Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala
básicas, ya le está enseñando las primeras dos lecciones de su vida espiritual: el amor y la confianza (How to Help Your Child Really Love Jesus, p. 7).
Las palabras de la doctora Habenicht no deberían sorprendernos. Muchos años antes, Elena de White ya había escrito que el amor de la madre representa ante el niño el amor de Cristo, y que los niños que confían y obedecen a su madre están aprendiendo a confiar y obedecer a Dios.
Recordé estas palabras cuando leí lo que, según Corrie Ten Boom, la ayudó a soportar las terribles experiencias que vivió en un campo de concentración nazi. Cuenta Corrie que cuando ella era todavía muy niña, su padre, Casper, era quien la acostaba a dormir, siguiendo un acostumbrado ritual: la acostaba, la arropaba, oraba con ella, le daba un beso de buenas noches y finalmente le decía: “Que duermas bien, Corrie... Te amo”.
¿Qué hacía Corrie, a todas estas demostraciones de amor? “Me quedaba muy quietecita, porque temía que si me movía, podía dejar de percibir el toque de su mano”.
Nunca imaginó el señor Casper lo mucho que el toque de su mano, y sus oraciones, significarían para Corrie mientras estaba recluida en Ravensbruck, un campo de concentración para mujeres. Cuenta ella que, durante las noches, le parecía sentir sobre su rostro el toque cariñoso de la mano de su padre. Entonces, mientras estaba “acostada en un inmundo colchón, en esa prisión deshumanizante, oraba: ‘Oh, Señor, permíteme sentir tu mano sobre mí [...]. Déjame esconderme bajo la sombra de tus alas’. En medio de mis sufrimientos, así encontraba seguridad en mi Padre celestial” (In My Father’s House, p. 78.).
Como padres, ¿estamos representando ante nuestros hijos el amor de Cristo? Nuestro versículo para hoy nos recuerda que esas primeras lecciones no se perderán. En el momento de la prueba, las recordarán.
Padre celestial, ayúdanos a compartir con “los más pequeñitos del rebaño” el amor de Cristo. Que ese amor llegue a ser tan real en sus vidas, que en los momentos difíciles ellos puedan encontrar seguridad bajo “la sombra de tus alas”.
8 de marzo
El poder de las promesas
“¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, para que yo lo favorezca con la misericordia de Dios? Respondió Siba al rey: ‘Aún queda un hijo de Jonatán, lisiado de los pies’ ” (2 Samuel 9:3).
En opinión de Lewis Smedes, el ser humano posee dos singulares poderes con los que puede crear un futuro mejor. Uno, el poder de perdonar, nos capacita para librarnos de un pasado que no podemos cambiar. El otro, el poder para cumplir nuestras promesas, nos ayuda a establecer relaciones estables en un mundo cambiante (Caring & Commitment, p. 147).
De estos dos poderes echó mano el rey David cuando, ya consolidado como rey de Israel, preguntó si había quedado algún descendiente de Saúl a quien él pudiera mostrar misericordia (2 Sam. 9:1-3). La práctica usual en aquellos tiempos de monarquías y dinastías era eliminar todo vestigio de la familia real depuesta. Pero David quiere hacer todo lo contrario.¿Por qué? Pues, ¡porque a él Dios lo había tratado con misericordia! Y porque, además, David nunca olvidó las promesas que había hecho, no solo a Jonatán, sino también a Saúl, en el sentido de no destruir su descendencia una vez que llegara al trono (ver 1 Sam. 20:12-15; 24:20-22).
¿Había algún descendiente de la casa de Saúl? Según el relato, sí: Mefi-boset, “un hijo de Jonatán, lisiado de los pies” (2 Sam. 9:3). Sin pérdida de tiempo, el rey envió a traerlo a su presencia. Temiendo por su vida, Mefi-boset se presenta en el palacio listo para escuchar su sentencia de muerte. Pero en lugar de su condena, escuchó: “No tengas temor”, le dijo David, “porque a la verdad yo tendré misericordia contigo por amor de Jonatán tu padre. Te devolveré todas las tierras de tu padre Saúl, y tú comerás siempre a mi mesa” (vers. 7). ¡Mejor, imposible! Viviría en la casa del rey y comería a su mesa, “como uno de los hijos del rey” (vers. 11); aunque era lisiado de los pies.
¿Algún parecido con lo que Dios ha hecho contigo y conmigo? Por nuestra rebelión perdimos todo derecho a estar en el palacio real, pero gracias a que Dios es “misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxo. 34:6), ¡hemos sido invitados a vivir en la casa del Rey, y a comer a la mesa del Rey!
¿Se puede pedir más?
Te alabo, Padre, porque, fiel a tus promesas, me has tratado con misericordia; y porque a pesar de no merecerlo, me has invitado a comer a la mesa del Rey. ¿Cómo puedo expresarte, oh Padre, lo mucho que agradezco este honor?
9 de marzo
Como un aguijón
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón” (Hechos 26:14).
“Dar de coces contra el aguijón”. ¿A quién se le puede ocurrir? La palabra “aguijón” en este pasaje es una traducción del griego kéntron, el extremo puntiagudo de una vara con que se picaba a los bueyes para que apuraran el paso. ¿Captas la idea? ¿A quién se le podría ocurrir dar puntapiés a una vara puntiaguda? ¡Es como si uno mismo se diera “cabezazos contra la pared!” (Hech. 26:14, NVI).
Obviamente, la expresión “dar de coces contra el aguijón” es figurada. Cuando, en el camino a Damasco, Jesús se apareció a Saulo –entonces perseguidor de la iglesia–, le dijo algo así como: “¿Qué sentido tiene lo que estás haciendo al perseguirme? ¡Lo único que logras con esto es herirte a ti mismo!” El significado es claro: al igual que el agricultor aguijonea al buey para apremiarlo, así Jesús, por medio del Espíritu Santo, había estaba “pinchando” el corazón de Saulo desde hacía algún tiempo. Pero él se resistía. El resultado era que le estaba resultando doloroso, e incluso absurdo, seguir dando “coces contra el aguijón”.
Muy interesante resulta saber que la forma verbal que se traduce “dar coces” también puede traducirse “seguir dando coces”. Este hecho hace pensar que por un tiempo Saulo había estado resistiendo los llamados del Espíritu Santo; y que cuando finalmente reconoció en el Resucitado al Jesús que él tan fieramente perseguía, su conversión no fue tan repentina como parece. Fue, más bien, el resultado de un largo proceso.
Lo que estamos diciendo es que, así como Saulo perseguía a Jesús para destruirlo, también Jesús lo perseguía a él para salvarlo. Todo lo cual confirma, de nuevo, una de las verdades más hermosas de la Escritura: antes de que amáramos a Dios, “él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Además, confirma otra gran verdad: que tu conversión no fue tan repentina como pudieras pensar. ¡Durante mucho tiempo Jesús te estuvo siguiendo los pasos! De manera incesante, sin dar ni pedir tregua, estuvo “aguijoneando” tu corazón, hasta ese día glorioso cuando dijiste: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Una obra paciente en la que un maravilloso Salvador poco a poco te atrajo “con lazos de ternura, con cuerdas de amor” (Ose. 11:4, DHH).
Gracias, Jesús, por haber sido tan paciente conmigo. Y porque, a pesar de que te di la espalda tantas veces, de manera incesante seguiste tocando a la puerta de mi corazón. ¿Qué quieres que haga por ti, Señor?
10 de marzo
“Dios proveerá”
“Entonces alzó Abraham sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal; fue Abraham, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham a aquel lugar ‘Jehová proveerá’ ” (Génesis 22:13, 14).
Si tuvieras que darle nombre a la peor experiencia de tu vida, ¿cuál le pondrías?
Abraham se encontró exactamente en esa situación. Dios le había pedido que se trasladara a la tierra de Moria, y ahí ofreciera a Isaac, su único hijo, en holocausto. Cuando el anciano patriarca,