En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso

En vivo y en directo - Fernando Vivas Sabroso


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técnico de todos los que debutaron detrás de las cámaras en el 4, el cubano Santiago García Bas, más conocido como “Chago” García. Junto a él destacaba el peruano Héctor “Tito” Velarde Cruz, que había hecho un rápido aprendizaje en la TV Tupi de Sao Paulo, y en el 4 fue un estimado director de cámaras y de la unidad móvil. A ellos y a Maurice Jouvet, director argentino que pasó una corta temporada en Lima, les tocó dirigir los primeros musicales que fueron complejizándose desde el simple escenario presidido por el órgano de Álex Hammond los primeros días de 1959 hasta el rudimentarlo bar junto al que cantaba la argentina Alicia Duncan unas semanas más tarde (se dice que este fue el primer programa con un decorado susceptible de llamarse tal) y ya en febrero el Canta Brasil, musical con el conjunto de paso Reyes do Samba, incluyendo una secuencia ambiental y coreográfica llamada Satán visita la Tierra.

      Fuera de escuchar a las estrellas cantando en vivo los dueños no tenían muchas ideas de lo que se podía hacer en televisión. Pedrín Chispa, que ya estaba comprometido con el futuro canal de los Delgado Parker, estuvo temporalmente en el 4 con el mismo teatro de marionetas que había establecido en el 7. Adaptaba cuentos conocidos, a veces en capítulos unitarios, a veces continuados, y lo demás quedaba librado a las manos del señor de los muñecos. Los primeros tiempos también fueron propicios para una popularísima figura de la radio y la escena cómica, Teresita Arce, la chola “Purificación Chauca”, autora de sus propios libretos, quien, en un espacio muy modesto e intermitente (sus fallas de auspicio se confunden con sus faltas al canal y sus nunca confirmadas amenazas de censura) soltaba su rutina verbal impostando a distintas “cholas” del Perú hasta acabar en su emblemático silbido. Las entrevistas a doctores fueron otro primerísimo intento de producción en vivo. En atmósfera de total sobriedad se anticipaba así la función asistencial de la televisión.

      Había que romper esta improvisada oferta escénica musical, esta simple asignación de directores y espacios a cantores contratados en las boites y sky rooms de Lima, y atacar otros géneros televisivos. Ya la radio tenía nombres y conceptos que podían dar fácilmente el salto a la pantalla. Lo más fácil y urgente era armar el flanco noticioso y así, a pocos días de fundado el canal, apareció El mundo al vuelo (también conocido como Telenoticias), primer y breve noticiero de la televisión comercial (cinco minutos), dirigido por Juan Weiss, judío de origen alemán. El nombre aéreo no era casual, auspiciaba Avianca. Utilizando fotos encargadas a un reportero gráfico del diario La Prensa y revistas extranjeras tijereteadas —“¡tumba!” era la señal dada por el coordinador para cambiar una vista por otra— pasaron algunas temporadas para que el canal se proveyera de un departamento de revelado de filmes. A mediados de 1959, Antonio Tineo asumió la dirección y Arturo Pomar hizo de locutor, ampliando a 15 minutos el relato de noticias. En agosto de 1962 el informativo del canal se convirtió en Noticiero Conchán con la dirección y comentarios editoriales de Raúl Ferro Colton, la voz de Arturo Pomar (eventualmente la de Carlos Flores Ledesma), y el más famoso crédito de presentación de los sesenta: un backing con un grifo y un autito que volaba en honor de la gasolina del auspiciador. Al mediodía se difundía el Telediario dirigido por Tineo y narrado por Osvaldo Vásquez.21

      El rubro infantil tenía conspicuos espacios sonoros como el Radio Club Infantil de Maruja Venegas, o el del “Tío Johnny” Salim en la misma radio América. Era cosa de semanas que la naciente América incursionara en el terreno. Pero Johnny hubo de esperar unos años para presentarse en televisión, pues le salió al paso otro “Tío Juan”, con más peso y canas que él y, según creían los dueños de América, mayor capacidad de controlar a los mocosos en vivo y en directo.

       El club de los niños

      El martes 27 de enero, a las 4 de la tarde, debutó El club de los niños de Juan Sedó, respetabílisimo locutor radial que había destacado por igual en el periodismo actual e inactual, en la política y sobre todo en el deporte. Habiendo inscrito a esa fecha a más de tres mil socios menudos, Sedó lanzó un programa basado en su carisma paternal, más bonachón que juguetón aunque, por supuesto, estimulando a los niños a perpetrar números divertidos. González sabía que pese a sus esfuerzos Sedó no iba a ser jamás el perfecto tío cómplice y contrató al adolescente Ángel Parra para mediar entre los clubistas y Sedó. El locuaz y agrandado, pero muy simpático Parra coanimaba, daba consejos de colegio y alternaba con el tío Juan para presentar la interminable lista de socios. Buena parte del programa transcurría en estos rituales de presentación en sociedad que colmaba el auditorio de padres y mocosos nerviosos. Parra siente que, a falta de suficientes juegos y distracciones, ahí también estaba el alma del espacio.22

      Por supuesto, hechas las venias, el show se imponía a través de los escasos medios a su disposición. Los payasos estaban a la orden y cumplían las rutinas que los niños no osaban hacer, por ejemplo, que uno de ellos actuase de bebé y el otro de niñera, ocurrencia que valió al programa las primeras quejas del público adusto. Más adelante vendrían otras cejas arqueadas por estimular a los nenes a bailar rock. Pero Sedó y su asistente Parra, futuro crítico taurino, no eran inmunes a esos jalones de orejas, así que incluyeron clases académicas y concursos de conocimientos, dando un ropaje escolar al programa, similar al que tuvo poco después Quien estudia triunfa. Más adelante Parra dirigió un “tribunal infantil” que exigía a los niños poner a prueba su aprendizaje vital.

      El juego sí pero la fantasía, piedra de toque y clave mágica de todo programa infantil del futuro, no fue precisamente la que presidió este primer Club de los niños de nuestra televisión. Hubo sí ojo avizor a los talentos promisorios que salían de las obedientes filas de los niños clubistas y tenían su show aparte, como Mario Poggi, precoz fonomímico.

       El hombre orquesta

      Un mes después de Juan Sedó, el 27 de febrero, un perfil opíparo y un carácter generosamente pícnico irrumpieron violentamente en el canal 4. Daniel Muñoz de Baratta, hombre de radio, cronista del espectáculo que presidió el Acirate (círculo de periodistas de radio y teatro), cómico de palabra y de letra impresa, bailarín, productor, militar durante la campaña contra el Ecuador de 1941, simpático y licencioso bohemio, inició una brillante y chirriante carrera televisiva que sólo su temprana muerte, el 7 de marzo de 1963, poco antes de cumplir los 50 años pudo interrumpir.

      En Cita con las estrellas, aún constreñido por la modestia de los decorados y de la producción en vivo, se limitó a presentar atracciones varias intercaladas con su ágil palabreo. “Echo chí”, una frase que lo caracterizaba desde la radio y una ancha y bonachona sonrisa hicieron que al cabo de unos programas su figura valiese más que la de los invitados.

      Como buen empresario tomó las riendas de su programa e introdujo firmemente la publicidad al espectáculo. “El hombre Philips nunca muere” fue una muletilla tan popular como el “echo chí” y como “La canción de la felicidad” que el cubano Frank Ramírez, el autor del bolero “Tú me acostumbraste”, compuso para la firma Nicolini y quedó como jingle distintivo de Baratta.

      A pasos firmes el primer hombre orquesta de nuestra televisión fue introduciendo sketchs e imitaciones escritas e interpretadas por él mismo y por un equipo al que integró a su hermano menor Hugo Muñoz de Baratta, al locutor Osvaldo Vásquez, al cómico chileno “Cachencho” y a las “Baratta girls”, reclutadas de entre las varias ombliguistas que animaban las noches limeñas. Muñoz de Baratta fue, por cierto, el primer peruano de la televisión que importó “carne” de Argentina; hizo más de un viaje a Buenos Aires donde contrató a algunas vedettes de impacto y algunas ideas cómicas (luego, en la época de El tornillo, los libretos llegarían por kilos).

      Cuando tuvo tiempo y recursos, Daniel Muñoz de Baratta llegó a filmar secuencias íntegras en exteriores para el Muñoz de Baratta show, el que con nuevos auspicios y una promoción a las noches sabatinas —el horario que en su momento también dominó Risas y salsa— llegó a establecer una furibunda competencia con la atracción similar del canal 13 de los Delgado Parker, el teatro cómico de


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