Duelos para la esperanza. Mateo Bautista García

Duelos para la esperanza - Mateo Bautista García


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más desolador, más crítico, más existencial. Un sufrimiento que compromete a realizar el duelo más penoso, más complejo, más duradero.

      Los relatores no hablan de memoria, sino de experiencia y de una experiencia curtida tras pasar por la muerte de un ser querido, o de varios, de hacer el propio proceso de elaboración del duelo, de haberlo trabajado personal y comunitariamente en el Grupo parroquial de mutua ayuda Resurrección y, algunos, tras haber coordinado dicho grupo.

      En los escritos observamos un realismo natural, donde los autores, con valentía inaudita y con algunas lágrimas en sus ojos, han desnudado públicamente su alma. Nos van contando su recorrido del duelo por estas fases: incredulidad, añoranza, desorganización personal y comunitaria y reorganización. Por ello, en cada testimonio podemos constatar el trabajo del duelo realizado en las etapas de negación, reacción y acomodación.

      Las líneas de estos escritos arañan las entrañas de la vida misma y de la muerte, pues encontramos duelos por muertes repentinas, circunstancias traumáticas, enfermedades prolongadas y accidentes, tanto de niños como de jóvenes y adultos. Por eso, en estos aportes encontramos muchas y valiosas iluminaciones en torno al sufrimiento, el duelo y la sanación por vínculos, cronológicamente hablando, relacionados con el pasado (padres), presente (esposos) y futuro (hijos).

      Los relatos muestran claramente que el sufrimiento hay que elaborarlo en todas y cada una de las seis dimensiones de la persona: corporal, emocional, mental, social, valórica y espiritual, pues afecta a la persona entera en su biología, biografía y biofilia.

      Se dice que se aprende sobre todo por amor y por dolor, y que el sufrimiento nos hace filósofos. Por tanto, en estas líneas descubrimos un gran conocimiento psicológico en torno al dolor, el sufrimiento, la bronca, el miedo, la culpa, la ansiedad, el distrés, el apego, las emociones, los sentimientos, el amor, etc. También encontramos profundas observaciones de la lógica del sufrimiento con sus ideas sanas e insanas. Los aspectos relacionales comunitarios (familiares y sociales) están muy bien esclarecidos. Y, como después de la muerte de un ser querido, especialmente de un hijo, nadie es el mismo, para bien o para mal, las consideraciones en torno al mundo de los valores de la vida y de la cosmovisión existencial son muy provechosas. Y, si algo hubiera que destacar sobremanera, me centraría en la agudeza con que se han tratado los aspectos espirituales del duelo. Sin espiritualidad el duelo se vuelve anémico, se lee en un relato. Se comenta que el ser humano cultiva la espiritualidad a través de la naturaleza, del arte, del encuentro y de las expresiones religiosas de su fe. Y yo me atrevería a sumar otro factor: el encuentro con la propia muerte o con la de un ser muy querido. El amable lector o lectora descubrirá profundas intuiciones al respecto en estos escritos.

      Cada relato consta de cuatro partes bien diferenciadas: presentación del grupo familiar, situación de la muerte del ser querido, narración de los aciertos y desaciertos en el camino del duelo (que es el más extenso) y unas breves recomendaciones a los lectores.

      Estos testimonios no han sido escritos para hacer un homenaje al ser querido fallecido (que no lo necesita), ni para prolongar su memoria histórica, ni para exponer públicamente un corazón dolorido (dando pena o haciéndose la víctima), sino para ser un instrumento de relación de ayuda para quien navega por la borrascosa alta mar del sufrimiento y necesita un salvavidas para elaborar sanamente su duelo, tarea muy personal, pero también muy comunitaria.

      No quisiera dejar de alabar, además del profundo, provechoso y valiente contenido, la belleza literaria de estos párrafos, pues sus autores se han esmerado en buscar y utilizar variados recursos literarios, como hermosas y atrevidas comparaciones y metáforas, para expresar la densidad de los jirones del sufrimiento de su alma, los estados de ánimo, las crisis interiores, las luchas espirituales y de fe, los encuentros y encontronazos con Dios mismo (o con la imagen que tenían de Dios), los esfuerzos titánicos en este éxodo del duelo...

      A todos y a cada uno de los relatores y relatoras, nuestro agradecimiento por ofrecerse a dar, y darse, desde su sufrimiento, que es la donación más valiosa y meritoria. Desde esa entrega tan personalizada nos han enseñado y capacitado más y mejor para: usar el lenguaje correcto (así como no decir «he perdido» un hijo); evitar decir «frases hechas» que más que ayudar «deshacen»; saber que es mejor escuchar mucho y hablar poco ante el que sufre; ayudar oportunamente y con empatía; sanar ideas insanas sobre el sufrimiento y el duelo, purificando también ideas insanas sobre Dios; salir del egocentrismo, victimismo y ensimismamiento del sufrimiento; echar lavandina a un «amor de apegos, posesiones y ataduras»; resistir a la lógica insana del sufrimiento que nos quiere hacer creer que «no se puede» volver a ser feliz, vivir con esperanza, «resucitados» y con un proyecto significativo de vida, y a elaborar el duelo «desde las dos orillas», pues, como expresaba san Agustín, solo perdemos a los que se murieron si no los amamos y si no los tenemos junto a Dios que nunca se pierde.

      En el apéndice se encuentra una preciosísima homilía de nuestro papa Francisco, sumamente iluminadora, comentando el pasaje bíblico de dos discípulos en duelo, los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), que transitan el camino ternario de muerte, resurrección, vida. ¡Imperdible!

      También en el apéndice hay una página muy útil ofrecida por Mario Irigoy, un coordinador del Grupo Resurrección y promotor de la idea de publicar este libro, que nos informa de que disponemos de la página web pastoralduelo.org y del Facebook: «Pastoralduelo Resurrección»; instrumentos digitales muy útiles para quien se encuentra elaborando su sufrimiento. Se lo agradecemos cordialmente. Como agradecemos también la fortaleza demostrada por cuantos han participado de los encuentros del Grupo Resurrección, siendo ello un motivante estímulo para los mismos coordinadores y coordinadoras de estos grupos, buenos samaritanos de la Pastoral del Duelo.

      No puedo dejar de mencionar que este libro de veintiocho testimonios de elaboración del duelo se puede considerar como el mejor homenaje a los 25 años de la fundación del Grupo de mutua ayuda parroquial en duelo Resurrección, surgido en 1993. De él los relatores han escrito que es un «bendito grupo», «acto de la Providencia divina», «una gracia del Cielo», «especie de salvavidas», «escuela de vida», que «hizo crecer mi espíritu, aumentar el sentido de comunidad cristiana y purificar la fe», «me ayudó a resucitar», «a recrear la esperanza», «a sentir el amor de mi hijo resucitado», «a ver el duelo desde las dos orillas». Dios quiera que esta iniciativa tan humana, terapéutica y pastoral se extienda a todas las parroquias de nuestra patria, como complemento imprescindible de la Pastoral de Duelo.

      Y, finalmente, querido lector/a, quiero pedirle un favor. Estos relatos se han escrito con dedicación, valentía y apostando por la vida. Le ruego que usted los lea también con dedicación, valentía y apostando por la vida. Gracias.

      Quedé sola y sin mis dos hijos, pero...

       Cuando la muerte te arrebata un hijo, o dos, o más, quiere

      secuestrarte el porvenir, pero está en nosotros resignificar la vida.

      ¡Hola!, estimado lector y lectora, te invito a compartir conmigo esta historia de vida, nuestra historia, contada en primera persona. Me llamo Isabel. Esperanza Isabel es mi nombre completo. Creo que mi madre me marcó con el nombre, ya que la esperanza es lo último que se pierde, según dice el dicho popular. Tengo 60 años, soy docente jubilada, counselor, con un postgrado en terapia familiar, estudio grafología científica y trabajo. Vivo en Buenos Aires. Coordino con Raquel, una amiga, un grupo de mutua ayuda para familiares en situación de duelo llamado Resurrección. Escribo sola esta historia, pero en su momento éramos cuatro...

      Desde que era niña y luego adolescente soñaba con tener una familia, un esposo con quien compartir la vida, envejecer juntos y ser madre; quería tener dos hijos, una nena y un varón, ¡la parejita!, pensaba entonces. ¿Y por qué dos? Porque tengo dos brazos, dos manos para llevarlos, guiarlos, ayudarlos a cruzar la calle, ¡qué sé yo!, ideas que tenía.

      La vida fue inmensamente generosa conmigo. En mi matrimonio nacieron dos hijos: Andrea y Pablo. Dos soles que alumbraron mi vida intensamente y la llenaron de felicidad y alegrías. ¿Qué no decir de ellos?


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