La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick
práctica y normas (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1991).]; al menos para ciertos propósitos, Raz ha revisado posteriormente su terminología y ha sustituido este término por el de «razones protegidas». Este cambio no es importante para nuestros actuales propósitos.
18 Esta expresión refleja deliberadamente el título de la obra de R. M. Hare El lenguaje de la moral (México: UNAM, 1975). Tanto personalmente como por sus escritos, Hare provocó mi interés en muchos de los asuntos tratados en el presente libro, aunque mis ideas han terminado por desviarse un poco de las suyas.
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Valores y naturaleza humana
1. LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE
Es una vieja creencia, que todavía tienen muchos, la de que los seres humanos son criaturas que deben su existencia a un Dios todopoderoso y totalmente benevolente. Todos los judíos, los cristianos y los musulmanes sostienen, de maneras diferentes pero desde una misma fuente original, que algunos seres humanos en la historia recibieron, por medio de los profetas (y, para los cristianos, por medio de la encarnación de Dios en Jesús, y por tanto de las enseñanzas de Jesús), una revelación de las leyes de Dios que son obligatorias para los humanos. Sin embargo, algunos creyentes observaron que incluso quienes no habían recibido la revelación divina que fue registrada en las Sagradas Escrituras parecían vivir de acuerdo con principios similares, aunque de manera muy imperfecta. Tenían alguna idea de los principios expresados en los Diez Mandamientos, con o sin las interpretaciones adicionales que reciben en el Nuevo Testamento. La ley divina, según tales creyentes, se revela especialmente en la Biblia (o el Tanaj o el Corán), pero incluso sin la revelación los humanos tienen algún acceso a ella. Aquí tenemos una manera fundamentalmente cristiana de expresar esta idea: «Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos»19. Observaciones similares de que podían encontrarse las mismas cuestiones de Derecho en muchas comunidades, a pesar de variaciones locales en cosas como la moneda, los pesos, las medidas y las formas de gobierno, llevaron igualmente a algunos filósofos de la Grecia Antigua a la conclusión de que algunas cosas son correctas o incorrectas por naturaleza, no solo por convención. Por tanto, parecía que había, en algún sentido, un «Derecho natural» común a todos los seres humanos en cuanto tales.
Para las personas que viven en el siglo XXI, la metáfora de la «escritura en los corazones» de los seres humanos ha adquirido un nuevo sentido. Pues los científicos de la vida contemporáneos, tanto en sus trabajos de investigación como en sus explicaciones populares de lo que hacen, nos dicen que pensemos en el genoma humano como un libro. Este libro contiene un complejo código de letras y palabras bioquímicas, que funcionan como una especie de receta para que las proteínas formen los complejos grupos moleculares de los que estamos hechos (al igual que todos los demás seres vivientes20). «En el principio era el Verbo», dice la frase inicial del Evangelio de San Juan. En realidad, hay una palabra, o más bien un libro de palabras, en el inicio de cada ser viviente, cada uno con su propio código genético escrito en los pares de bases de la doble hélice de su ADN. La escritura no está en nuestros corazones, o más bien no está solo en ellos, sino en cada célula de nuestros cuerpos. Sin embargo, esto en sí mismo no es un código moral ni nada que se le parezca. En cambio, puede ser una precondición para la posibilidad de cualquier código moral y muchas otras cosas.
Quien pueda leer y entender los párrafos precedentes los habrá reconocido como una exposición de ideas en lengua española. Es posible inferir algo con seguridad para cualquiera que haya llegado hasta aquí. Cada una de tales personas tiene un gen «FOXP2» en el cromosoma 7 que funciona correctamente. «Este gen es necesario para el desarrollo de una capacidad normal para la gramática y el habla en los seres humanos, incluyendo un buen control motor de la laringe… Cuando está dañado, la persona nunca desarrolla un lenguaje completo»21. Por supuesto, que unos genes sean necesarios para el habla no significa que sean suficientes. Se activan por medio de la exposición del ser humano entre la infancia y la pubertad al entorno de una comunidad lingüística, y la lengua que se desarrolla es la lengua de esa comunidad —una lengua que sin embargo es traducible a cualquier otra lengua humana natural, aunque sea con imperfecciones—. Puede que las personas con sordera profunda nunca aprendan a hablar con sus cuerdas vocales. Sin embargo, la lengua de signos puede ser un modo de comunicación lingüística igual de completo, y puede complementarse con el uso de un lenguaje escrito —o codificado electrónicamente— al igual que puede hacerse con una lengua oral.
Como señalaron Thomas Reid hace mucho tiempo y Ludwig Wittgenstein mucho más recientemente, un lenguaje privado es inconcebible22. El poder del habla es uno de los poderes irreductiblemente sociales de la mente humana. Las condiciones para el aprendizaje y el uso del habla dependen absolutamente de la adhesión común a unas normas comunes de gramática y similares que estructuran nuestro lenguaje. Como se argumentará más detalladamente en un capítulo posterior, entre tales normas debe haber una que privilegie la veracidad y la sinceridad sobre la falsedad y el engaño, pues una comunidad sin tal norma nunca podría desarrollar un lenguaje o perdería rápidamente el que tuviera. En el genoma no está escrito que mentir y engañar están mal, pero las capacidades que pueden desarrollar quienes portan el genoma humano dependen de que la mayoría de los miembros de una comunidad de hablantes traten esas cosas como incorrectas la mayoría del tiempo y se abstengan de ellas, especialmente delante de aprendices.
Añadamos a esto el reconocimiento de la conexión entre el lenguaje como habla, por medio de la vocalización o los signos, y la invención y el desarrollo de la escritura. Los mensajes en un lenguaje que empezó siendo escrito, después impreso y ahora encriptado digitalmente crean en los humanos una habilidad extraordinaria que nos ha distinguido progresivamente de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés y los bonobos, cuyo código genético es increíblemente similar al nuestro. Esta es nuestra capacidad para comunicarnos a una distancia tanto espacial como temporal, así como para acumular conocimientos generación tras generación, que se vuelven cada vez más especializados en las ramas del conocimiento que podamos dominar y así, de manera casi inevitable, se produce una división social del trabajo cada vez más avanzada. Esto implica la capacidad de desarrollar una sociedad civil cada vez más extensa, que a su vez requiere la extensión de una confianza al menos provisional entre un número cada vez mayor de personas que no se conocen personalmente. Esta idea le resultará familiar a cualquier lector de Adam Smith.
El civismo de la sociedad civil, así como la confianza impersonal que requiere y sustenta, es un logro notable en la medida que los humanos consiguen alcanzarla y mantenerla. Al menos en tiempos recientes, ha dependido de la creación y el mantenimiento de Estados constitucionalistas, Estados con alguna distribución constitucional de poderes que facilite la vigilancia y el equilibrio de quienes ostentan diferentes poderes a lo largo del tiempo. Solo en los Estados constitucionalistas de este tipo la democracia ha sido una posibilidad a largo plazo. Por supuesto, nada de esto está dictado por el código genético, ni tampoco su creación se ha logrado por medio del razonamiento a priori. No obstante, sigue siendo cierto que tales desarrollos han sido posibles para los seres humanos debido a nuestra naturaleza, y debido a que somos capaces de aprender cómo mejorar lo que ha evolucionado con nosotros. Siempre se nos presenta la fragilidad del civismo y la civilización, y la lección de sucesos tales como los de Irak entre 2003 y 2008 nos advierte de que es mucho más fácil destruir que reconstruir. El impulso de destruir también es parte de nuestra naturaleza, pero es uno del que nos pueden resguardar nuestras instituciones.
El ejemplo del lenguaje humano con el que empezaron estas breves reflexiones es importante. Todos hablamos alguna lengua, y quizá más de una. Las lenguas son fuertemente normativas23. Sin embargo, sus normas no fueron creadas por ningún acto humano de voluntad revestido de algún tipo de autoridad institucional —incluso la Académie française tiene un papel relativamente subsidiario en relación con la gran lengua de la que se ocupa—. No podemos