Duelos para la esperanza. Mateo Bautista García
mío!, y después de su entierro, ¿qué hacer? Nos acostábamos juntos los tres. Nos levantábamos juntos. Vicente y yo estábamos muy unidos como matrimonio. Nos sostenía nuestro amor y la fe en Dios. También estábamos muy unidos con Gisela que sufría enormemente.
Poco tiempo después, nuestro cuñado, siempre tan atento, nos avisó de la existencia de un grupo para papás con hijos fallecidos; allí fuimos. Fue de gran ayuda. Participamos durante unos cuantos meses. Conocimos al padre Mamerto Menapace que nos recibió en el monasterio de los Toldos. ¡Qué gran ayuda! Nos regaló sabios consejos. Nos dijo que como pareja erámos fuertes y que íbamos a salir adelante. Seguimos yendo al grupo hasta que un día Vicente me dijo que no fuéramos más porque siempre era lo mismo y decían lo mismo. Ya no le gustaba ese grupo. Ese primer paso fue de mucha ayuda tanto para el matrimonio como para la hija, pero para Vicente había llegado a su fin; para mí, no.
Matilde, una amiga de la comunidad parroquial de Cristo Rey, la que nos sostuvo siempre, nos dijo que en el barrio de Once, en Capital Federal, había un grupo para todos los duelos que había formado el padre Mateo Bautista, y allí nos dirigimos, el párroco de Cristo Rey, el padre José Antonio, Vicente y yo. Vicente ya no quería ir más al otro grupo, pero ahora nos acompañó. Llegamos, el padre Mateo no estaba y nos recibió Carmen, la coordinadora de ese maravilloso grupo de mutua ayuda para familiares en duelo, Resurrección. Estuvimos en el grupo; nos despedimos muy agradecidos a la espera de concretar la entrevista con padre Mateo, la cual ocurrió enseguida.
Los dos íbamos por diferentes caminos
En la entrevista, el padre Mateo, viendo el recorrido de nuestro duelo y nuestra disponibilidad, nos propuso coordinar en la parroquia de Cristo Rey un Grupo Resurrección. Aceptamos todos, menos Vicente que no quería saber nada de nada, tampoco que fuera yo. Esos momentos fueron muy tensos para la pareja. Aparecieron las culpas, la contradicción. Él quería una cosa y yo otra. Parecía que los dos íbamos por diferentes caminos. Yo no me conformaba. Le dije a Vicente que si no me dejaba lo haría igual. Estábamos enojados. Fueron momentos muy difíciles. Sentía que el grupo sería de gran ayuda, que me haría bien a mí y también, por rebote, a la familia. Yo no aflojaba. Le pedí asistencia a Dios y le rogué por favor a Vicente que me dejara ir. ¡No había caso!
Yo le insistí hasta el cansancio y le dije que iba a probar, que me haría muy bien, y que, si él no quería, iría yo. En realidad, mi querido esposo no se oponía, sino que tenía ciertos temores. También es verdad que es un poco introvertido de carácter. Comenzamos a negociar y me decía: «Vos eres muy emotiva y pasional. Para coordinar se necesita temple. No es fácil. ¿Estás preparada?». Llegó un poco de calma. Vicente aflojó la mano. Convocamos y logramos hacer una primera reunión en la parroquia Cristo Rey.
Vicente fue a buscar al padre Mateo, quien expresamente me pidió que yo no lo acompañara, comentando: «Si no, no dejarás hablar a tu marido». Así pues, se marchó solo y fue con el único que hizo su elaboración del duelo, en el coche, cuando llevaba al Padre o lo iba a buscar: terapias de coche, de muy buen resultado. Así fue cómo se abrió el Grupo Resurrección en Cristo Rey. La charla explicativa tuvo mucho mucho éxito: ¡más de 100 personas! Era 1998; todavía no había pasado un año de la muerte de Pablo.
La ayuda de los sacerdotes fue siempre muy buena, tanto la del padre José Antonio, como la de los que vinieron después. Destaco la gran ayuda del diácono Octavio, del padre Fernando, de la familia y de toda la comunidad parroquial de Cristo Rey.
Gisela se esforzaba haciendo fotocopias. El padre Mateo nos preparaba a los coordinadores todos los meses y así seguíamos adelante, muy bien. De nuevo destaco la ayuda de Vicente que, aunque no estaba muy de acuerdo, siempre colaboraba a su manera. Nunca dejó de acompañarme al grupo: era mi chófer, me llevaba y me traía. Cada uno a su tiempo elaboraba sus duelos. Se sentía que el Grupo Resurrección era una ayuda grande en nuestro hogar. ¡Juntos podemos mejor!
El duelo sin espiritualidad es anémico
La muerte de un hijo es tremendamente dura, desgarra el alma a jirones. ¿Acaso hay o puede haber mayor sufrimiento? Las circunstancias de la muerte, como en nuestro caso, fueron un sufrimiento sobre el sufrimiento. Y si cada cónyuge va en solitario, también añadirá sufrimiento al sufrimiento, tanto para uno como para el otro.
Cada uno de los duelos es distinto y todos los hacemos en diferentes tiempos. Saben, yo necesité siempre que me escucharan, desahogarme, contar las cosas veinte veces. A Vicente eso lo agotaba y también a Gisela. ¿Qué hacer? En el camino del duelo hay que hacer un esfuerzo amoroso para apoyarse mutuamente en el matrimonio, marcando un ritmo paralelo. Nosotros, juntos, encontramos poco a poco el camino.
El Grupo Resurrección fue mi válvula de escape. Es verdad que yo fui muy insistente. Necesitaba defender mis deseos profundos que, por otra parte, terminaron ayudando a todos. El sufrimiento es muy personal, pero el proceso de elaboración del duelo debe ser muy comunitario, muy matrimonial, muy familiar.
El camino del duelo por la muerte de un hijo es desolador, no se puede ni se debe hacer en solitario. El Grupo de mutua ayuda Resurrección es una bendición.
Hoy, que estoy más fuerte, sigo coordinando el Grupo Resurrección y capacitando a nuevos coordinadores, preparándome con cursos y seminarios, estudiando para así poder ayudarme y ayudar más y mejor; ¡y haciendo renegar a mi querido esposo Vicente con mis tareas!
¡Y Dios siempre presente! ¡La fe, qué gran compañera! El duelo sin espiritualidad es anémico. Puede haber enojos, mil preguntas, momentos dificilísimos, seguro que los hay, pero siempre con fe.
Necesitamos ayudarnos todos y entre todos: el matrimonio, la familia, los amigos, la comunidad parroquial, los profesionales, el grupo de mutua ayuda en duelo. ¡Todos!
Queridos/as amigos/as, y especialmente papás y mamás en duelo, ¡siempre adelante! ¡Juntos podemos más! ¡Por nuestros hijos! ¡Por el matrimonio! ¡Por nosotros!
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