Color hollín. Gabriela Lezaeta
Esta relectura nos enfrenta inevitablemente a proponer modos alternativos de leer o de no leer una tradición. Así, tenemos la posibilidad ahora, gracias a esta colección de Ediciones Universidad Alberto Hurtado, de apreciarla desde otro contexto y así, más que ampliar el canon, si es que aún tiene sentido hablar en estos términos, propiciar lecturas que nos permitan viajar en el tiempo. Esta propuesta se enfoca en cómo restaurar el lugar de la autora y la novela, así, la tarea hoy es la de cederle un puesto tardíamente. Color hollín emerge como un texto “recobrado” que podemos leer en el contexto actual, a la luz de la transformación feminista que vive el país, por lo que encontrarnos con estas voces, como la de Gabriela Lezaeta y sus personajes femeninos, nos permite incorporarlas entre aquellas novelas con enfoque social, pero en donde además aparecerán otros discursos, como el médico y el siquiátrico, junto con una preocupación por la innovación de la técnica literaria. Lezaeta entrega una perspectiva de lo marginal, pero desde lo femenino, a través de su personaje María, proporcionando de este modo, una mirada crítica única al lugar de las mujeres en ese contexto social.
Más allá de si se menciona a Color hollín en alguna lista de narrativa publicada en los años setenta, o de preguntarse por qué no figura en ninguna lista de lectura escolar o en alguna historia de la literatura, es necesario explorar el campo cultural de la época, así como las condiciones de producción, contadas por la misma autora Gabriela Lezaeta, contexto al que atenderé más adelante. Tal como lo ya señalado por Andrea Kottow y Ana Traverso en la introducción a Escribir & tachar. Narrativas escritas por mujeres en Chile (1920-1970):
Las publicaciones de las mujeres se invisibilizaron al ser leídas y comentadas como “literatura femenina” y con ello terminaron desvinculadas de las tendencias literarias dominantes: criollismo, imaginismo, realismo social, existencialismo en narrativa, y modernismo y vanguardismo en poesía. A la luz del presente, es fácil advertir que estas escrituras, por el contrario, no estuvieron ajenas a los movimientos epocales… (21).
Este hecho coincide con que en la escritura de Lezaeta se cruzan la novela social y la experimentación al incluir tendencias narrativas modernas, cercanas a las vanguardias y luego al boom latinoamericano: la corriente de la conciencia, los saltos temporales, el lenguaje de los sueños, entre otros elementos innovadores. Junto con estas características, concuerdo con Kottow y Traverso sobre la desviación de estos textos respecto de la norma heteropatriarcal. Las autoras a las que se refieren ofrecerán nuevos y alternativos modelos de mujer (23), tal como ocurre con María, quien deviene como individuo consciente de su subjetividad, a partir de su ausencia del habla, para transitar hacia la presencia de la escritura y de sí misma. Su transición quedará plasmada en esos signos antes ininteligibles, en reflexiones, ideas y análisis para la lectura de su médico, quien ostenta el poder para sanarla y encarna, entonces, la presencia de la norma.
Sin duda, la condición de María podría estar cercana a la histeria y a toda esa “imaginería que vincula femineidad y enfermedad” (109), tal como señalan de Gilbert y Gubar en La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX, ligada la metáfora de escritura y enfermedad, así como de “imágenes obsesivas de encierro” (78), que revelan el modo en que escritoras y artistas se sintieron atrapadas y enfermas (79).
En Color hollín, tanto enfermedad como encierro convergen en la mudez (encierro en sí misma) y así, a través de la hipnosis, María experimentará la activación del recuerdo, obteniendo como resultado de ese estado de mejoría en la escritura, salir de sí misma hacia un exterior, que es la hoja en blanco: “…la enfermedad se vuelve cifra de una doble anomalía: ser escritora y ser mujer” (Gilbert y Gubar 109). Esta escritura como expresión de esa enfermedad es leída como parte de esta anomalía, sin embargo, se intenta curar la mudez buscando el síntoma no solo en el cuerpo sino que también en la siquis, de modo de encontrar la causa del impedimento, del habla. Este desconocimiento del lenguaje se puede leer también como un preludio, si queremos, a la posterior conversión de María en escritora, tal como lo ilustran Gilbert y Gubar con relación a enfermedades recurrentes en la literatura de mujeres como la afasia u otras condiciones relacionadas con el lenguaje: “…muchas escritoras consiguen dar a entender que la razón de tal ignorancia del lenguaje —así como la razón de su profundo sentido de enajenación y su ineludible sentimiento de anomia— es que han olvidado algo” (73).
En “Escritura de mujeres: una pregunta desde Chile”, Adriana Valdés parte del principio (citando entre otras a Hélène Cixous), de que las mujeres se hallarían fuera del lenguaje, al situarse, doblemente al margen, tanto del discurso hegemónico o normativizado como de la escritura:
Las opciones de las mujeres, ante esta contraposición entre su “estar fuera” y el lenguaje (o entre el lenguaje y lo femenino en cuanto represión y marginación, lo latinoamericano
en cuanto represión y marginación) pueden ser apartarse de cualquier discurso vigente, hasta caer en la ininteligibilidad… (188).
Esta afirmación podría coincidir perfectamente con la primera parte de la vida de María, quien no puede hablar, es decir, no puede emitir palabra-sonido inteligible, solo ruidos guturales, lo que no significa que esté fuera del lenguaje. De todos modos, para el resto es doblemente marginada de ser comprendida e interpretada, de ser considerada una igual, en ese mundo ya marginal:
Difícil recordar algo con este sueño que tengo, con este cansancio, y más aún si me preguntan por mi madre. Nunca fui esa muchachita detestable y flaca de la que me hablan, siempre he sido lo que soy: una persona mayor, que estudia, se adapta, y obedece… No puedo. De verdad que estoy tratando de recordarla. Voy cayendo… Hay humo… o neblina, y la mesa no me deja verla. Espera… está más claro… hay un gato. Salta de mis brazos y se escabulle… Es todo un universo este hueco tibio, techado con un mantel en el que cada rotura imita una estrella (Lezaeta 16-17).
En Color hollín, oímos múltiples voces, sobre todo escuchamos a mujeres: la madre de María, la curandera de la población, las vecinas, y principalmente a María, esta combinación nos entrega una perspectiva social única del Chile de ese momento, contada a través de la mirada subjetiva y poética de la narradora.
Hasta aquí se podría pensar que estamos ante una narración tradicional con ciertos rasgos modernos, realistas y de corte social. Una novela en la que el uso de la técnica de la corriente de la conciencia o el cambio de perspectivas manifiestan cierta experimentación, a partir de la cual se reconstruye anacrónicamente la narración de María, lo que nos lleva a desentrañar cómo la protagonista estructura mentalmente su relato, cómo lo escribe y lo transmite al doctor y a Lucy, su otra interlocutora-lectora, haciéndonos parte de su experiencia, que se va dibujando más allá del colorido oscuro, del color del hollín.
Por orden de un siquiatra, María intenta recordar su pasado y el origen del trauma. El doctor la somete a sesiones de hipnosis, práctica ampliamente aceptada por la siquiatría desde fines del siglo XIX; hacia 1887 Sigmund Freud comienza a utilizarla con sus pacientes luego de haber visitado y observado a Charcot en el hospital de la Salpêtrière en París. Así queda estipulado en el “Informe de Berkhan. Experimentos para mejorar la sordomudez y éxito de dichos experimentos, 1877”, donde escribe que Charcot habría logrado devolver la escucha y la voz a personas sordas y mudas de nacimiento, a través de la hipnosis (183). Este texto nos permite releer Color hollín acompañado del discurso médico-siquiátrico, además del literario, atendiendo con particular atención al tipo de terapia al que María será sometida. La escritura será consecuencia directa de este tratamiento para sanar un trauma. Este hecho nos inserta en el largo camino por el que transita María para llegar hasta acá, el comienzo de la novela y el desenlace de su historia, encontrándose con la escritura:
No doctor. No creo que necesite otra inyección. ¿Es que soy esa chicuela harapienta y estoy soñando? ¿O es que son míos? ¿En el jardín de mis sueños o de mi realidad bailan estos personajes increíbles?
Ya vuelvo atrás, aunque hay algo en mí que se resiste. Yo misma que me atravieso en el camino y no me dejo pasar. Obediente con usted cierro los ojos un minuto como me ordena y desaparece el obstáculo: estoy viendo a mi madre. Usted tuvo la culpa: me obligó a colocar el último cuadro del rompecabezas… El humo