La vida a través del espejo. Iván Zaro
El testimonio de David nos detallará cómo es ser un caballo de Troya en plena consulta hospitalaria.
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Yo nací y estudié Medicina en Murcia y me siento súper de Murcia17. Pero llegó un momento en el que aquello se me quedó pequeño. Como ciudad, laboralmente, Murcia siempre tiene menos posibilidades y me quería ir. Pero, sobre todo, a nivel de ambiente. Hice la maleta y me vine a Madrid para hacer el MIR. Hice el examen, pero Madrid me daba algo de miedo. Yo llegué con veinticinco años y ahora tengo treinta y tantos. La primera vez que vine a Madrid fue un fin de semana de escapada, con veintidós o veintitrés años, en el mes de julio. Les dije a mis padres que me iba a las fiestas del pueblo de un amigo mío. Les mentí y tomé rumbo a Madrid para irme de fiesta. Pero una cosa es pasar un fin de semana y otra cosa es vivir aquí. Yo siempre buscaba una ciudad con mar, porque a mí eso me tira mucho. Pensaba en Valencia, Alicante o Barcelona, pero el tema del catalán me echaba para atrás. Decidí venirme dos días antes de empezar el MIR para aprovechar el fin de semana. El movimiento, la gente, las calles, todo. Chueca me gustaba mucho, ahora ya no tanto, pero antes me llamaba mucho. Además, no es lo mismo poner en tu currículum que has hecho la residencia en un hospital de segundo nivel que hacerlo en un Gregorio Marañón, en el 12 de Octubre o en el Ramón y Cajal. Después tuve la suerte de poder quedarme a vivir en Madrid. Y ahí empezó la aventura como Paco Martínez Soria, un cateto provinciano. Tengo dos hermanos mayores que yo y mis padres son mayores.
Yo salí del armario por fases: mi hermano me pilló entre comillas a los veintiuno o veintidós años. Eso siempre se nota, el hecho de que nunca tengas relaciones con chicas o no tengas novia a esa edad. Yo siempre estaba estudiando y cuando salía de fiesta me iba a los típicos bares de ambiente. En Murcia solamente hay uno o dos y ya está, por eso digo que la ciudad se me quedó muy pequeña. Y, claro, siempre surge la típica pregunta de dónde iba el fin de semana y yo me inventaba un sitio para que no lo conociera. Era el momento del auge de las redes sociales, en las que a veces colgabas cosas como fotos con tu futuro novio. En fin, vives tanto en la mentira que he tenido que hacer tapaderas triples. Todo para poder mantener en secreto mi homosexualidad.
Mi hermano, el mayor, lo aceptó bien porque él salió de Murcia para estudiar en Bilbao en los años noventa. Lo encajó bien porque en aquel momento estaba casado con una mujer que tenía un hermano gay. Mi otro hermano, el mediano, dos años más tarde se lo preguntó a mi hermano. Y mi hermano le dijo que sí. Después quedamos los tres para formalizarlo todo. He de decir que mi hermano siempre ha sido mi cómplice, me ha servido para cubrirme muchas veces. Yo decía que me iba a su casa a dormir, aunque luego fuese mentira. Él siempre fue mi aliado y eso se agradece. El problema en mi familia eran mis padres porque los dos están chapados a la antigua. Mi miedo siempre ha sido qué harían en el momento en el que se lo dijera. Mi plan era terminar la carrera, hacer el MIR y poderme ir de casa antes de decirlo.
Al final tuve dos semanas para hacer la mudanza. Cuando llegué a Madrid, le dije a mis hermanos que iba a contárselo a papá y a mamá. Así que vinieron a casa y, claro, mis padres se extrañaron de vernos a todos de buenas a primeras. Les dije que les tenía que contar una cosa y mi padre soltó «yo ya sé lo que me vas a contar» y mi madre contestó «yo también». Y entonces les dije: «mirad a mí no me gustan las mujeres, a mí me gustan los hombres». Ellos me dijeron que me iban a querer igual que siempre. En ese sentido, fue todo muy bien.
Para mí ser médico tiene un componente vocacional. De siempre me ha gustado mucho la ciencia. Para los idiomas, la literatura y temas de letras, no. Lo que yo he sentido por la ciencia desde pequeño ha sido fascinación y mi mayor entretenimiento fue la botánica, que me parece un mundo fascinante. Me ponía a leer un libro de ciencias y tenía la sensación siempre de querer más. Con las letras eso no me pasaba. Un verano, cuando tenía como doce o trece años, puse la tele y estaban emitiendo la serie Urgencias, en la que salía George Clooney. Recuerdo la entrada de la ambulancia, la gente corriendo, cómo metían a los enfermos en el box y yo pensaba que justo eso es lo que quería saber hacer. Para mí esa serie ha sido una de las mejores desde el punto de vista médico porque era muy real. Real en términos de procedimientos y con todo muy bien hecho. Yo tenía una enciclopedia en casa, la típica de ocho tomos de color rojo, y allí leía y me empapaba de términos médicos. Veía «aneurisma de aorta», me entraba la curiosidad de qué sería y lo leía con atención hasta que lo entendiese. Todo muy básico, pero claro tenía doce años. De ahí me viene la vocación por ser médico de urgencias, que es lo que soy ahora.
Mi despertar sexual sería a los cuatro o cinco años, con el programa Luna de miel de Mayra Gómez Kemp. Una de las pruebas se desarrollaba con toda la familia vestida de boda en la piscina y en una barca que se iba hundiendo. Hacia el final, al novio o a la novia le ponían un estríper y debía reconocer las piernas de su pareja entre las cuatro personas que le proponían. Primero hacían la prueba con el chico, con una tía despampanante. Luego le tocaba la prueba a la novia y le ponían al típico estríper hipermusculado, guapo, alto y con un cuerpo fantástico. Yo me excitaba muchísimo y empecé a darme cuenta de que pasaba algo porque esa reacción no la tenía con las chicas, pero ahí se quedó un poco apagada la cosa. Después, a los doce o a los trece años, en el colegio también experimenté lo mismo.
En aquella época, los sábado por la noche a las tres de la mañana, después de la película tipo Regreso al futuro o Alien, venía la peli porno. Así que me quedaba a ver el porno y me daba cuenta de que me gustaban los hombres y eso inicialmente lo veía como algo malo. Pero lo que te hace verlo así es la sociedad. Porque cuando llegas a clase los niños empiezan a pegarte, te discriminan, no quieren jugar contigo. ¿Entonces cómo mataba yo el tiempo por las tardes? Me ponía a estudiar, a ver series y jugaba a los videojuegos.
Como yo negaba tanto mi condición sexual, no me permitía que me gustaran los tíos. Por eso nunca he tenido el momento de amor adolescente. Ha habido tíos que me gustaban, claro, por ejemplo mi profesor de autoescuela, pero sabía que tenía novia y no me planteaba más. Mi pubertad la viví con el inicio de internet, de los chats, el chat de Chueca, el bakala, el gaydar y empecé a relacionarme así con otros chicos cuando yo ya tenía dieciocho o diecinueve años. Pensé que cuando fuera a hacer el bachillerato podría empezar una nueva vida con nuevos amigos porque no habría nadie conocido del colegio, pero tuve la mala suerte de que en el instituto al que yo me iba se vino más de media clase conmigo. ¡Otros dos años más para encontrar novedades! ¡Qué le íbamos a hacer! Pese a todo, en el instituto conocí a otros niños más mayores. Había un chico que era súper, súper gay y otros dos que me gustaban, pero que eran muy niñatos. En el momento en el que me hacían daño o me insultaban les ponía la cruz. Así que mis primeras experiencias fueron a partir de los dieciocho o diecinueve años. Empecé a salir de marcha por el ambiente y, entre comillas, fue un poco como mi salida del armario. Una etapa nueva. En la universidad tengo una sexualidad más consciente y más libre.
El sida siempre lo vi como una enfermedad. No tenía mucha información más allá de que era una cosa mala. Y, a medida que fueron pasando los años y estudié asignaturas en las que se trata el VIH y el sida, empecé a tener más conocimiento y conciencia del tema. Se le pierde el miedo a las cosas cuando sabes cómo funcionan. Ves que la gente no se muere, cómo se transmite y cómo se puede prevenir. Esto me parecía superinteresante y era como un reto. ¿Por qué no encuentran la cura? ¿Cómo funciona? Siempre me ha llamado mucho la atención el VIH. Es verdad que la población homosexual de mi edad tiene esa carga, ese estigma generacional.
Antes de mi diagnóstico, yo atendí a pacientes con VIH. En la residencia, pasamos por distintos tipos de servicios o especialidades para complementar la formación. Yo quería estar en el Centro Sandoval para saber cómo funciona un centro especializado en ITS. En aquel momento ante chicos con VIH pensaba: vale somos iguales, pero tú estás infectado y yo no. Es el pensamiento de «algo habrás hecho para estar infectado». Pero lo mismo que lo pensaba con un paciente VIH lo pensaba con la gorda de 80 kilos que medía uno cincuenta y me venía a la consulta diciendo «no, no, es que yo tengo tiroides». «No, no es que tengas tiroides, es que te hinchas a comer y no haces ejercicio, no te cuidas», pensaba yo. Y lo mismo con el paciente que lleva su bombona de oxígeno: «Es que has fumado cerca de sesenta años. ¿Qué