Redes cercanas. Javier Díaz-Albertini Figueras
2004: 59).
Resulta entonces esencial examinar los procesos de toma de conciencia de los derechos, de las capacidades para hacerlo y de las condiciones necesarias para garantizar su vigencia y exigibilidad. Esto implica un cambio importante en las nociones de ciudadanía y democracia en comparación con las manejadas en las décadas de los setenta y ochenta.14
• Las teorías orientadas hacia las clases sociales y sus luchas como mecanismos esenciales en la configuración de una sociedad moderna y democrática, van cediendo paso al concepto de “sociedad civil” como espacio de encuentro y diálogo ciudadano. A pesar de ser un término relativamente amorfo, la sociedad civil se irá convirtiendo en sinónimo de la “buena” práctica democrática debido a que se le caracteriza por su búsqueda de consenso y concertación, alrededor de reglas de juego establecidas y por establecerse (López 1997). Se fortalece así la idea que surge con el liberalismo económico de finales del siglo XVIII de que las sociedades estaban compuestas por tres sectores autónomos pero interdependientes: el Estado, el mercado y la sociedad (Wallerstein 2002).15 El renovado peso otorgado a la socie-dad civil —también denominado el “tercer sector”— lleva a reexaminar aquellos procesos que facilitan y promueven la convivencia y la acción colectiva. Como veremos más adelante, la introducción del concepto de capital social encaja justamente con esta preocupación.
• La década de 1990, como antesala a un nuevo milenio, fue una época de cumbres y conferencias internacionales fomentadas por las Naciones Unidas en las áreas de la demografía, el medio ambiente, el hábitat, la mujer, el desarrollo social, entre otros. Fueron procesos que movilizaron a los Estados y a millones de personas agrupadas en organizaciones de la sociedad civil a diseñar objetivos y planes de acción anclados en los derechos humanos. La suscripción de estos por los Estados miembro condujo a dinámicas continuas de estudios y evaluaciones de las realidades nacionales vis-à-vis con lo acordado.
• En la economía adquiere relevancia el neoinstitucionalismo, marco teórico que subraya la importancia del ordenamiento legal e institucional en el crecimiento y el desarrollo económico. El eje de su análisis son los “costos de transacción” y cómo estos se ven afectados por las instituciones existentes, definidas estas como “[...] las reglas de juego —ambas reglas formales y restricciones informales (convenciones, normas de comportamiento y códigos autoimpuestos de conducta)— y sus características de cumplimiento. Juntas definen la forma en que se conduce el juego” (North s/f). De acuerdo con Douglass North, premio Nobel de Economía y uno de los principales teóricos de esta corriente, el desarrollo económico se explica mejor enfocando los cambios institucionales y su efecto sobre los incentivos ofrecidos a las organizaciones sociales, y no tanto la evolución tecnológica o del capital físico y humano. Los arreglos institucionales afectan la conducta humana, incluyendo su racionalidad económica.
Desde varios frentes, vemos cómo se les atribuye a los valores y las normas un peso esencial en el desarrollo económico, político y social. Contrario a lo postulado en generaciones anteriores, las “buenas” normas son consideradas como allanadoras de las conductas conducentes a la libertad, el diálogo y la convivencia. Un ejemplo claro al respecto es lo señalado por el sociólogo Hugo Neira con respecto al papel de las normas y los derechos en la construcción de la identidad nacional y de un país democrático:
Hoy la verdadera identidad son los derechos ciudadanos. Es cierto que somos una sociedad habitada por varias culturas, pero no somos la sociedad más fragmentada del mundo. México es tan fragmentado como nosotros, igual que España, pero ¿qué hace que un catalán viva con tranquilidad su diferencia con el resto de españoles? ¿Qué hace que haya una identidad americana en Estados Unidos? ¿Qué tienen en común los norteamericanos? Absolutamente, nada. Ni los orígenes raciales o étnicos, hay anglo-americanos, ítalo-americanos, afro-americanos, asiático-americanos, Estados Unidos es el mosaico cultural más complejo del planeta, pero qué hace que todos digan yo soy norteamericano: los derechos ciudadanos. El derecho de ser igual al otro y de ser diferente al mismo tiempo. El tema de la identidad no es qué tipo de comida comemos, sino pasa por si dejan o no dejan entrar a un muchacho a una discoteca de Lima, si hay prejuicios al darle el trabajo a alguien [...] (2007).
Sin embargo, como hemos señalado, los peruanos y las peruanas tenemos una personalísima actitud y relación con respecto a las normas y esto no es noticia nueva. En numerosas encuestas de opinión, se capta con claridad el clamor de una vasta mayoría por vivir en una sociedad en la cual se respetan las leyes. Al mismo tiempo, no obstante, hay también una mayoritaria percepción de que son pocos los que normalmente las cumplen. Nos encontramos, entonces, en una situación interesante, de quiebre, con respecto al análisis de nuestra sociedad. Por un lado, observamos que hay un creciente convencimiento de que el camino al desarrollo humano integral está íntimamente ligado al reconocimiento, la promoción, el ejercicio y la vigencia de un conjunto de derechos, todos ellos sustentados en los principios de la igualdad y la justicia. Por el otro, se constatan las dificultades y obstáculos que existen en la sociedad peruana para el logro de estos principios. De ahí que no debe llamar la atención que en los últimos años se ha estado produciendo un cuerpo creciente de estudios y análisis que intentan explicar nuestra predisposición hacia lo informal y los arreglos personales y sugerencias de cómo se puede revertir esta situación. No pretendo realizar una revisión de los diversos aportes, sino arbitrariamente presentar y comentar algunos de ellos.
Gonzalo Portocarrero (2004) en su libro Rostros criollos del mal, incluye varios artículos sobre el tema del mal y la transgresión en nuestra sociedad caracterizada por lo “criollo” y la “criollada”. Lo analiza primero desde una perspectiva histórica, al examinar cómo el criollo —desde su desvalorada posición frente al peninsular— es cooptado por el sistema colonial vía la laxitud en la exigibilidad de la norma, sea por medio de la corrupción, la falta de sanción, la vista gorda y muchas otras conductas que abrían el camino a la excepción y la trampa.
Como anotamos anteriormente, Portocarrero señala que toda transgresión tiene víctimas, y la de los criollos normalmente eran los sectores excluidos y empobrecidos. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que la transgresión criolla comienza a ser incorporada en el repertorio de otros sectores como reacción a una urbanización acelerada, que no estuvo acompañada de procesos simultáneos de crecimiento del empleo y la institucionalización. Los restantes artículos desarrollan —desde diversas ópticas— cómo el mal criollo se manifiesta en la actualidad. Incluye una interesante investigación a jóvenes en la cual se analiza con profundidad la relación cínica hacia la norma y cómo la conveniencia personal se transforma en la vara con la cual se mide la conducta apropiada.
Portocarrero conjuga factores históricos (el surgimiento del “criollo”), estructurales (la debilidad de estructuras, el elogio a la transgresión, la incitación a la codicia) y subjetivos (el goce propio que produce el mal). Su gran aporte es enfocar en el actor social, que busca el goce fácil, a pesar de que produce en él o ella la mala conciencia o el resentimiento.
El estudio de la institucionalidad es otra aproximación interesante en el intento de entender la poca efectividad de nuestras normas formales. Normalmente enfoca las dificultades en la construcción de instituciones (institution building), especialmente las que conducen hacia el desarrollo humano, entendido este último como la institucionalidad democrática. El peso de las instituciones ha cobrado especial importancia desde las ciencias económicas, en un intento de explicar mejor los factores que facilitan las relaciones sociales (incluyendo las económicas) vía procesos que reducen los costos de transacción. En este sentido, el neoinstitucionalismo considera que el tipo de instituciones que se construyen en una sociedad, tiene una importante incidencia sobre su actuar económico y desarrollo.16 North (s/f) define las instituciones como “las reglas de juego” (formales e informales) y las “características de su ejecución”.
Recientemente John Crabtree (2006) editó un libro al respecto con sendos artículos sobre las características y el funcionamiento de diversas instituciones en nuestro país, como son los partidos políticos, la descentralización del Estado, las fuerzas de seguridad, los programas sociales, la reforma judicial, las empresas, entre otros. En la introducción, Crabtree señala:
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