Redes cercanas. Javier Díaz-Albertini Figueras
que permitieron la formación de organizaciones comunales y de pequeños productores con acceso a diversas oportunidades y recursos como capacitación, asesoría organizacional, créditos, entre otros. De esta manera, se logró construir y fortalecer el capital social. De acuerdo con su análisis, en esta cultura existían remanentes de formas de solidaridad y cooperación practicadas en el pasado que fueron rescatadas a partir de las nuevas oportunidades que ofrecía el proyecto en cuestión. Es decir, en el “repertorio” de las personas existían habilidades y capacidades para la acción colectiva que recién cobraron sentido y utilidad cuando se dieron varias condiciones, entre ellas, la presencia de un actor externo que intervino con la dotación de recursos considerados importantes por las comunidades, y que sirvió como “colchón” de contención ante la posible opresión de los grupos de poder local que se sentían amenazados por los cambios operados. Cuestiona así dos ideas con frecuencia presentes cuando se trata de la relación entre cultura y cambio social. La primera es que la cultura genera procesos que se retroalimentan en términos positivos (“círculo virtuoso”) o negativos (“círculo vicioso”) y resulta muy difícil cambiarlos. La segunda es que los cambios culturales son lentos porque implican modificar modos de pensar y actuar que están sumamente enraizados en los individuos y colectivos:
[...] todas las culturas, lejos de ser conjuntos coherentes e inmutables de reglas y creencias, cambian constantemente y por ende incluyen una enorme gama o repertorio [...] de sentencias alternativas en desuso y fragmentos de sentencias que son re-elaborados y re-combinados diariamente por personas y grupos de acuerdo a los desafíos de adaptabilidad que los cambios en el entorno presentan constantemente a las culturas (Durston 1999: 15).
Es por ello, como mencionamos en la presentación del libro, que las ideas fatalistas de que “así somos los peruanos”, de que nuestra cultura nos condena o que esto “ni Dios lo arregla”, realmente solo captan una parte de nuestra problemática con respecto al cumplimiento de obligaciones y normas. La otra parte tiene que ver con nuestros vínculos y acceso a recursos sociales. Las reglas que seguimos, salvo en los pocos casos de total anomia, son las que mejor se ajustan a los intercambios, los grupos o las asociaciones en los cuales participamos o de los que formamos parte.
3.2 Relación estructura-acción
El respeto y el seguimiento de las reglas nos lleva a examinar otra difícil relación contemplada por las ciencias sociales. Al igual que la cultura, la estructura puede también concebirse como una suerte de camisa de fuerza. En efecto, mucha de la teoría sociológica ha sido planteada en este sentido, siendo los casos más conocidos los del funcionalismo, el estructuralismo y varias vertientes del marxismo. La idea de que la forma como se encuentra estructurada una sociedad puede predeterminar conductas, orientaciones, motivaciones, clases sociales y, con ello, intereses, antagonismos y procesos históricos; deja poco margen de juego al individuo —entendido como un actor social— y sus relaciones e inclinaciones personales. No se puede dudar de que el medio en el cual nos encontramos y la forma como está organizado tiene un importante peso en nuestras opciones. Este hecho no solo ha servido de fundamento para los planteamientos teóricos mencionados, sino que está en la base de cualquier pretensión de predicción de la conducta humana, sea para anticiparnos sobre quienes son más propensos a maltratar a sus hijos e hijas o para diseñar una estrategia de venta por medio de un estudio de mercado. La estructura, no obstante, no nos “cae del cielo”; no se reproduce por fuerzas ajenas a los actores sociales mismos. Depende de ellos y ellas —en sus interacciones cotidianas— la determinación de si siguen o cuestionan las normas formales existentes.
El dilema entre la “estructura” y la “acción” es tan clásico en la Sociología que está incluido en prácticamente todo texto universitario de introducción a esta disciplina. En pocas palabras, el dilema plantea la pregunta sobre hasta qué punto nuestra conducta está determinada por aquello que llamamos “sociedad”. Los adherentes de la estructura enfatizan el peso de la socialización, la internalización de valores y normas, del statu quo, de nuestra posición social (clase, género, raza, edad), en fin, de las llamadas fuerzas sociales (externas) sobre nuestro comportamiento. Un ejemplo claro de esta perspectiva se observa en la siguiente interpretación de las causas de la anorexia que hace el director general del hospital psiquiátrico Hermilio Valdizán, recogida en una nota de prensa del Ministerio de Salud:
[...] la anorexia es una enfermedad mental en la que existe la pérdida voluntaria por perder peso [sic] por un deseo obsesivo por adelgazar. Se origina por el culto al cuerpo y por la obsesión de estar demasiado delgada y responder a ciertos estereotipos que la adolescente observa por la televisión, las revistas de moda y los cánones de publicidad (2006).
En pocas palabras, nos dice que los estereotipos que prevalecen en la sociedad son el factor determinante en la anorexia. Aunque esta explicación es atractiva, resulta incompleta porque no aborda adecuadamente el conjunto de conductas que se aprecia entre las adolescentes, muchas de las cuales sufren de trastornos de alimentación contrarios, como son el sobrepeso y la obesidad. Para lograr una respuesta completa, tendrían que examinarse con mayor detalle los casos de anorexia e intentar descubrir los factores específicos que producen el trastorno. Para ello es necesario entrar al mundo de las interacciones y las relaciones sociales y cómo contribuyen a la definición y construcción de la realidad de estas jóvenes.
Al respecto, resulta interesante la propuesta para superar este dilema de Anthony Giddens (1986) en su teoría de la estructuración. Para este autor, la estructura vendría a representar los aspectos culturales y sociales de largo aliento que conforman el marco general de información y posibilidades. La estructura no es vista solamente como un aspecto “controlador” o “restrictivo” externo al individuo, que se impone sobre la base de valores, normas y reglas, sino que es el medio que facilita y habilita la acción humana. El lenguaje, por ejemplo, no solo nos “obliga” a expresarnos de cierta manera y a seguir reglas fijas de interacción, sino que permite comunicar, informar, representar, abstraer y crear. La acción, por otro lado, son las interacciones de carácter más inmediato y cotidiano. Es en las interacciones que las personas reproducen, modifican, ignoran o cuestionan el marco general de la estructura, sus reglas y recursos.
El análisis de Giddens se inicia con lo que considera un teorema central de la teoría de la estructuración, un planteamiento sugerente, pero poco común en algunas teorías sociológicas:
[...] every social actor knows a great deal about the conditions of reproduction of society of which he or she is a member [...]. The proposition that all social agents are knowledgeable about the social system which they constitute and reproduce is a logically necessary feature of the conception of the duality of structure (1986: 5).
[... cada actor social sabe mucho sobre las condiciones de reproducción de la sociedad de la cual él o ella es miembro (...). La propuesta de que todos los agentes sociales son conocedores de los sistemas sociales que constituyen y reproducen en su acción, es un aspecto lógicamente necesario de la concepción de la dualidad de estructura] (traducción y cursivas nuestras).
La estructura, entonces, no genera modelos de conducta impuestos sobre los individuos. Representa más bien una suerte de “orden virtual” que recién se actualiza con la acción humana intencionada (agencia). En otras palabras, la estructura solo cobra existencia en la acción humana misma, que necesariamente siempre ocurre en un marco temporal y espacial. En cualquier situación de acción, el actor social “lleva consigo” toda una gama de recursos provistos por las estructuras sociales. En primer lugar, posee el conocimiento de cómo se hacen las cosas; en segundo lugar, tiene en su haber prácticas sociales organizadas por la socialización recursiva de dicho conocimiento; en tercer lugar, ha adquirido capacidades que la producción de esas prácticas presupone. Es decir, conoce lo necesario para desenvolverse y lograr sus propósitos, a la vez que ha adquirido las capacidades para ponerlas en práctica. Debido a los recursos de que disponemos vía la estructura (conocimientos, prácticas, capacidades) resulta más probable que las personas, en sus interacciones, sigan lo indicado por el “guión” estructural.
La presencia de estructura, no obstante, sí puede evidenciarse, a pesar de que no existe como tal