Color hollín. Gabriela Lezaeta

Color hollín - Gabriela Lezaeta


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logra articular su pensamiento en María y le entrega estructura a este relato; es en cierto modo su entrada al lenguaje, dejar la infancia, como experiencia originaria, siguiendo a Giorgio Agamben en Infancia e historia: “(…) aquello que en el hombre está antes del sujeto, es decir, antes del lenguaje: una experiencia “muda”, una in-fancia del hombre, cuyo límite justamente el lenguaje debería señalar (64)”. Sin embargo, esa infancia coexiste originariamente con el lenguaje, no es que exista una cosa sin la otra. Un momento que es imposible de determinar, de situar el cómo y el cuándo, eso sí, si cambiamos acá al hombre por la mujer y agregamos el medio a través del cual podría ocurrir, será entonces, a través del acto de escribir como modo de hablar el que llevará, en un tránsito que deja la infancia y conlleva a construir una subjetividad.

      De este modo, en los gestos de María en la novela, en su condición de testigo, de muda-niña y escritora-adulta —si es que cabe agrupar binariamente alguna categoría— quizás lo único realmente definitorio sea el lenguaje, primero la ausencia y luego la capacidad de este de constituirla como un sujeto válido a partir de este encuentro con el lenguaje escrito. Esta escritura en una primera parte es evocada desde su recuerdo, imágenes y diálogos, que rememoran su pasado a través de una escena narrada en tercera persona. Esta describe su conciencia y sus pensamientos más profundos. Así leemos, por ejemplo, su reflexión sobre el origen de la vida, siendo aún una niña, al observar el parto de una vecina:

      De pie, junto al perro indiferente, la muda trata de pasar desapercibida, no respirando, escondiéndose en la sombra, como un poste para sujetar la negrura sobre sus hombros. Colmada por el milagro de la maternidad, se le aclara y comprende, sabiendo que el niño se le desarrolló dentro del vientre, esponjándose como un grano de trigo en el cálido fondo de una olla de greda, compadecida del dolor de la madre, pero sin comprender su mirada dura que roza sin amor la cabeza pequeña (40).

      Esa narrativa habla de su entendimiento e introspección, reflexiones en las que se adivina vida y dolor. Expresiones que la escritura dejará salir, para así inaugurar su llegada a una condición más existencial, que más adelante María describe:

      La primera cuerda que me tendieron hasta el fondo de mi pozo. La gente habla de la soledad, pero qué sabe la gente de la verdadera soledad: como en un vehículo, se arrancan de ella en las palabras. La mía es sin escapatoria. Me siento sola, Lucy: con una curiosa sensación de caerme hacia adentro de mí misma, cada vez más hondo, en una especie de trance hecho de peldaños o como si dieran vuelta al revés (219).

      Gracias a esta narración de María, a veces en primera persona y otras en tercera, nos es posible ahondar en su introspección, en la voz de su conciencia, con el ritmo que entrega su mirada descriptora del entorno, con una visualidad pictórica, tal como se ve en ciertos pasajes, y su esfuerzo por hacer visible su memoria. Así también conoceremos cómo es su entrada a ese lenguaje, el modo en que es ayudada por los cuidados del convento y del médico, volcándose en este diario que va intercalándose con la narración de María y los habitantes de su entorno:

      A veces él revisa los papeles de su escritorio o los libros cuidadosamente ordenados de los estantes, haciéndose el distraído, pero luego siento sus ojos sobre los míos y es como si me viera desnuda, con una desnudez peor que la otra, es decir, como sin cuerpo: yo entera hecha de letras, de signos que forman un todo de verdades. Mi niñez y mi juventud escritas en este fantasma, y él al frente, para descifrarme como un “puzzle”. La inyección que me colocan al entrar, empieza a producirme sueño; agradable como ese sopor que se siente después de una comida abundante (217).

      Ese entrar a la letra, leer los signos y dejar a ese fantasma, se relaciona íntimamente con esta niña-mujer muda que escribe, consciente de su cuerpo y desnudez, que vuelve desde sus recuerdos, a narrar su pasado, a su vida como era antes y después de entrar al convento, accediendo sin duda a una importante transformación, que incorpora tanto el tratamiento del cuerpo como de la letra.

      Recomponer la escena

      “La euforia de escribir hacia la derecha

      y hacia la izquierda en el papel,

      de arriba abajo y de abajo hacia arriba.

      En silencio y con bulla, tendido,

      sentado y también de pie.

      A máquina, con lápiz y mentalmente

      y también en el borde de los diarios y en ‘confort’”.

      (Gabriela Lezaeta ¿Quién soy? 19)

      ¿Por qué no conocí o leí antes esta novela? Me pregunto mientras la voy leyendo, y recordando que antes de este texto solo leí un cuento de esta autora (un cuento infantil) y únicamente porque sabíamos que era nuestra pariente, se llamaba “Anita mágica” y estaba en el volumen Cuentos cortos de la tierra larga (1989). Quizás fue justo después de haber leído Papaíto piernas largas, cuando decidí que quería ser escritora, cuando mi mamá me habló de esta prima de su madre, Gabriela Lezaeta, ¿O fue la tía Meche la que me contó de su existencia? Este cuento y otra novela, La segunda vida, siempre estuvieron en mi casa. Para mí, el que hubiera “una tía lejana escritora”, me sonaba a una persona muy famosa y por ende distante, a quien era muy difícil de conocer en persona, por lo que asumí que debía conformarme con su lectura.

      ¿Por dónde transita la escritura de las mujeres impresa, publicada, premiada, elogiada y reseñada, pero luego olvidada o más bien vagamente recordada? Sin ir más lejos y como mencionaba anteriormente, Color hollín ganó el Premio Gabriela Mistral en 1969 y fue publicada en 1970, aunque en rigor fue autoeditada. Tomando el contexto social e histórico de fines de los sesenta, la novela claramente recoge varias temáticas que estaban en el ambiente, la preocupación por lo social y la marginalidad, la perspectiva de un joven pintor, Pablo, quien circula entre la política, la bohemia y su arte.

      Al buscar referencias sobre la obra de Lezaeta encuentro algunas reseñas, sin embargo, no aparece ningún texto crítico que aborde la complejidad de la novela o que aluda a su novedad, a cómo la trama incorpora el discurso médico-siquiátrico, y cómo el artístico muestra y reflexiona acerca de la marginalidad. Esto permite a los lectores imaginar un Santiago delimitado entre una zona de modernidad y otra que parece detenida en el tiempo, hace no demasiados años atrás, un lugar abandonado como muchos otros que aún transcurren en otra temporalidad, más allá de haberse movido los límites entre lo urbano y la periferia. En una parte del texto se sugiere que la población donde se sitúa esta novela se ubicaría por la zona de Lo Valledor, en esa época fuera de los límites urbanos, suponemos que en una toma ilegal. Este es un territorio que contrasta enormemente con un Santiago descrito con autos, faroles, iglesias, edificios, calles y veredas; tan solo al otro lado del río: una acequia infectada, una toma de terreno, polvo, cerro, hacinamiento, poca higiene, carretas en lugar de automóviles. En síntesis, se muestra y denuncia un lugar con nula presencia de ningún tipo de orden, ni edificaciones ni servicios, por tanto, totalmente alejado de la presencia del Estado, que se hace presente solo cuando hay algún crimen y se asoma la policía. O bien, tras una catástrofe como una inundación, tras la cual aparece la ayuda social encabezada por mujeres de clase alta, como se ve en un pasaje del texto, ellas peinadas y arregladas con regalos para los niños, la caridad de la Iglesia, o bien jóvenes con algún tipo de inquietud social que se apersonan después de alguna catástrofe. Así es descrito el entorno donde transcurre la acción del texto y en el que habitan María, su madre lavandera y sus vecinas, madres solteras, ancianas aborteras y curanderas (con sabiduría y conocimiento de hierbas medicinales). Una de estas mujeres es retratada del siguiente modo:

      —Ella sabe d’esas cosas. No es como toas nosotras… entendía. Dicen que cuando llegó aquí hace años, ya era bruja… Apenas oscurecía se colgaba un rosario al cuello y partía p’al cerro. Dicen que se encontraba con el mismísimo diablo que le entregaba recetas y amuletos mágicos (25).

      Además de esta mujer, respetada y poderosa en la población, se encuentran los niños desnutridos y hambrientos, las violaciones de hombres mayores a niñas, robos, violencia, hacinamiento, alcoholismo, abortos, entre otros problemas.


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