Contratos. Freddy Escobar-Rozas

Contratos - Freddy Escobar-Rozas


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simplemente requieren (i) analizar si la acción en cuestión corresponde o no a una regla moral vigente; y, (ii) actuar de forma consecuente (Himma, 1998, p. 462).

      Mill reconoce que las relaciones interpersonales presentan un alto grado de complejidad debido a la existencia (natural) de consideraciones o valoraciones en conflicto. Por tal razón, Mill considera que ningún credo moral puede ser absoluto; las personas deben tener un margen de discreción que les permita atemperar la rigidez de las reglas morales y establecer excepciones con la finalidad de obtener, en cada caso concreto, el mayor beneficio posible:

      “There exists no moral system under which there do not arise unequivocal cases of conflicting obligation. These are the real difficulties, the knotty points both in theory of ethics, and in the conscientious guidance of personal conduct. They are overcome practically with greater or with less success, according to the intellect and virtue of the individual (…) if utility is the ultimate source of moral obligations, utility may be invoked to decide between them when their demands are incompatible”

      (Mill, 1863, p. 36)

      En consecuencia, las reglas morales no poseen un valor absoluto. Estas reglas son solo guías o señales, construidas en base a la experiencia, que muestran caminos hacia la felicidad. Las personas pueden ejercer sus capacidades mentales con el fin de hallar otros caminos, más cortos, más seguros, hacia la facilidad (Himma, 1998, p. 462). Surge de este modo el principio normativo que autoriza a inaplicar una regla moral si tal cosa conduce a un resultado más beneficioso.

      A pesar de que sus obras presentan diferencias relevantes frente a las de Bentham, Mill reafirma la tesis central del utilitarismo: la acción moralmente correcta es aquella que genera la mayor felicidad, el mayor placer, para la sociedad:

      “According to the Greatest Happiness Principle, as above explained, the ultimate end, with reference to and for the sake of which all other things are desirable (whether we are considering our own good or that of other people), is an existence exempt as far as possible from pain, and as rich as possible in enjoyments, both in point of quantity and quality; the test of quality, and the rule for measuring it against quantity, being the preference felt by those who in their opportunities of experience, to which must be added their habits of self-consciousness and self-observation, are best furnished with the means of comparison. This, being, according to the utilitarian opinion, the end of human action, is necessarily also the standard of morality; which may accordingly be defined, the rules and precepts for human conduct, by the observance of which an existence such as has been described might be, to the greatest extent possible, secured to all mankind; and not to them only, but, so far as the nature of things admits, to the whole sentient creation”

      (Mill, 1863, p. 17)

      Las ideas de Mill difieren de las ideas de Bentham en dos aspectos. Primero: rechazan la posibilidad de que una acción pueda vulnerar la libertad de las personas con la condición de que los beneficios excedan a los costos. En la medida que dicha libertad es, per se, beneficiosa, una acción que la vulnere será, por definición, perjudicial. Segundo: aceptan la posibilidad de que los placeres tengan diferentes valores en función de un criterio cualitativo basado en preferencias de orden subjetivo.

      Si bien las obras de Bentham y Mill muestran algunas diferencias, es posible considerar que el utilitarismo brinda un enfoque unitario basado en las siguientes ideas:

      Tercero: la noción de beneficio (utilidad, ventaja) es amplia, en la medida que incluye todo lo que (i) genera o incrementa la felicidad (placer, satisfacción), o, (ii) elimina o disminuye el dolor.

      Cuarto: la noción de costo (pérdida, desventaja) también es amplia, en la medida que incluye todo lo que (i) causa o incrementa el dolor; o, (ii) elimina o disminuye la felicidad.

      Quinto: el análisis beneficio-costo ha de considerar los impactos materiales (positivos o negativos), así como los impactos emocionales o morales (positivos o negativos) que generan las acciones. Si B obtiene un beneficio material a través de la acción X y esa acción implica un trato cruel hacia C, será preciso determinar si tal beneficio es superior al costo que implica afectar la sensibilidad moral de C (víctima) y de E, F y G (terceros que sienten empatía por la víctima). Por consiguiente, es posible que una acción “abusiva”, “injusta” reduzca el bienestar social general, a pesar de que genere algún beneficio material (Murphy y Coleman, 1990, p. 73; Shavell, 2004, p. 596).

      A pesar de los cambios introducidos por Mill, el utilitarismo del siglo XIX no encuentra paz, pues acepta el valor moral de una acción que ocasione pérdidas (que no afecten la libertad individual) a una o más personas. Mientras tal acción genere más beneficios que costos, su valor moral es incuestionable.

      La idea de que una acción sea moralmente correcta aun cuando ocasione daños a una persona sigue generando críticas. Esas críticas, sin embargo, pueden ser superadas mediante la aplicación de una teoría concebida en el seno de la Escuela de la Economía del Bienestar, según la cual una acción es eficiente si incrementa el bienestar de una persona sin afectar el de otra persona.

      V. DIGNIDAD INDIVIDUAL

      Kant no niega la capacidad de las personas de sentir placer y dolor, pero rechaza la idea de que aquella capacidad determine su relevancia moral. Para Kant, las personas son moralmente relevantes por su condición de criaturas libres, por su capacidad de establecer sus propios fines. Es esa condición, esa capacidad, y no la de sentir placer o dolor, la que diferencia a las personas de las demás especies. En consecuencia, la moral no ha de velar por la promoción del bienestar (social), sino por el respeto de las personas como criaturas libres, capaces de fijar los objetivos que definan el sentido de su existencia (Murphy y Coleman, 1990, p. 77; May, 1994, p. 137).

      La libertad, según Kant, implica autonomía. Esta autonomía presenta dos “expresiones”: una negativa y otra positiva. La primera supone que la persona no está subordinada a otra, no está sujeta al control de otra. La segunda supone que la persona puede tomar decisiones por sí misma, a fin de definir (i) los fines que desea obtener (ser filósofo o pianista), y, (ii) los medios que desea emplear (recibir educación formal o aprender con la práctica) (Kant, 1785, 2016, p. 166).

      Kant considera que cada persona, en su condición de criatura racional y libre, solo puede estar sujeta a las normas que establezca para sí misma. La moral, en consecuencia, no procede de una fuente heterónoma, esto es, de la voluntad de alguna autoridad (divina, estatal); sino más bien de una fuente autónoma, esto es, de la voluntad personal (y racional) de decidir hacer lo correcto (Kant, 1785, 2016,

      p. 147).

      La buena voluntad no es buena por las consecuencias que genere; la buena voluntad es buena por sí misma:

      “La buena voluntad no es tal por lo que produzca o logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin propuesto, siendo su querer lo único que la hace buena de suyo (…)”

      (Kant, 1785, 2016, pp. 80 - 81)

      Incluso si la buena voluntad se encuentra despojada de la fuerza necesaria para producir consecuencias, aquella es buena por sí misma:

      “Aun


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