Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala

Nuestro maravilloso Dios - Fernando Zabala


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idioma (p. 20).

      Durante el transcurso de su ministerio, Mark se dio cuenta de que los Kwakiutl eran muy generosos. ¿Cómo podía ser que no supieran decir “gracias”? En su momento, supo el porqué. Cada vez que alguien era objeto de un acto de bondad, esa persona a su vez lo retornaba con otro acto de bondad. Por cada favor, los Kwakiutl respondían con otro favor, en ocasiones superior al que habían recibido. Es decir, demostraban su gratitud, no con palabras, sino con hechos.

      Curiosamente, la costumbre de los Kwakiutl armoniza con la manera en que el Diccionario de la Real Academia Española define “gratitud”: “Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”. Es decir, por un lado, la persona agradecida reconoce que ha sido objeto de un acto de bondad; por el otro, corresponde a ese favor de alguna manera.

      ¿Cuán agradecido eres? En primer lugar, pensemos por un momento en las bendiciones que a diario recibimos.

      ¿Hay pan en nuestra mesa? ¿Hay un techo que nos cobije? ¿Tenemos un trabajo que nos provea el sustento? ¿Una familia que nos quiere? ¿Buenos amigos? ¿Un Padre celestial que nos ama entrañablemente? La lista es interminable.

      Ahora la segunda parte: ¿Cuán a menudo expresamos nuestra gratitud por estas bendiciones? Pues, ¿sabes qué? ¡Este es un buen momento para hacerlo! Primeramente, comencemos el día dando gracias a Dios por lo mucho que nos ama, y porque nada nos falta. En segundo lugar, resolvamos hoy decir “gracias” a alguien –el cónyuge, un hijo, un amigo o amiga– a la manera de los indígenas Kwakiutl; es decir, haciendo algo bueno por esa persona.

      ¿Puedes pensar en alguien a quien puedas agradecer hoy? ¿Qué podrías hacer por esa persona, o qué podrías decirle, que le muestre tu agradecimiento?

      ¡Gracias, Señor, porque nada me falta, y por tantas personas buenas a mi alrededor!

      Esperar en Dios

       “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13, NVI).

      ¿Cuál fue el gran descubrimiento del siglo XXI? En opinión de William James, considerado por muchos como el fundador de la Psicología moderna, ese gran descubrimiento consistió en entender que el ser humano puede cambiar su vida al cambiar su actitud (The Speaker’s Sourcebook, p. 57).

      Hoy es un hecho generalmente aceptado en el ámbito de las ciencias sociales que la vida de una persona se ve afectada, no solo por los hechos que experimenta a diario, sino especialmente por la forma en que reacciona ante esos hechos, sobre todo, si son dolorosos.

      Un ejemplo que ilustra bien esta gran verdad lo encontramos en el Nuevo Testamento, en la experiencia de Ana, la profetisa. Según la Escritura, Ana era una mujer de edad muy avanzada. “Había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Luc. 2:36, 37).

      ¿Te diste cuenta de lo que dice el texto anterior? Esta mujer perdió a su marido después de solo siete años de estar casada, y durante el resto de su vida había vivido sola. Sin embargo, no se había alejado de Dios; al contrario, había seguido orando y sirviendo en el Templo.

      ¿Qué permitió a Ana asimilar el golpe que significó la pérdida de su esposo? Esta buena mujer se contaba entre quienes “esperaban la redención de Jerusalén” (vers. 38). Es decir, en lugar de vivir mirando hacia atrás, hacia su pasado, Ana había puesto su esperanza en el futuro, en el día cuando la promesa del nacimiento del Mesías se cumpliría. ¡Y Dios le concedió ese privilegio! En el mismo momento en que Simeón tomaba al Niño en sus brazos y alababa a Dios, Ana se presentó y pudo contemplar al Redentor de Israel.

      Tú y yo también hemos sido golpeados por las injusticias de la vida. ¿Cómo reaccionaremos hoy? ¿Seguiremos lamentando nuestro pasado? Mi recomendación es que, al igual que Ana, vivamos orientados hacia el futuro, hasta el día de nuestra redención. Mientras tanto, como dice nuestro texto para hoy, “oremos para que el Dios de la esperanza nos llene de toda alegría y paz”, y “rebosemos de esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

      Dios de toda esperanza, llena hoy y siempre mi corazón de alegría y paz, mientras espero el día de mi redención.

      ¿Hijo de Abraham?

       “Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:9, 10).

      Otro de mis relatos favoritos de las Escrituras es la conversión de Zaqueo (Luc. 19:1-10), un hombre rico que, según las Escrituras, trabajaba como jefe de los cobradores de impuestos, y que cuando se enteró de que Jesús pasaría por Jericó, se trepó a un árbol para poder verlo. Hay varias preguntas que se derivan de este relato.

      En primer lugar, ¿cómo podía Zaqueo ser rico con el salario de un cobrador de impuestos? La respuesta que Juan el Bautista dio a unos cobradores de impuestos que pidieron ser bautizados nos da la pista. Les dijo: “No cobren más de lo que deban cobrar” (Luc. 3:13). ¿Por qué los exhortó a no cobrar más de la cuenta? Porque en esos tiempos los cobradores de impuestos acostumbraban a quedarse ilícitamente con parte del dinero.

      En segundo lugar, ¿qué razones tan poderosas indujeron a Zaqueo a correr y treparse a un árbol, acciones a todas luces impropias para un hombre de su posición? Lo que ocurría era que “Zaqueo había oído hablar de Jesús”, y se había enterado de que el Señor “se había comportado con bondad y cortesía para con las clases proscritas”. Entonces se despertó en él el anhelo de una vida mejor (El Deseado de todas las gentes, p. 506).

      En tercer lugar, ¿cómo es que Jesús llama a Zaqueo por nombre sin que se hubieran conocido antes? La respuesta, en parte, está en el párrafo anterior. Jesús ya conocía a Zaqueo, y sabía de la obra que el Espíritu Santo estaba realizando en su corazón. Por ello, y porque nuestro Señor vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido”, corrió el riesgo que suponía asociarse con un hombre repudiado por el pueblo. Además de hospedarse en su casa, lo reconoció como hijo de Abraham y le otorgó el don de la salvación (ver Luc. 19:9, 10). ¡Más no se puede pedir!

      ¿Quieres, al igual que Zaqueo, “ver” hoy a Jesús? Pues, de acuerdo con lo que hemos leído hoy, puedes confiar en que antes de que tú lo busques, el Señor te buscará; y antes de que lo llames, él te llamará. No importa cuán oscuro haya sido tu pasado, él con gusto te perdonará si, al igual que Zaqueo, le permites entrar en tu hogar y en tu corazón.

      Gracias, Jesús, porque no te avergüenzas de ser mi amigo. Sobre todo, gracias porque entre tu reputación y mi salvación, escogiste mi salvación.

      “Compre cuatro, y lleve uno gratis”

       “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de vuestro Padre. Pues bien, aun vuestros cabellos están todos contados. Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 10:29-31).

      ¿Cuántos pajarillos me darías por un cuarto? –pregunta el comprador.

      –Dos –responde el vendedor–. Pero por dos cuartos te doy cinco. Uno te sale gratis.

      Este el típico regateo en el mercado público. En Mateo leemos: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? (Mat. 10:29). Lucas, por su parte, dice: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?” (12:6). Sin lugar a dudas, para quien estuviera dispuesto a pagar dos cuartos, un pajarillo le salía


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