100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт
de saludar a sus amigos. Para ello, escribió a la esposa del difunto Mason, para que desde el lugar donde vivía, en otro Estado, cursara la carta a Plumfield. De esta manera no podrían localizarle ni que se lo propusieran.
Después, procurando dominarse y tomarlo como una disciplina necesaria para su formación, prosiguió para Dan la vida carcelaria.
Día a día, hora a hora, minuto a minuto…, pensando en el día de la salida.
CAPÍTULO XIII
EL AÑO NUEVO DE NATH
―Estoy preocupada por Dan. Exceptuando un par de postales nada sabemos de él desde su marcha. Nath escribe a menudo. De Emil tuvimos carta hace poco. Pero ese Dan… ―se lamentó Jo a su esposo.
―Sabes que es un hombre de acción. Habla poco, escribe menos y realiza mucho.
―Sin embargo, prometió informarme. Dan cumple siempre sus promesas. Temo que algo le haya ocurrido.
A los pies de Jo y buscando sus caricias permanecía el perrazo Don, que Dan había dejado al cuidado de los Bhaer.
Teddy también quiso tranquilizarla.
―Dan es así, mamá. No dice nada y de pronto aparece siendo propietario de una mina de oro.
―Tal vez esté en Montana. Lo de los indios parecía atraerle más que lo de la granja en Kansas ―sugirió Rob, que ayudaba a su madre a despachar la numerosa correspondencia recibida.
―Sin embargo, insisto. Tengo el presentimiento de que algo malo le ha ocurrido.
―Si es así pronto lo sabremos. Las malas noticias viajan rápidas. Mientras, escucha lo que cuenta Nath en su carta.
Leyó el profesor la brillante descripción que en su carta hacía Nath de las reuniones literarias y musicales a las que había tenido ocasión de asistir. De los esplendores de la Ópera, de las atenciones de sus nuevos amigos, de lo mucho que le agradaba estudiar bajo la dirección de un maestro como Bergmann. También hablaba de sus esperanzas de ganar dinero y gloria y de su eterna gratitud hacia los que hacían posible tanta ventura.
Jo se alegró.
―Ésas son buenas noticias. Me alegro de verdad.
―Esperemos que todo eso no se le suba a la cabeza. No faltan tentaciones de todas clases, que Nath deberá aprender a resistir ―contestó el profesor.
Aquellas palabras eran proféticas. Nath estaba experimentando directamente una lección.
Con la alegría e ingenuidad que le caracterizaban, Nath se había lanzado a disfrutar ampliamente de todo cuanto estaba a su alcance, en un abuso de la libertad en que podía desenvolverse lejos de los suyos.
Con un guardarropa bien surtido, una buena cantidad en un banco y sin que nadie conociera su pasado, irrumpió en sociedad bajo los auspicios del conocidísimo profesor Bhaer y del acaudalado señor Laurence, motivos todos que contribuyeron a que se le abrieran innumerables puertas.
Si se añade que Nath hablaba muy bien el alemán, era simpático y tenía indudable talento musical, se comprenderá que se le recibiera bien en un círculo de la sociedad en el que muchos pretendían entrar sin conseguirlo.
Estas facilidades trastornaron un poco a Nath. Alternando siempre con personas de fortuna y alta categoría se vio obligado a dejar creer que él estaba en idéntica situación. Sin llegar a mentir, dejó vislumbrar que poseía fortuna personal muy elevada, que sus relaciones eran de lo más distinguido y sus influencias muy efectivas.
La continuación tuvo un reflejo en lo económico. Obligado a obrar de acuerdo con la supuesta personalidad creada dejó la modesta pensión en la que inicialmente se alojara.
Además, debía corresponder a las amables invitaciones de sus nuevos y ricos amigos con otras invitaciones no menos rumbosas.
De todo esto, como es natural, nada decía en sus cartas. Contaba sus éxitos en sociedad, pero no la carrera de gastos en la que se había metido.
En Plumfield se analizaban sus cartas y se discutía sobre él.
―Ya lo dije. No está acostumbrado a manejar dinero. Se estropeará ―se lamentaba el profesor.
―La cantidad le puede parecer enorme a él, pero no lo es, ni mucho menos. Esperemos aún que la vida le dé una lección. Estoy seguro que no adquirirá deudas. Es demasiado honrado ―aseguró Laurie.
Nath tenía momentos en que veía claramente que no obraba bien. Pero aquella vida era muy atractiva.
―Este mes, y no más. Al mes próximo, vida de estudio y sacrificio. Debo hacerlo y lo haré.
Pero no ponía en práctica los buenos propósitos.
Hizo amistad con una jovencita, que vivía con su madre. Eran de buena familia, pero sin fortuna. La posición que suponían a Nath y los amigos de que alardeaba le hacían especialmente atractivo para ellas.
Por este motivo le recibían y se esforzaban en agasajarle, con gran contento del joven.
Llegaron las Navidades y con ellas una serie de sorpresas desagradables. La primera se la llevó Nath al visitar a Minna, que así se llamaba la mencionada muchacha, con una serie de obsequios para ella y para su madre.
Le recibió la señora, abordando en seguida un delicado asunto. Ella deseaba saber inmediatamente cuáles eran las intenciones de Nath, porque si no era para casarse no podía consentir que Minna perdiese más tiempo. En fin, que ya era tiempo de formalizar las relaciones.
Aquella situación espantó a Nath. Él no podía ni deseaba prometerse a Minna ni era cierta la situación que le suponían. No le quedaba más remedio que decir la verdad.
La dijo sin ambages, declarando la humildad de su nacimiento, la carencia de fortuna y que los estudios los pagaba un protector.
Inmediatamente salió de aquella casa para no volver más.
Poco después, un compañero de estudios le anunció su inmediato viaje a América, pidiéndole la dirección del profesor Bhaer para visitarle.
―Me presentaré como amigo tuyo y me atenderá. Sobre todo cuando sepa que siempre nos divertimos juntos.
―Verás…, es que… ―balbució Nath.
Aquello era un pequeño problema. Porque aquel amigo era muy capaz de contar todo cuanto hacía, y Nath no lo deseaba. Para salir del paso sólo había una solución.
―Toma, ésa es su dirección.
Y se la dio de tal manera que no era probable que consiguiese localizar al profesor por mucho que lo intentase. Pero cuando las preocupaciones de Nath tomaron incremento alarmante fue al llegar a casa.
―¡Dios mío, qué es eso!
Eran facturas. Montones de facturas que ante la proximidad de fin de año le habían sido enviadas para que atendiese su pago. Modestas unas, de mayor importe otras, entre todas formaban una considerable cantidad, que aterró a Nath.
―¡Qué locura! ¿Cómo soluciono ahora eso?
Además de las facturas había una carta de casa. Le felicitaban el Año Nuevo.
Miró en derredor decidido a buscar un remedio.
―Venderé todo eso. Volveré a la pensión donde estaba. Trabajaré en lo que sea. Pero no les pediré más dinero. Me quieren tanto que no puedo defraudarlos.
Uno de sus primeros pasos fue contárselo lealmente al profesor Bergmann, quien le aconsejó debidamente para que del lance sacase la oportuna lección.
―Te prometo no divulgar esto. Pero tú debes hacer lo restante. Estudia mucho y trabaja cuanto sea necesario.
―Lo haré, profesor. Una lección de ésas basta para aprender.
CAPÍTULO XIV
GALA