Lecciones sobre la Analítica de lo sublime: (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29). Jean-Francois Lyotard
entre la facultad de concebir y la de presentar, sin que la primera deba poder llevarla por un «aburrido» (82; 85) exceso de orden (de geometría, por ejemplo), ni la segunda por una fantasía a tal punto desenfrenada que ella escaparía a toda finalidad subjetiva (80-83; 82-84). Esta disposición eufónica (para retomar el motivo de la Stimme) es examinada en el análisis del gusto desde el punto de vista de la relación, que aquí es la finalidad (63-76; 58-77). Esta finalidad es subjetiva en su puesta en relación de los componentes del pensamiento de lo bello, es decir la imaginación y el entendimiento, de manera de sugerir su acuerdo. Es sólo así, lo repito, que un «sujeto», un sujeto uno, es prometido.
Que la relación de las facultades en juego en el sentimiento sublime, la imaginación y la razón, sea al contrario cacofónica, no cambia en nada la disposición general que sitúa toda la estética del lado de lo «subjetivo» o del juicio reflexionante. Simplemente el sentimiento parece deber ser allí lo inverso de lo que es en el gusto, ya que lo que se experimenta en lo sublime no es la buena proporción en el juego de las facultades que allí están en ejercicio, sino su desproporción e incluso su inconmensurabilidad, «un abismo, Abgrund» las separa, que «aterroriza» y «atrae» la imaginación (97; 163), mandada a presentar lo absoluto. Será la paradoja del análisis de Kant (que sigue aquí muy de cerca, no importa lo que diga, aquello que Burke ha hecho del delight) encontrar en esta cacofonía una eufonía secreta, de rango superior (aquí 5).
Sin embargo, también los compañeros habrán cambiado. La razón vendrá a reemplazar al entendimiento en el desafío lanzado a la imaginación y es por eso, exactamente, que una distinta finalidad podrá revelarse en las ruinas de la concordancia de las facultades hechas por el placer de lo bello. Pues es gracias al cambio de compañero de la imaginación que un conflicto, que no aparece en primer lugar sino como «matemático», en el sentido de la Antitética de la primera Crítica, puede transformarse en un conflicto «dinámico». De un conflicto en que la reflexión expulsa ambas partes, espalda contra espalda, por un doble No: usted no tiene, ni una ni otra, ninguna legitimidad de pretender lo que pretende. Así se pasará a un conflicto en que ella los acreditará a ambos por un doble Sí: la imaginación está justificada en esforzarse en presentar lo impresentable y a no poder lograrlo; la razón tiene razón en exigir de ella este esfuerzo vano, ya que la razón es aquí práctica y la Idea a presentar es la causalidad incondicionada, la libertad, que requiere constitutivamente su efectuación presente pero que, también, constituye el «destino» supremo del espíritu (aquí 7,4 sq.).
Al preguntar ahora si el sujeto de lo sublime es el mismo que el de lo bello, la pregunta no tiene ningún sentido. Como del gusto, no hay ya sujeto del sentimiento sublime, como síntesis, como contenedor, o como cómplice. Que sea subjetivo el sentimiento sublime significa que es un juicio reflexionante y que a este título no tenga ninguna pretensión de objetividad de un juicio determinante. Es subjetivo en lo que él juzga según y del estado del sentimiento, de manera tautegórica. Como para el gusto, la filtración del análisis de este juicio estético a través de las categorías permitirá determinar una concepción de este «estado». El procedimiento revelará cuán precaria es la unidad de las facultades, perdida casi –y he ahí el componente de angustia de este sentimiento. La «aptitud» para las Ideas de la razón debe ser desarrollada para que la perspectiva de una unidad resurja del desastre y que, simplemente, sea posible el sentimiento sublime. Es su componente de elevación, lo que lo asemeja al respeto moral. El gusto promete a cada uno la felicidad de una unidad subjetiva cumplida, mientras lo sublime anuncia a algunos una unidad distinta, menos completa, en alguna medida naufragada y más «noble, edel» (109; 120). Recordando los diversos predicados, no se hace sino pintar tonos, matices de sentimiento; no construimos un sujeto. El sentimiento estético en la singularidad de su ocurrencia es lo subjetivo puro del pensamiento, es decir el juicio reflexionante mismo.
En Kant, lo que se llama el sujeto o bien es el aspecto subjetivo del pensamiento, consistiendo enteramente en la tautegoría que hace del sentimiento el signo, para el pensamiento, de su estado, entonces el signo del sentimiento mismo, ya que el «estado» del pensamiento es el sentimiento; o bien, el sujeto sólo es el punto cero en el que llega a suspenderse la síntesis de conceptos (en la primera Crítica) o el horizonte siempre pospuesto de la síntesis de las facultades (en la tercera Crítica); en este segundo caso, es una Idea, en suma, de la que la primera Crítica cuenta los paralogismos que se adhieren a ella si no le prestamos atención, reflexivamente, a la apariencia trascendental (KRV, 278 sq.; 370 sq.). Es precisamente por la reflexión, utilizando el estado subjetivo como guía del pensamiento, utilizando el sentimiento que la acompaña en todos sus actos, que se puede hacer notar esta apariencia y restablecer los buenos domicilios. Y cuando el acto del pensamiento refiere al sujeto, es todavía por la reflexión que podemos hacer la crítica de la noción de sujeto.
5. La heurística
Conviene ahora examinar las consecuencias para el pensamiento y para el texto críticos del otro rasgo característico de la reflexión, aquel que he llamado heurístico. Es poco decir que la reflexión acompaña, en calidad de sensación, todos los actos del pensamiento: ella los guía. Poco decir, también, que ella transita a través de la tópica de las esferas de las facultades: ella la elabora. Y todavía poco decir que ella se elabora a sí misma de manera transparente en la estética en lo que esta tiene de subjetiva: la reflexión es también el laboratorio (subjetivo) de todas las objetividades. Bajo su aspecto heurístico, la reflexión parece entonces ser el nervio del pensamiento crítico en tanto que tal.
Es bajo el aspecto heurístico que Kant la introduce desde la primera Crítica, en el Apéndice de la Analítica de los principios (KRV, 232-249; 309-331). Llama reflexión, Ueberlegung, «el estado del espíritu en el que nos preparamos primero a descubrir, ausfinding zu machen, las condiciones subjetivas que nos permiten llegar a conceptos» (ibid., 232; 309). El texto está ampliamente dedicado a la crítica de la filosofía intelectualista, la de Leibniz momentáneamente. Manteniéndose fiel a la inspiración que gobierna la Estética transcendental, Kant recuerda aquí que los fenómenos no son objetos en sí y que es necesario repatriar en el territorio que pertenece a la sensibilidad un cierto uso de «conceptos» que Leibniz atribuye por error al puro entendimiento.
El problema atañe a una domiciliación de las síntesis. No toda síntesis es un hecho del entendimiento. ¿Pero cómo lo sabemos? Habría que disponer de una «tópica» que no sólo distinguiera por adelantado los «lugares» (ibid., 236; 315) según los cuales las síntesis pueden tener «lugar», precisamente, sino también las condiciones en que la aplicación de estas síntesis es legítima y aquellas en que no lo es. La «tópica lógica» (ibid., 236; 316), cuya fuente es Aristóteles, distinguía los diversos «títulos» (ibid., 236-237; 315-316) bajo los cuales una pluralidad de representaciones dadas puede ser reunida. Pero esta determinación depende de una «doctrina, eine Lehre» (ibid., 236; 315), que ya identifica estos títulos con categorías lógicas como si toda síntesis fuera legítima desde el momento en que ella obedece a una regla del entendimiento, error que perpetuará el intelectualismo.
El problema previo a una tópica lógica es entonces: ¿cómo se determina el uso de estos «títulos»? ¿En qué difieren de las categorías? Es el problema de la «tópica trascendental». No prejuzga lo que los títulos que distingue son aplicables a las cosas mismas. Lo que allí se presenta es sólo «la comparación de las representaciones que preceden el concepto de las cosas» (ibid., 237; 316). Estos «títulos» reagrupan maneras espontáneas de sintetizar datos. Podríamos decir que responden todos a la pregunta: ¿en qué eso (esto dado) hace pensar? Entonces, son siempre comparaciones. Pero podemos comparar de acuerdo con varios títulos. Kant cuenta así cuatro maneras de comparar, cuatro títulos, que discute en la primera parte del Apéndice: identidad/diversidad (Verschiedenheit), concordancia/oposición (Widerstreit), interno/externo y determinable (o materia)/determinación (o forma).
¿En qué son diferentes de los esquemas cuando parecen ocupar un lugar intermediario análogo al suyo? La función del esquematismo, repitámoslo, es volver composibles los modos de síntesis ya definidos y atribuidos