En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
aptos para todo público e información general, y luego programas con calificativo sancionado por la junta. El decreto nunca fue reglamentado porque la JSP había sido creada por ley y un dispositivo menor no podía modificarla. Los dueños del 4 optaron por no protestarlo y reírse en silencio de los despistados censores, intentando adaptar el sistema burocrático de calificación de filmes a la televisión en vivo.
La inaplicabilidad del primer decreto fue providencial. La naciente televisión no volvió a ser estorbada hasta noviembre de 1962, cuando el presidente de la junta, José Rubio, legalmente desarmado, convocó a los dueños de los canales para intercambiar puntos de vista. Uno a uno los telecasters reunidos lanzaron argumentos concluyentes. Cavero, del 2, dijo que la televisión era un órgano de prensa con derecho a la libre expresión; González, del 4, defendió a ultranza la moralidad del medio; Román Alzamora, subgerente del canal 9, preparó un slide dirigido a los padres de familia que decía: “El programa no es para menores, la responsabilidad es de usted”; Héctor Delgado Parker llevó una propuesta que entonces no hubo necesidad de ejecutar pero que le serviría a su hermano Genaro para capear todas las ínfulas represoras del futuro. Héctor Delgado Parker demostró que por razones técnicas la censura es inaplicable a la televisión, aunque sí sería recomendable que los canales pactaran un código de ética. Temprana intervención de los grandes autorreguladores de la televisión peruana, que al igual que los más poderosos telecasters norteamericanos no desestiman la censura por principio, sino que buscan erigirse en censores de sí mismos y, ¿por qué no?, de la competencia.
Unos meses después, Rubio volvió a convocar a los canales y estos se declararon en rebeldía. Los multó, pero la Prefectura no ejecutó la sanción. En octubre de 1963, tras las gestiones burladas de la junta, la inspección de espectáculos de la Municipalidad de Lima entró al ataque. El blanco fue el canal 2, que cobraba por el ingreso a su auditorio eludiendo el pago de impuestos, donde había una escalada de shows impúdicos que amenazaban culminar, según el inspector Julio Sotelo, con la anunciada presentación de La Coccinelli. La diva transexual vino mucho después, en 1970, y un furibundo Cavero tuvo que ajustar cuentas con el fisco. A inicios de 1964 se vengó, provocando una tormenta que él mismo se encargó de apagar: Dámaso Pérez Prado, acompañado de la apabullante Daisy Guzmán, lanzó el dengue, variante sensual del ya calenturiento mambo.
El escándalo duró un par de presentaciones, pues para la tercera Cavero pidió a Daisy que se disculpara ante el público que creía que su “arte era ofensivo”.
El fantasma de la censura oficial no se aparecía ante la gente de televisión. A ellos sólo llegaban las protestas de la Iglesia, de la prensa intolerante, de personalidades aisladas del gobierno, de los amigos y familiares de los ejecutivos y quejas que sí los hacían temblar, las de los propios dueños. González y Umbert, fanáticos de la mesura, no se cansaban de pedir a su gente que se mordieran la lengua, algo difícil de conseguir, por ejemplo, con Daniel Muñoz de Baratta. Gaspar Bacigalupi, director argentino que tuvo a cargo su show, fue una vez suspendido por ponchar el trasero de una “Baratta girl” (véase, en este capítulo, el acápite “El hombre orquesta”). La autocensura fue el único fantasma que a todos se les materializó alguna vez.
Hospitalarios a la fuerza
La televisión peruana fue un coto de caza para varios talentos tránsfugas de las televisoras latinas. Muchos más fueron los que vinieron porque quisieron que aquellos a los que se llamó. Entre los primeros hubo varios cubanos con una década de televisión a cuestas. En un comienzo el viaje desde La Habana se debió a la influencia de Goar Mestre, el magnate de la CMQ, que se comprometió a designar para los Delgado Parker a los jefes de producción del naciente 13: Humberto Bravo, José Cataño y Carlos Suárez estuvieron en el paquete. Pero Santiago García Bas, director y productor que formó a varios técnicos del 4, llegó por su cuenta al canal rival, al que más tarde arribó Gaspar Pumarejo, célebre y aspaventoso animador de la televisión cubana que corrido por Castro y por la competencia con el imbatible Mestre, para quien había trabajado en un principio, vino a animar los mediodías del 4 y a rendir cuentas a su ahora inalcanzable rival. Pero Mestre, que nos visitó incontables veces, había decidido establecerse en Argentina.
Si la delegación de más calidad fue la cubana, la de más cantidad fue la argentina. La lista completa es demasiado larga y en ella se confunden los aventados que vinieron a escalar posiciones, los que echaron un vistazo y se quedaron, los que aquí aprendieron a hacer televisión y los actores buenos para todo. Algunos lucharon con el dejo porteño e hicieron carrera radial antes de ser convocados por la televisión: Raúl Ferro, el director de El Panamericano; Queca Herrero, pionera de radionovelas y programas femeninos; Linda Guzmán, de alguna manera, la posta de la anterior; Osvaldo Vásquez, que prestó su voz en la inauguración del 4, canal que se trajo para una temporada a Amanda Colomer “Mendy”, pionera de los concursos en la televisión del sur. La migración porteña, a diferencia de la cubana, no fue dirigida específicamente a la televisión; fue simplemente estimulada por la estabilidad del Perú de aquel entonces y por el caso que los peruanos hacían a la ceremonia y al blanco histrionismo porteños. Muchos argentinos tuvieron un éxito arrasador en sus primeras presentaciones. Mabel Duclós, una de las “Sensational Girls” de gira por las boites limeñas, se casó con Osvaldo Vásquez e inició una larga carrera de animadora y actriz cómica; Gaspar Bacigalupi fue un atareado director tras las cámaras del 4 y el 5; Alberto Soler actuó y condujo varios espacios; Humberto Vílchez Vera dominó los programas ómnibus por buen tiempo; Roberto Airaldi, Orlando Sacha, Eduardo Gibaja, Alberto Sorogastúa, Maurice Jouvet, Fernando de Soria y muchos otros abultan la lista.
Aunque la cultura mexicana ha sido gravitante sobre el espectáculo nacional, la televisión peruana de los sesenta no recibió visitas largas de mexicanos, salvo la de Alfonso D’Allesio, animador radial que pasó con relativo éxito a conducir concursos en el 13; y, notoriamente, la de los hermanos Rodolfo y Ramón Rey, “Hermanos King” o “Cachirulo” y “Copetón”, que en el 4 y el 13 empezaron animando shows cómico-musicales hasta caer en la cuenta de que su carisma solo era digerible, en dosis considerables, por los niños. La personalidad caribeña, con excepción de Pumarejo, no pudo desenvolverse por aquí con la constancia del clan porteño. Rafael Quiroga, el productor venezolano que hizo de pionero en el 13 junto a los cubanos y manejó para Cavero el canal 2, se comprometió de plano con la televisión peruana, aunque sus afectos y sus modales bullangueros no fueron siempre bienvenidos. Poco después de casarse con la modelo Cucha Salazar, en mayo de 1961 —idealizada boda de la vedette adolescente y el ejecutivo con voz de mando— viajó a Argentina, donde no se sintió a gusto y regresó pronto a comandar el canal 2. Lima era la encrucijada de dos temperamentos opuestos, de la soberbia porteña y la desfachatez caribeña; entre esos polos de igual desenvoltura muchos taimados técnicos locales esperaron pacientemente su turno.
La tercera delegación de peso fue la española. Usando como tarjeta de presentación su estirpe dramatúrgica y actoral, varios hispanos vinieron a hacerse la América. José Vilar y más tarde su hermana Lola, dominaron varias telenovelas y teleteatros. El productor de telenovelas Fernando Luis Casañ, el pionero de programas policiales José Caparrós y el matrimonio de actores Marcela Yurfa y Jesús Aristu (ella era peruana y había hecho carrera en Europa, él sí era español) animaron varios programas en el canal 13, en el 4 y en el segundo canal 9. Pero antes que ellos llegó Carola Yonmar, recitadora de Lorca, a trabajar en Radio América y luego a hacerse cargo de los folletines del 4. Para completar el mapa, mencionemos a los actores colombianos Arturo Urrea y Mariela Trejos; al boliviano Alfonso Maldonado que se enroló como técnico; al chileno Enrique Maluenda, conductor parlanchín de El hit de la una y a sus paisanos Sylvia Oxman, actriz de teleteatros, y “Cachencho”, miembro destacado de la troupe de Muñoz de Baratta; al yugoslavo Vlado Radovich, galán, director y productor de horas claves de nuestra televisión.
Todos ellos fueron acogidos sin ser víctimas de política discriminatoria alguna. La hospitalidad era más que aparente y el recelo, si fue grande, solo lo manifestaron los que se sentían desplazados por la gran cantidad de extranjeros en el medio. El Sindicato de Locutores del Perú, ante la gran figuración de voces foráneas