En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
Una semana después estaba en Acho, filmando una intentona de toreo bufo para su capítulo “En un cortijo de España”.
Lejos aún los días en que la comedia era una sucesión de los sketchs deshilvanados, Muñoz de Baratta estructuraba su programa en base a una sola y gorda intención paródica: “Chanchón y Manila”, por ejemplo, era su versión de “Sansón y Dalila”; “Los tres más chicheros” era su alcohólica revisión de “Los tres mosqueteros”; “La ciudad en bikini” con escenas filmadas en la bombonera del Estadio Nacional, era su parodia particular de La ciudad desnuda, serie policial yanqui. Intercalados en el libreto paródico, números musicales con las estrellas invitadas animaban el show. En una ocasión, una ‘Baratta girl’ se agachó y el director Gaspar Bacigalupi le ponchó el trasero. El lunes Nicanor González le llamó la atención a gritos, el canal no quería despertar ánimos censores. El travieso Daniel prefería no armar escándalos en pantalla; total, fuera de los sets —aunque todavía dentro del mundo permisivo del espectáculo— estaba de parranda permanente y cuentan que había fundado un “club de las libélulas” donde las vedettes y chicas joviales se matriculaban con sus respectivos padrinos.
El inquieto Baratta mantuvo su Cita con las estrellas durante la emisión de su show cómico. En realidad, cambió su nombre a Té El Dorado en TV por exigencia del auspiciador. Aquí siguió introduciendo atracciones varias y organizando concursos de choque. El más célebre fue el “Aga Khan”, buscando al humano más gordo del Perú. Fue elegido el señor Damasco Montenegro, oriundo de Casagrande (sic), confirmados sus 208 kilos en balanza convertida en principal decorado del set. El premio era su peso en centenas de soles.
Muñoz de Baratta fue también el primer animador en morder la cola del oficio. Fue pionero de la autoparodia televisiva con la secuencia “Baratta regala”, un remedo de Scala regala, popular hora de tareas cumplidas animada por Pablo de Madalengoitia en el 13. También Pablo y el 13 fueron el blanco de la parodia “Tony Curtis pregunta por 64 mil soles”. Obviamente, se trataba de Helen. Tanto recuerdan Osvaldo Vásquez como su hermano Hugo el pastiche del show musical más sonado de los primeros tiempos, el que armaron Xavier Cugat, Abbe Lane y sus chihuahuas en canal 13 en julio de 1960. Desde la otra frecuencia, anticipando un hábito futuro, Daniel, el mismo porte y sonrisa que Cugat, juntó a su troupe y a las Baratta Girls en un carnaval de antología, de esos en que el remedo resulta tan o más espirituoso y estrepitoso que el original. Pero ya nos adelantamos un par de años, volvamos a los primeros despertares en vivo del canal 4.
Bar cristal
El primer gran espacio de la ficción televisiva peruana fue un bar, más tirando para cantina que para restaurante. La elección de tal locación para urdir el programa más ambicioso a esa fecha no se debió a ningún creativo del medio, aún poco audaz y experimentado para olfatear el gusto de la teleaudiencia. Se debió a la intuición de la Backus & Johnston, la creadora de la cerveza Cristal, que disponía de un amplio departamento de publicidad y de relaciones públicas con personal contratado para desarrollar ambiciosos proyectos de comunicación.
Bar Cristal fue la primera de una larga serie de aventuras televisivas que la Backus produjo por todo lo alto. Sobre un argumento de amores, desencuentros y recomposiciones familiares entre personajes de barrio mesocrático que giran en torno a un bar democrático (por necesidad dramatúrgica las mujeres decentes se codeaban allí con los criollos cerveceros), se encargaron los libretos a Freddy el Rezongón (Abraham Rubel Friedland), el más popular de los cómicos de radio, creador de las legendarias Loquibambia y Escuelita nocturna, quien debía virar hacia el sainete lo que propendía al folletín. La dirección se encargó nada menos que a Ricardo Roca Rey, prestigioso hombre de escena, quien varias semanas antes de salir al aire tuvo al equipo entero ensayando en el local de la AAA (Asociación de Artistas Aficionados), sancta santorum del teatro nacional. Los decorados estuvieron a cargo de Alberto Terry, reconocido escenógrafo teatral, quien poco después inició una sólida carrera ejecutiva con los Delgado Parker. Los dibujos animados de los créditos fueron obra de Rafael Seminario, nuestro primer experto en el oficio. El canal 4 ponía a Tito Velarde de director técnico, y de “coordinador” (nombre con el que se designaba a los productores ejecutivos) a Johnny Salim, el “Tío” haciendo su aprendizaje tras las cámaras.
El reparto era de primera: Luis Álvarez, de gran prestigio escénico tras su encarnación del Collacocha de Enrique Solari Swayne, dominaba el bar y destapaba las botellas en su rol de Don Nicolás; Jorge Montoro como Don Ramón era un viejo cunda que daba las pausas cómicas y la evocación nostálgica con sus historias del siglo XIX narradas a lo Ricardo Palma; el galán Guillermo Nieto era Agustín y cortejaba a Betty Missiego, quien hacía de Rita e introducía algunos temas musicales acompañada de la orquesta de Carlos Pickling; finalmente, Saby Kamalich interpretaba a la joven Rosaura. Todos ellos gente de teatro, salvo Nieto y Missiego, que agarraron al vuelo la ligereza histriónica de la televisión. El guión de Freddy no los ayudó mucho, así que a la tercera semana —Bar Cristal se transmitía en vivo todos los martes de 9 a 9.30 de la noche— la Backus decidió utilizar a sus dos periodistas que tenía bajo contrato en su departamento de prensa, Jorge “el Cumpa” Donayre y Benjamín Cisneros. A ellos se les ocurrió la coda final: tras la doble boda Nieto-Missiego y Álvarez-Kamalich, una audaz elipsis nos llevaba al barrio cinco años después y cada personaje enunciaba su destino. Luego, la dupla escribiría el resto de la temporada semestral y las siguientes producciones de la empresa, notablemente, el Festival Cristal de la Canción Criolla.
La Backus quiso dar una oferta plural al televidente. El prestigio escénico de los nombres convocados estaría al servicio de un argumento ligero, con pequeñas crisis y soluciones felices, algunas penas rociadas con cebada y, aunque resultara forzada, la intromisión de varios elementos del acervo popular, la mayoría en la planilla de la empresa. El cuarto capítulo, el 26 de mayo, se dedicó a la “fiesta de Rita”. Como invitados comparecieron el “Carreta” Jorge Pérez y los futbolistas del equipo de la Cristal, ratificando la intuición de que esa íntima asociación entre la cerveza, el fútbol y la jarana criolla, que anima nuestra cultura festiva, podía funcionar tan bien en la ficción televisiva como en la realidad del barrio.
Con Bar Cristal, puesta en escena gracias al anunciante más activo en la historia de nuestra televisión, y con el ímpetu de Daniel Muñoz de Baratta urdiendo sus parodias argumentales, el canal 4 tuvo por fin grandes apuestas para su prime-time y la confirmación de que la ficción seriada, antes de la supremacía de la telenovela, era el principal cebo para una audiencia ávida de emociones continuadas.
Pilsen, fútbol y rating
La otra conspicua cerveza nacional, la Pilsen Callao, no tuvo el brillante historial de intervenciones televisivas que la Cristal, pero tuvo antes que su competidora la intuición triunfal: el fútbol era el espectáculo de masas dentro y fuera de la pantalla. Con ocasión del torneo Sudamericano que se jugaba en Buenos Aires harían lo posible por demostrarlo. Sin unidades móviles y sin vía satélite, la única posibilidad de transmisión era filmar incidencias del partido en 16 mm y enviarlas a Lima lo más rápido posible. Así, el 11 de marzo de 1959, un día después del empate entre Perú y Brasil, los televidentes pudieron ver goles y pasajes selectos del partido. La ocasión era histórica, pues el equipo nacional iba perdiendo 2-0 frente a un seleccionado mundialista donde brillaba Pelé y, a las últimas, logró el empate, el más dramático que se recuerde antes del 2-2 con Argentina, que permitió la clasificación para México 70.
La Pilsen no podía asegurar que el vuelo llegara a una hora fija, así que la programación se hizo con reserva. Incluso, ante el temor de un aterrizaje frustrado en Limatambo, se envió a un motociclista al aeropuerto de Pisco, tres horas al sur de Lima, en espera de un eventual desvío técnico del avión. Pero la suerte estuvo presente en esa primera ocasión, el cielo despejado se luce en las fotos en que una sonriente aeromoza entrega una lata de 16 mm a Gastón Romero, representante de la Pilsen. Fuera de cuadro el mensajero de América capturaba el paquete y corría hacia el canal.
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