Reportajes. Gonzalo Arango

Reportajes - Gonzalo Arango


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DE ESCLAVA

       HOMENAJE A BRETON

       ALBERTO AGUIRRE

       EL POETA MARIO RIVERO DE ENVIGADO, ANTIOQUIA

       ÁLVARO BARRIOS

       CHOCÓ EN LLAMAS

       HUMBERTO NAVARRO

       CARTAGENA PIRATA

       EPÍLOGO

       LOS REPORTAJES DE GONZALO ARANGO

       Juan José Hoyos

       NOTAS AL PIE

      La presente edición de Reportajes recoge los textos que se publicaron en la edición de la Universidad de Antioquia (2003), así como la selección de artículos y la división en dos tomos de dicha versión. Para esta Colección Biblioteca Gonzalo Arango, editada por la Editorial EAFIT y la Corporación Otraparte, conservamos ese sentido de continuidad y unidad estética en las obras de Gonzalo Arango, buscando que los lectores encuentren en los textos, revisados nuevamente, la claridad y la insolencia con que él reportó su mundo.

      El centro de este primer tomo son los reportajes dedicados al ambiente artístico de los sesenta, al nadaísmo y sus escritores, que también fueron sus amigos, y a algunas personalidades importantes del momento. Una especie de biografismo del interior, al que alude Gonzalo Arango para interpelar a sus entrevistados, pone en evidencia simultáneamente la conciencia histórica de la época. Una mayéutica a la inversa, donde parece ser Aliocha –seudónimo con que Arango firmó estos reportajes– quien devela las verdades de los interlocutores, va configurando auténticos relatos donde los personajes resultan ser, más bien, construcciones suyas.

      Así, el carácter literario en el periodismo de Arango no queda en suspenso totalmente; en realidad, se confirma, como bien lo señala Juan José Hoyos en el epílogo que cierra esta edición.

       Cristian Suárez Giraldo

      Editor

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      Al hombre que puso la poesía en estado de alerta, la regó por todo el país y la insufló de manera indeleble en el alma de la juventud, ahora se le quiere desconocer el título de poeta. Por fortuna para su prosa, se dice, la dedicó al periodismo. Pero creo que fue para pagar su plato de frijoles, única comida diaria que se permitía ya avanzada la noche, que tuvo que alquilar su pluma a la prensa. Era, además, la posibilidad abierta de mantenerse en contacto con su público y con sus escritores amigos.

      La pasión por la creación le quitaba el sueño. Gracias a su insomnio y a su máquina de escribir de letras cuadradas dejó un caudal de literatura asombrosa expresada en todos los géneros: el poema, el cuento, la novela, el teatro, el ensayo, el panfleto, la carta. Su correspondencia se considera entre las más bellas de la tierra. Muchas de sus obras inéditas conocieron el fuego. Se encuevaba para la poesía y solo para practicar el periodismo retornaba al mundo de los humanos. Y en el periodismo hizo a su vez maravillas: reportajes, crónicas, comentarios de arte y de libros, artículos, columnas. Era un periodismo de combate, de denuncia, de hostigamiento. Pero también de un lirismo blasfemo y un tono juguetón y sarcástico.

      Con la fundación del nadaísmo se le abrieron unas puertas y se le cerraron otras. Entre las siempre abiertas estuvieron las cárceles y las redacciones de los periódicos. Gonzalo sabía cómo capturar al lector, atraparlo y envolverlo. Los policías sabían hacer lo propio con él.

      Todos los periódicos de Colombia y todos sus suplementos publicaron sus colaboraciones, gratis y remuneradas. Tuvo columnas en El Tiempo (Signo de Escorpión y Bolsa de Valores), en La Nueva Prensa (Todo y Nada), en El País (El Callejón de las Chuchas), en El Heraldo (Heraldo Negro), y la Última Página de Cromos. Dirigió durante ocho números su propia revista: Nadaísmo 70; y fue colaborador estelar de Esquirla, La Viga en el Ojo, El Ojo Pop y el suplemento de El Expreso, órganos nadaístas en distintas épocas. En el semanario Contrapunto de Jaime Soto publicó por entregas sus memorias de presidiario. Los periódicos se compraban para leer a Gonzalo Arango, y Gonzalo Arango muchas veces no tenía para comprar los periódicos donde escribía.

      Don Camilo Restrepo, director de Cromos, lo convirtió en su pupilo. Le dio su voto de confianza y lo primero que hizo el Profeta fue presentar en una serie de entrevistas a sus compañeros de generación, mezcladitos con otros importantes personajes del mundo de la cultura. Y los altos personajes de la política comenzaron a aspirar a ser entrevistados por el insolente. Eso daba prestigio y puntaje. Gonzalo hizo unas pocas incursiones en eso tan espinoso y tiró la toalla. Entonces se dedicó a narrar sus aventuras de la errancia. Sus crónicas de Gonzalo el Simbad, en alta mar; o por los caminos de Francisco el Hombre; o en el Pacífico; en las islas de San Andrés y en el Vaupés.

      Del itinerario periodístico de Gonzalo, en su primera fase, la de crónicas y entrevistas, da cuenta este libro. La segunda parte contendrá lo que fueron propiamente sus columnas. Hace diecisiete años que Gonzalo Arango leyó un periódico por última vez. Tal vez lo iba leyendo en el vehículo de servicio público cuando recibió la dentellada de un bólido. Sin embargo, lo seguimos leyendo, como si fuera un escritor de ultratumba, porque entidades generosas quieren revivirlo en el corazón de la juventud, tan necesitada hoy de paradigmas.

      Jotamario Arbeláez

       Bogotá, marzo de 1993

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      Gonzalo Arango es mejor hablado que leído. El agresivo escritor nadaísta cuya filosofía tiende a destruir todos los mitos, todos los valores; a soltar, pudiéramos decir, todas las amarras que atan a los seres humanos a las normas establecidas, es personalmente un hombre tímido, mesurado al hablar… y hasta sencillo… Su misión, en este mundo, es vivir…, en todo el sentido de la palabra, llevándose de calle la moral, el orden, las buenas costumbres… Pero con todo y esas libertades, Gonzalo Arango no es feliz. Es un atormentado, un hombre en muchos sentidos frustrado, un solitario… “Los nadaístas somos muy desgraciados”, afirma; “además la felicidad no existe sino como un estado de plenitud anímica, que se da por oposición al dolor. Somos trágicos, pero paradójicamente podríamos llamarnos felices…, porque no nos atamos. Gozamos con irresponsabilidad. No tenemos moral”.

      En el ambiente convencional en que lo entrevistamos –una pastelería–, ante una mesa con mantel almidonado y florero con rosas en el centro, parecería desubicado, ya que lo imaginamos mejor instalado en buhardillas,


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