Desde Austriahungría hacia Europa. Alfonso Lombana Sánchez
él una cultura memorial (Assmann, 2007 [1992]), discursiva (Foucault, 2010 [1970]) e historiográfica (Baßler, 1995). Especial atención merecen a su vez las expansiones intermediales del texto literario, que mucho tienen que ver de nuevo con la consideración del valor literario. Los matices de toda definición del texto requieren, para entender correctamente el alcance de esta definición de «literario», su contraste con otras manifestaciones culturales. Analizar consecuentemente las múltiples implicaciones de la literatura demanda así la consideración del texto como un producto tendente a la intermedialidad (Rajewsky, 2002).
¿Es literatura el cine? Puede serlo sin ningún problema, ya que igual de escrito está un guion de cine que una obra de teatro. Su diferencia estriba en el formato de exposición, pero especialmente el discurso de la intermedialidad ha demostrado cómo podemos seguir hablando de literatura más allá de la concepción tradicional de su exposición. Las múltiples y sugerentes investigaciones hechas hasta la actualidad acerca de las fusiones intermediales entre cine y literatura ponen de manifiesto la cercanía de ambas. ¿Es literatura la pintura o la escultura? En términos generales no, pues no pueden serlo, ya que su lenguaje no es lingüístico, sino únicamente visual. Sin embargo, sí hay expresiones pictóricas o incluso escultóricas en las que el lenguaje vuelve a ser un vehículo principal del acto comunicativo, como por ejemplo la poesía visual, que sí debe valorarse literariamente. ¿Es literatura la arquitectura? Al igual que en el caso anterior, no necesariamente, aunque en la arquitectura (también en la escultura) son frecuentes y de gran relevancia determinadas inscripciones en las que, ciertamente, podríamos hablar de otro tipo más de literatura. ¿Es literatura la música? Desde hace tiempo se cuenta el teatro musical entre las especialidades literarias, no solo por la relevancia de determinados libretistas, sino también por la importancia de los libretos como un género en sí (Gier, 1998) . Además, más allá de óperas, operetas o zarzuelas, también podemos interpretar como literatura una pieza sinfónica, y hay para ello ejemplos más que sugerentes, por ejemplo con los poemas sinfónicos de Richard Strauss: Don Juan, compuesto a partir de la obra homónima de Lenau o D. Quijote, a partir de Cervantes.El escenario intermedial que conlleva la noción abierta y generosa de la literatura invita a que el experto contemple este tipo de apariciones como una posibilidad más del texto literario. La dedicación actual del teórico de la literatura es por tanto trabajar con un concepto de literatura abierto y amplio, así como estar siempre receptivo a la colaboración interdisciplinar. Bajo estas premisas se pueden postular tres afirmaciones acerca de lo que es un texto.
Primero, la literatura es un objeto real útil e interpretable. La mera existencia de los textos que podemos considerar literarios garantiza la presencia de la literatura. «Literatura», por tanto, no es un concepto abstracto o teórico como el de cultura. La obra literaria es material tangible y real, ergo una presencia (Gumbrecht, 2004, p. 10). Esta, en tanto que existente, es además también perceptible. El objeto que podemos denominar literario, además, no es en sí inmóvil y pétreo, ya que su uso se reactiva inmediatamente con cada interpretación funcional: la literatura se convierte en una realidad útil en el momento en que es leída. Así, por ejemplo, la literatura de ficción entretiene, la científica transmite el saber, etc. Tan solo no podrá ser literatura todo aquello que no exista, es decir, que no sea una presencia y que no tenga por tanto una funcionalidad.
Segundo, la literatura tiene un carácter medial y una función comunicativa (Gumbrecht, 1998, p. 86). El acto literario se desarrolla siempre que un autor escribe un texto que debe ser leído por algún receptor. Una vez escrito el texto, este se vuelve independiente. Sin esta participación, la obra no cumple con su función ni con sus exigencias comunicativas, puesto que sin autores, como tampoco sin lectores, la literatura no tendría aplicación alguna. El autor escribe siempre desde una motivación, incluso cuando la escritura es inconsciente. En el acto creativo de redacción exsiten razones para tal expresión que podemos considerar tanto centrales (Ricoeur, 1973) como simplemente coyunturales (Foucault, 1994 [1969]). Sin embargo, en cualquiera de los dos casos podremos afirmar este intercambio independientemente tanto como si vemos el mensaje del texto como una verdad encriptada (Ricoeur, 1973), una recopilación de símbolos interpretables (Derrida, 2006) o una realidad semiótica (Barthes, 1971). No puede ser literatura todo aquello que no sea un medio de comunicación, es decir, en el momento en que desaparece la relación autor-receptor, la obra pierde su funcionalidad e, incluso, su razón de ser.
Tercero, la literatura debe formularse lingüísticamente. Aunque la formulación no tiene que estar reflejada íntegramente en la escritura, es necesaria para la consideración del texto literario la presencia lingüística en el texto. La teoría del Speech Act (Austin, 1990) apareció en la por primera vez en los años setenta, observándose como una práctica social y dialógica (Pratt, 1977), y esta teoría se ha adaptado desde sus orígenes lingüísticos a la producción literaria (Miller, 2001), por ello, no puede ser literatura todo aquello que no esté expresado lingüísticamente, es decir, la importancia y presencia de la literatura reside en su presencia verbal.
Quedan excluidas de estas tres propuestas de literatura la frecuente definición de la literatura como entidad estética y como objeto artísticamente autónomo. La valoración estética de un texto literario ha dominado el estudio de la literatura hasta bien entrados los años ochenta del siglo XX, siendo esta una de las posibilidades preferidas para la interpretación de literatura (Ter-Nedden, 1987, p. 32 y sig.). Este tipo de análisis plantea sin embargo dificultades a la hora de valorar la legitimación de los criterios definitorios. Al surgir por tanto una pregunta similar a la hora de esbozar el canon y los baremos de literatura, ya que estos principios son más divergentes que aglutinadores, la Teoría de la Literatura Cultural huye de valoraciones estéticas similares.
Al margen del significado, de la realidad y de la utilidad de la literatura, surgen de aquí tres hechos interpretables sobre los que formular hipótesis. Y, por ello, sintetizando al máximo una definición para el texto literario se puede afirmar que literatura es una presencia real interpretable de carácter medial y con una función comunicativa. El texto literario es una entidad mediática en sí, una vía de transmisión (no sólo de entretenimiento o de deleite), del que su lectura abierta es una necesidad. La lectura performativa del texto literario como Kulturzeugnis (Wirth, 2002, p. 25) debe por lo tanto ser entendida como un manejo del texto en tanto que fuente de información real interpretable. Ante el significado que cobran los textos como complejas configuraciones discursivas de la experiencia y de la comprensión del mudo, (Benthien & Velten, 2002, p. 23) estos no deben alejarse de la investigación filológica, máxime tras la pretendida expansión cultural.
Autores
Dada la responsabilidad del creador del texto literario, el significado del «autor» ha sido minuciosamente valorado en la investigación:
«Es gibt nach dem Text kaum eine andere Größe im Gebiet der Literatur, die uns wichtiger wäre als der Autor. Das gilt für den alltäglichen Umgang mit Literatur […]. Der Autor ordnet das Feld der Literatur. Er reduziert die Möglichkeiten des Umgang mit ihr […] und er verknüpft die Literatur mit Lebens- und Wertvorstellungen» (Jannidis, et al., 2009, p. 7).
«No hay tras el texto ninguna entidad de igual tamaño en el ámbito de la literatura, y de tanta importancia para nosotros, como la del autor. Esto afecta a la dedicación diaria con la literatura […]. El autor ordena el campo de la literatura. Reduce las posibilidades de su manejo […] y relaciona literatura con perspectivas de vida y de valores».
Tras la revolución postestructuralista, el autor ha sido duramente despojado del aura de divinidad con que lo había venido considerando la tradición literaria hasta casi haberse visto reducido a una mera entidad jurídica (Woodmansee, 1992). Esta reorientación la realzaron, entre otras, las teorías de Foucault (1994 [1969]), que a su vez se inspiró en la reorientación lingüística del texto: «C’est le langage qui parle, ce n’est pas l’auteur», diría Barthes, proclamando la muerte del autor a la vez que la «naissance du scripteur» (Barthes, 1994 [1968]). Esta concepción se opuso a las visiones que se decantaron por un autor en el centro (Ricoeur, 1973) en conformidad con la tradición hermenéutica (Schleiermacher, 1977 [1838]), con las teorías psicoanalíticas (Freud, 2000 [1907]), con las normas