Duelos para la esperanza. Mateo Bautista García

Duelos para la esperanza - Mateo Bautista García


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Pilar, sin resentimientos y sin bronca hacia los que tienen problemas con las drogas y son delincuentes. Si bien la muerte de Damián fue extraordinaria, siempre apunté a la muerte en sí, e intenté que mi hija creciera sana y feliz con una mente abierta.

      ¿Se puede volver a ser feliz? Sí, claro que sí. Yo pude, gracias a Dios. Y gracias a la ayuda recibida de tan buenos samaritanos pude elegir el camino de confrontarme sanamente con mi sufrimiento. Hubiera sido más fácil quedarme en casa de mis padres siendo siempre una infeliz víctima, pero descubrí que perdonarme y perdonar es el camino.

      No existe transitar el duelo sin bronca, sin culpa, sin apegos. Por ello, el desafío es confrontarse con uno mismo, saber en qué consiste una crisis existencial y que la muerte es parte de la vida.

      La meta es la paz, la felicidad, el amor. La meta es la solidaridad, la fe, la vida...

      Los duelos sin elaborar no son una buena inversión para la vida

       Aprendí a sanar y sanear mi corazón, mente y espíritu

      para resignificar mi vida.

      Estrené mi título de viuda el 7 de abril de 2016, a las 15:00 h. Me llamo María Fernanda y tengo 52 años. Solo bastaron cuatro palabras escalofriantes y gélidas: «Hicimos todo lo posible». Ellas dinamitaron mi alma. Había muerto mi esposo Sandro, sí, él, mi amado San, de un infarto masivo, a los 53 años.

      Lloré, lloré y lloré abrazada a mi hija Fiorella, de 26 años de edad, en el gris pasillo del hospital zonal. Ambas sentimos nuestro corazón desencajado, como un puzle. Juntas rezamos pidiendo a Dios explicaciones, pero no escuchamos ninguna respuesta. ¿Por qué Dios permitió que esto sucediera? ¿Ya no fueron suficientes todos los duelos por muertes y pérdidas de nuestra vida?

      Como si fuera una película comencé a recordarlas una a una: la muerte de nuestro bebé Marcos de tan solo quince días de vida en agosto de 1996, hoy tendría 21 años; la muerte repentina de mi mami Julia en marzo de 2002; el accidente de tránsito en agosto de 2013, donde ambos fuimos arrollados por un automóvil; la muerte precipitada de amigos y compañeros entrañables durante el año 2014; la muerte aliviadora de mi suegra, mi mamá Margarita, tras sufrir seis ACV, en agosto de 2016; la mudanza de mi suegro Luis a Córdoba como consecuencia de la muerte de mi esposo; mi ansiada y anhelada jubilación docente también quiso sumarse al dolor de tantas pérdidas y muertes generando en mí un vacío devastador.

      Los médicos del hospital salieron a darnos las condolencias y a entregarnos sus pertenencias. Regresamos a casa cargando dos mochilas, la de San y la mía, que contenían los toallones y los trajes de baño mojados. Recuerdo ese mediodía de otoño del mes de abril como si fuera hoy. San estaba esperándome en la estación de Wilde con dos mochilas y dos barritas de cereal para ir juntos al club donde practicábamos natación, deporte que realizábamos felices como ejercicio de rehabilitación después del accidente del 2013. ¿Quién iba a decir que nadando y disfrutando en esa piscina de agua cálida, cristalina y llena de vida encontraría mi esposo la muerte?

      Del velatorio tengo recuerdos fugaces. Vi pasar junto a su féretro una caravana interminable de familiares y amigos. Todos expresaban con estupor un dolor desconcertante. Lo que sí recuerdo aún es la calidez de esos abrazos que recibí de todos ellos, susurrándoles yo al oído: «No me digas nada, dame un abrazo de oso».

       A partir de ahí comencé a replantearme toda mi vida

      A continuación, siguieron dos largos meses sombríos, con noches interminables, a los que yo llamo «meses de penumbras». Este tiempo no lo transité sola, siempre estaba en compañía de mi hija, de unos pocos familiares, los que me quedaron aquí en la tierra, y de muchos amigos.

      El sufrimiento es un hondo vacío muy lleno de vacíos. Me golpeó fuerte el cuerpo; comencé a sentir dolores físicos, acompañados de noches eternas de insomnio y problemas en la piel. Sentía en todo mi cuerpo el dolor del sufrimiento.

      Recuerdo que durante todo ese tiempo comencé a formarme y educarme en el camino del duelo, tal vez gracias a mi amada profesión docente. Necesitaba volver a encontrarme, en realidad a reencontrarme y a recoger las piezas de mi despedazado corazón.

      La oración fue mi combustible cotidiano. Con palabras sencillas, pero impregnadas de amor y de fe, me dirigía a Dios Padre implorándole que me ayudara a encontrar el camino, ya que había perdido mi brújula, mi GPS, mi gran amor de treinta años de matrimonio. Casi a diario me sentaba a orar en el último banco de la capillita interna de la catedral de Quilmes, dirigiéndome en forma firme e insistente a Dios nuestro Señor, rogando que por favor me mostrara el camino. Dos meses más tarde y en esa catedral conocí al Grupo de mutua ayuda Resurrección.

      A partir de aquí comencé a replantearme toda mi vida. ¿Qué hacer con los proyectos compartidos? ¿Con cuáles decidiría quedarme? ¿De cuáles debería despedirme y decirles adiós? Sentí muy fuerte la presencia de Dios que obró en mí a través de mi hija, amigos, compañeras de mi querido jardín de infantes Juan XXIII y los profesionales de la salud. Logré recomenzar mis clases de natación, incrementándolas, yendo tres veces por semana. Participé junto a mi hija en un taller de duelo, a cargo de la que hoy es mi terapeuta. Recibí un regalo especial de Dios: haber puesto en mi camino el Grupo de mutua ayuda Resurrección. Sí, lo encontré en el mismo lugar donde meses atrás le imploraba a Dios que me mostrara el camino. Será por eso que aun hoy le tengo un especial cariño al último banco de la capillita interna de la catedral.

       Cada semana me llevaba a casa nuevas herramientas para elaborar el duelo

      En el Grupo de mutua ayuda Resurrección fui recibida con cariño y contención por parte de los coordinadores y de mis compañeros. Era un miércoles de septiembre, un día soleado cálido donde el aire ya olía a primavera. Así que tomé ese día como «mi resurrección» a la primavera de la vida. Cada semana me llevaba a casa nuevas herramientas para elaborar sanamente todos mis duelos no resueltos que salieron a la luz a raíz de la muerte de mi esposo.

      Tras haber llorado todo lo necesario, haber sobrevivido a noches de insomnio, haber expresado todo mi dolor con los cinco sentidos, haber podido ponerlo en palabras y en acción, haberme educado en el duelo y haber aceptado que mis seres queridos ya no vuelven, pero que no los tengo perdidos, me propuse «resucitar en vida», aferrarme al Señor y potenciar toda esa fuerza interior que tengo. Todo ello me permitió continuar la vida sin rendirme, recuperando la risa, intentando darle vida nuevamente a mis sueños, poniendo toda la fuerza de voluntad posible, dejando atrás el dolor de mis pérdidas, pero no el amor, y continuando la peregrinación de mi existencia, sabiendo que nada sería igual, pero ya con la esperanza de volver a ser feliz porque nuestros seres queridos nos quieren ver felices.

      Actualmente soy coordinadora de un grupo de mutua ayuda en duelo Resurrección, y ayudo a todos sus integrantes a que afronten el dolor de la muerte con una mirada esperanzadora y centrada en la resurrección de Cristo. También participo en la Red Sanar de la Pastoral de la Salud que tanto me ayuda a equilibrar mi sanador herido y a cicatrizar sanamente todas mis heridas. Mi proyecto para el año próximo es iniciar la carrera de psicoeducadora para luego sumarme a las filas del voluntariado y poder trabajar todo lo aprendido en el sector escolar capacitando a los docentes.

      Diariamente le agradezco a Dios Padre el tiempo que tuve a mi amado esposo San a mi lado, por su impronta, por su legado, por la familia que juntos formamos y por nuestra hermosa hija Fiorella que tuvo que madurar apresuradamente con todas las muertes y pérdidas de nuestra vida. También les doy las gracias a todos mis seres queridos que ya gozan de la gloria de Dios. Cada uno de ellos dejó múltiples huellas en nuestras vidas. Ellos desde arriba nos acompañan a transitar esta nueva etapa para mi hija y para mí. Yo los llamo cariñosamente «mi bandita del cielo».

       Tomarme el duelo como un trabajo me ayuda mucho


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