabras de nuestro texto de hoy a Timoteo: “Demas me ha desamparado [...]. Solo Lucas está conmigo”. Es curioso. Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Colosas, Lucas y Demas enviaron saludos a sus hermanos en la fe (ver Col. 4:14). Cuando escribió a Filemón, Pablo habla de Lucas y de Demas como “mis colaboradores” (vers. 24). Pero cuando escribe a Timoteo, dice: “Solo Lucas está conmigo”.
¿Qué pasó con Demas?
No tenemos los detalles. El apóstol solo dice que Demás lo desamparó, “amando este mundo”. ¿Qué te pasó, Demas, después de haber comenzado tan bien? ¿Fueron los atractivos de la gran ciudad? ¿O fueron las cadenas de Pablo?
Quizás otros factores contribuyeron a la apostasía de Demas, pero si lees el capítulo 1 de 2 Timoteo, compruebas que, además de Demas, hubo otros que también abandonaron al encarcelado apóstol, tal como él mismo lo señala: “Ya sabes que me abandonaron todos los que están en Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes (2 Tim. 1:15-18).
¡Al parecer, esas cadenas estaban avergonzando a algunos! Por supuesto, no a Lucas, quien se mantuvo al lado del anciano apóstol hasta el final. Y tampoco a Onesíforo ( ver 2 Tim. 1:16, 17).
Si hay algo que nos enseña la triste experiencia de Demas, y de quienes desertaron en la hora difícil, es que en la carrera cristiana no es suficiente comenzar bien; también hay que terminar bien. ¿Cómo podemos lograr ese ideal? He aquí una fórmula imbatible: en primer lugar, no nos avergoncemos de la Cruz de Cristo; al contrario, digamos con el apóstol: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (vers. 12). En segundo lugar, “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús (Heb. 12:1, 2; énfasis añadido).
Oh, Demas, ¡cuán diferente habría sido tu final si, en lugar de poner tus ojos en el mundo, los hubieses puesto en Jesús, el Autor y Cnsumador de nuestra fe!
Padre celestial, al igual que el apóstol Pablo, hoy quiero gloriarme en la Cruz de Cristo y, con tu poder, tener ojos solo para él. Solo así podré culminar victoriosamente la carrera de la fe.
12 de marzo
¿Una estrella más en la corona?
“Al ver las multitudes [Jesús] tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
¿Qué emoción embargaba el corazón del Señor Jesús al ver que las multitudes estaban desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor?
Profunda compasión. Cada vez que nuestro Salvador estaba en presencia del sufrimiento humano, la Escritura dice de él: “Tuvo compasión”.
En griego, la expresión “tuvo compasión” significa “sentir con las entrañas”, y alude a los sentimientos más profundos que un ser humano pueda experimentar. En el caso particular de Jesucristo, ese sentimiento siempre iba acompañado de acción: él siempre hacía algo para liberar al oprimido y sanar al doliente, sin esperar nada a cambio.
¿Cómo respondemos tú y yo en la presencia del dolor? ¿Y cuál es la motivación que nos impulsa, por ejemplo, al dar una donación o un estudio bíblico? ¿Es el amor a las almas o es el interés por la corona?
El siguiente relato que narra el profesor Helmut Thielicke resulta muy iluminador al respecto (Life Can Begin Again, p. 83). Escribe Thielicke que, en una ocasión, fue testigo del interés especial que una enfermera mostraba por los pacientes que atendía. Él mismo había estado enfermo, y había podido comprobar de primera mano lo mucho que ella se esmeraba por cada enfermo. Durante veinte años, ella había realizado esa labor fielmente. Entonces Thielicke decidió preguntarle por qué lo hacía, y de dónde sacaba las fuerzas para realizarla, a pesar del sacrificio que su trabajo exigía.
–Pues, verá usted –respondió la enfermera, con una expresión radiante–, cada noche que trabajo le añade otra estrella a mi corona celestial. ¡Y ya tengo 7.175!
El chasco que sufrió el profesor Thielicke no pudo ser mayor. En un instante, tanto su admiración por la enfermera como su sentido de gratitud desaparecieron. Para esta mujer, los pacientes eran simplemente un medio para alcanzar un fin. Los veía, no como seres humanos en necesidad de ayuda, sino como estrellas que cada noche sumaba a su corona. ¡Y las tenía contadas: 7.175!
¡Cuán diferente el ejemplo que nos dejó el Señor Jesús! ¡Su corazón rebosaba de compasión por cada ser humano! ¡Esa era su motivación al servir! Esa fue también la razón por la que dejó el cielo, y por la que murió clavado a una cruz. ¿Deberíamos nosotros cumplir la misión que él nos dejó con una motivación diferente?
Bendito Jesús, lléname hoy de tu Santo Espíritu. Así mi única motivación al servirte será la gloria de tu santo nombre, ¡porque solo tú eres digno de llevar la corona!
13 de marzo
¡Gracias!
“Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).
¿Conoces a alguna persona que nunca dice “gracias”? En su libro I Heard the Owl Call My Name [Escuché al búho decir mi nombre], Margaret Craven menciona el caso, no de una persona, sino de todo un pueblo, que no dice “gracias”. Se trata de los indígenas Kwakiutl, en la costa noroeste del Pacífico.