Spanisch für Fortgeschrittene. Fabiola Feinkamp Baradez

Spanisch für Fortgeschrittene - Fabiola Feinkamp Baradez


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      Después de todo el curso estudiando, por fin han llegado las vacaciones. Hoy por fin me voy de viaje a Barcelona para volver a visitar una de mis ciudades favoritas de la infancia. Estoy preparando el equipaje con la ayuda de mi madre. He hecho una lista con las cosas más importantes: ropa interior, una chaqueta, neceser, cargador del móvil, cámara de fotos, bañador, gafas de sol, tarjeta de crédito… Mi madre me ha preparado un bocadillo para comer en el avión, pero no puedo llevar nada para beber porque no se pueden subir líquidos al avión.

      Cuando terminamos de preparar la maleta, cogemos el coche para ir al aeropuerto. Mis padres van a acompañarme porque voy a viajar durante varias semanas y van a echarme mucho de menos. Al llegar, mi madre deja el coche en el aparcamiento y entramos en la zona de salidas de la terminal. Voy al mostrador de facturación a dejar la maleta y a recoger mi tarjeta de embarque. Me despido de mis padres y voy a la zona de embarque para pasar el control de seguridad. Como siempre, dejo el bolso, la chaqueta y el cinturón en la bandeja y cruzo el control cuando el oficial me lo indica. Busco una pantalla para consultar la información sobre mi vuelo y veo que va a despegar de la puerta de embarque número cuatro. Voy hacia allí y, cuando llego, me siento en la zona de espera porque aún falta una hora para el despegue.

      Cuando llega la hora de embarcar, enseño mi billete de avión y mi carné de identidad y me subo al avión. Busco mi asiento y… ¡genial! Me ha tocado al lado de la ventana. Me encanta ver las vistas desde el cielo: las nubes son muy bonitas y hacen formas muy originales. Antes de despegar, los asistentes de vuelo explican las instrucciones de seguridad y qué es lo que tenemos que hacer en caso de accidente. Me abrocho el cinturón de seguridad y me preparo para el despegue.

      En mitad del vuelo, los azafatos pasan para ofrecer el servicio de cafetería. Compro una botella de agua para tomármela con el bocadillo y pago con la tarjeta de crédito. Una hora y media más tarde, aterrizamos en Barcelona. El aeropuerto de Barcelona es muy moderno, y es mucho más grande que el de Oviedo, desde donde he salido. Busco la salida para coger un autobús al centro de la ciudad porque allí he quedado con mi amiga Ana.

      Compro los billetes del autobús en la taquilla. Cuestan cinco euros con noventa. Para encontrar la parada de autobús tengo que salir de la terminal, donde hay un cartel con los autobuses que pasan por el aeropuerto. Llego a la parada donde tengo que esperar al autobús. Hay otras cinco personas esperando, así que me pongo en la fila y saco el móvil para mirar un poco Facebook. Unos minutos después llega el autobús. ¡Qué rápido! Le enseño el billete al conductor y busco un asiento libre. En veinte minutos estamos en el centro de Barcelona. Mientras llegamos miro por la ventana esta preciosa ciudad. Lo primero que me llama la atención es que los semáforos son de color amarillo y que hay muchas motos por la calle.

      Cuando me bajo del autobús, mi amiga Ana está esperándome. Somos amigas desde niñas y nos llevamos muy bien. Es una de mis mejores amigas y le gusta viajar tanto como a mí.

      Ana: Hola, Laura, ¡qué ganas tenía de verte! Laura: Yo también a ti. El viaje ha sido muy corto. Ana: ¿Quieres ir a tomar algo antes de ir a mi casa? Laura : Claro, me apetece mucho un café. Vamos a un bar que hay cerca de la estación donde venden unos pasteles muy buenos. Por el camino vamos hablando y nos contamos qué tal van nuestros estudios. Mi amiga Ana es bióloga y le gustan mucho los animales. Trabaja en el zoo de Barcelona a tiempo parcial. Me dice que podemos ir un día para ver los animales con los que trabaja. Cuando terminamos el café, quiero invitar a Ana, pero no me deja pagar. Conoce al camarero, así que al final paga ella. Esta tarde vamos a ir a ver la Sagrada Familia, una de las catedrales más bonitas de España, aunque todavía no está acabada. Ana y yo vamos caminando hacia la catedral. Hace un día muy bueno y dar un paseo es muy agradable. A medio camino nos encontramos con un espectáculo callejero en el que un hombre hace malabares con pelotas. Es muy entretenido y hay mucha gente alrededor. Cuando termina el espectáculo, le damos un euro de propina. Por fin llegamos a la Sagrada Familia. Lo primero que me llama la atención es la cantidad de turistas que hay alrededor. Para entrar hay que hacer una cola de unos veinte minutos, pero merece la pena. Llegamos a la ventanilla y pido dos entradas. El precio es de diecisiete euros por persona, un precio justo para esta maravilla. Una vez dentro me quedo con la boca abierta: es uno de los sitios más bonitos que he visto en mi vida.

      Mi amiga Ana hace fotos a todo con su cámara réflex y, de repente, un guardia nos llama. Estamos muy nerviosas porque no sabemos lo que quiere. El guardia nos dice que lo que estamos haciendo está prohibido, pero no sabemos a qué se refiere. Entonces vemos un enorme cartel que dice que está prohibido hacer fotografías profesionales. Ahora entendemos por qué el guardia está tan enfadado. Le pedimos perdón, guardamos la cámara y seguimos con nuestra visita.

      Cuando terminamos la visita, estamos encantadas. Es un monumento impresionante y ya tengo ganas de volver a visitarlo. A la salida hay una tienda en la que puedes comprar postales y regalos relacionados con la catedral. Escojo un imán para mis padres por tres euros. Estoy segura de que les va a encantar.

      Al final de la enorme avenida en la que está la Sagrada Familia se ve el mar, así que Ana y yo decidimos ir andando para tomar un helado en algún chiringuito de playa. Parece que no está lejos, pero llevamos media hora caminando y aún no hemos llegado. Barcelona es más grande de lo que parece y Ana está acostumbrada a moverse en metro a todos los sitios, pero a mí me apetece caminar y disfrutar de la ciudad. Poco después, llegamos por fin a la zona de la playa. El paseo marítimo es un sitio genial en el que hay mucha gente haciendo deporte y paseando con sus mascotas.

      Nos acercamos a una heladería y nos compramos un helado de chocolate y nata cada una. Cuando el dependiente nos da el helado, le pago con un billete de diez euros y nos vamos. Cuando nos hemos alejado unos metros, escuchamos:

      El dependiente: ¡Chicas, chicas! ¡Os olvidáis la vuelta! Laura: ¡Madre mía! Muchas gracias, señor, es usted muy amable. Tengo tantas ganas de probar el helado que me olvido de todo lo demás. Como el hombre ha sido tan simpático con nosotras, le dejo cincuenta céntimos de propina y seguimos con nuestro paseo. Caminando por el paseo marítimo vemos una tienda de alquiler de patinetes eléctricos. A Ana le encantan y quiere alquilar dos para recorrer el paseo, pero hay un problema: tenemos el helado entero. Ana decide que no importa y paga el alquiler de dos patinetes blancos. Yo creo que es una mala idea porque solo podemos coger el manillar con una mano mientras con la otra sujetamos el helado. Lógicamente, a los pocos metros se me cae el helado y, cuando voy a recogerlo para tirarlo a una papelera, aparece un perro y empieza a chupar el helado del suelo. Por lo menos alguien lo disfruta… Llega la hora de cenar y buscamos un restaurante con comida típica para probar la buena gastronomía catalana. Esperamos en el recibidor del restaurante hasta que un camarero nos da una mesa para cenar. Laura: Buenas noches, queremos una mesa para dos. El camarero: Buenas noches. Sí, acompáñenme. Nos sentamos en una mesa con vistas al puerto deportivo, en el que hay muchos barcos lujosos. El camarero nos trae la carta. Tenemos que elegir un primero, un segundo y un postre. De primero elijo una escalivada, un plato típico catalán que está hecho con diferentes verduras y anchoas. Es un plato de sabor fuerte, pero me han aconsejado probarlo. De segundo escojo una butifarra, que no es más que una salchicha sabrosa cocida a la parrilla que se puede acompañar con alubias blancas. Todo está buenísimo. Ahora toca pedir el postre, pero no tengo mucha hambre. Aun así, voy a pedir una crema catalana, un postre típico de la zona y muy famoso en toda España. Tiene tan buena pinta que me lo quiero comer entero. Ya hemos terminado de cenar y levanto la mano para llamar al camarero. Le quiero pedir la cuenta para pagar. El camarero trae la cuenta en una caja muy bonita con dos bombones dentro, ¡qué detalle! En total


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