La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick

La razón práctica en el Derecho y la moral - Neil MacCormick


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(puede suponerse) de la ejecución de decisiones. Es obviamente cierto que solo uno mismo puede pensar en lo que va a hacer, ciertamente desde la perspectiva de la agencia y la acción. Yo puedo preguntarme qué hará usted, puedo reflexionar sobre qué sería inteligente o correcto que hiciera y puedo darle mi opinión sobre ello si quiere, pero solo usted puede decidir qué le merece la pena hacer en este momento, qué es lo que debería hacer por encima de todo lo demás. El razonamiento práctico, en este sentido, siempre está dirigido a uno mismo y sirve para gestionarse a uno mismo, ya sea un razonamiento individualista o corporativo.

      Que esté dirigido a uno mismo no significa, sin embargo, que sea concerniente a uno mismo. Una autora que decide que debe embarcarse en la escritura de cierto libro y completarlo dentro de cierto plazo puede considerar que sus obligaciones hacia su editor o hacia el organismo que le ha otorgado una beca son una razón buena y suficiente para ponerse a trabajar. Podría verla como una razón concluyente, independientemente de cualquier otra razón concerniente a uno mismo, económica o de otro tipo, que también pueda pensar que influye en este caso. Esto sería evidente si se imaginara que la situación es un poco más compleja. Se le ha ofrecido una plaza como profesora visitante que es muy prestigiosa y puede ser bastante agradable, pero debe asumirla dentro de los próximos doce meses. Esos son precisamente los doce meses en los que debe escribir el libro para cumplir con el plazo acordado. En lo que respecta a las razones concernientes a uno mismo, ella podría pensar que lo correcto desde su punto de vista «egoísta» es posponer o abandonar el libro para asumir la plaza de profesora visitante. Sin embargo, sus obligaciones hacia terceras partes superan a estas consideraciones, así que rechaza la invitación con pesar y se pone a escribir.

      El término «moral», en uno de sus sentidos más restringidos, se usa para llamar la atención sobre los elementos concernientes a otros del razonamiento práctico. Las exigencias de la moral son exigencias en favor de otras personas diferentes de la que está deliberando. Las motivaciones o las razones morales son las que compiten con las concernientes a uno mismo. Cada uno de nosotros se encuentra constantemente en riesgo de favorecerse demasiado a sí mismo. Las razones concernientes a uno mismo para hacer algo pueden aparecer vívidamente iluminadas o pueden verse ensombrecidas por las exigencias que hemos caracterizado como «razones concernientes a otros». La virtud moral requiere en sus fundamentos una determinación firme e incluso férrea de no sobrevalorar lo que concierne a uno mismo en detrimento de las consideraciones que conciernen a otros. La imparcialidad entre uno mismo y los otros es difícil de cultivar pero es fundamental para la moral.

      Esto es cierto e importante. Sin embargo, ese es solo uno de los sentidos del término «moral». Además, prestarle demasiada atención puede empujarlo a uno hacia el error opuesto. Es cierto que todos tenemos una tendencia hacia el egoísmo, en el sentido de una propensión a sobrevalorar las motivaciones concernientes a uno mismo en detrimento de las concernientes a otros, y debemos estar en guardia ante esto. No obstante, también es posible la corrección excesiva. Convertirse en un felpudo o en un mártir en favor de las necesidades relativamente triviales de otros es un error de juicio —de juicio moral, de hecho— tanto como lo opuesto. También puede tener efectos moralmente indeseables, como en el caso de unos padres que, temerosos de descuidar a sus hijos, terminan por mimarlos totalmente y por fomentar en la práctica que se conviertan en mocosos egoístas. Aquí, como en muchos otros asuntos, existe un término medio deseable, y una desviación de ese punto en cualquier dirección conduce al error moral, aunque la tendencia al error normalmente esté algo sesgada en la dirección de uno mismo.

      A veces se traza una distinción entre razones «prudenciales» y «morales» para la acción, sobre la base de que las prudenciales son concernientes a uno mismo, mientras que las morales son concernientes a otros. Este es un uso muy desaconsejable. «Phronesis» en griego se traduce como «prudentia» en latín y «prudencia» en español. Significa sabiduría práctica, que se manifiesta en una capacidad madura para deliberar de una manera correcta y equilibrada, teniendo en cuenta todo lo que debe considerarse y dejando a un lado consideraciones irrelevantes. La «prudencia» en este sentido no se refiere solo a lo que concierne a uno mismo. Consiste en dar su justo valor a las consideraciones concernientes a uno mismo, las concernientes a otros y las concernientes a la comunidad en cualquier contexto de deliberación importante. Quienes pueden ayudar a guiar (no controlar) las deliberaciones de una persona afligida por dificultades son sabios consejeros de quienes están turbados por difíciles problemas prácticos.

      Aquí no trataremos «moral» y «prudencia» como virtudes mutuamente excluyentes. La prudencia conduce a decisiones moralmente correctas, y las decisiones son moralmente correctas en la medida que den el valor justo o apropiado a las consideraciones concernientes a otros siempre que estas compitan con las concernientes a uno mismo. La pregunta, por tanto, concierne al «valor justo o apropiado»: ¿cómo debemos evaluar las razones para lograr una sabiduría práctica en la toma de decisiones? Hay una respuesta aparentemente circular que ha sido popular durante siglos: la sabiduría se aprende observando y tratando de imitar a quienes ya son sabios. Uno se convierte en alguien que toma buenas decisiones aprendiendo de alguien que ya es sabio. De la misma manera, se aprende a tallar la madera siendo aprendiz de un buen artesano, se aprende a navegar bien aprendiendo de un buen capitán de barco, se aprende a escribir bien imitando a buenos escritores establecidos y prestando atención a las críticas de buenos críticos, y así sucesivamente. Esto, sin embargo, es complicado. Las personas sabias toman las decisiones correctas. Yo aprendo a tomar decisiones correctas siguiendo las palabras y el ejemplo de los sabios. ¿Pero cómo saben hacerlo ellos? Por otra parte, ¿cómo pueden los menos sabios estar seguros de que, a juzgar por la corrección de sus decisiones, el individuo que consideran como un ejemplo tan bueno es realmente sabio, es realmente alguien que toma decisiones de manera correcta? La corrección de sus decisiones demuestra su sabiduría, pero las decisiones son correctas porque es sabio. ¿No están razonando en círculo aquí?

      Tal vez la solución no sea muy diferente de la que aplicamos en el caso de habilidades prácticas menores que se aprenden por el ejemplo. El maestro artesano puede mostrarle qué hacer, mostrarle qué va mal en tus intentos, hacer críticas útiles a sus esfuerzos, explicar qué efectos se busca conseguir al ejercitar una habilidad y así sucesivamente. Las personas prácticamente sabias no hacen declaraciones délficas sobre qué es correcto, explican por qué lo es. Muestran las razones que parecen más pertinentes y por qué una de ellas se valora más en un contexto que en otro, entre otras cosas. La persona sabia llama la atención sobre aspectos de la situación de los que puede que uno no se haya percatado o de cuya pertinencia puede que no se haya dado cuenta. La sabiduría viene con la experiencia y los sabios han experimentado más cosas que los aprendices, y han aprendido de su experiencia, una experiencia tanto de errores como de aciertos. No son oráculos infalibles sino guías muy valiosos.

      Aunque esto sea cierto, no nos ha acercado mucho a la solución del problema con el que empezamos. ¿Cómo evaluar el diferente valor de diferentes razones? ¿Qué tipo de cosas son las razones? La primera respuesta a esto es: «las razones no son en absoluto cosas». Los aspectos de una situación y los aspectos de las relaciones entre personas son pertinentes para las preocupaciones humanas. El hecho de que una línea de conducta sea posible y que considero que esta línea de conducta es deseable en sí misma o por sus probables resultados es una razón para mí para seguirla. El hecho de que le he prometido a usted no seguir tal línea de conducta si termina por perjudicarlo hace que sea necesario que yo compruebe si es probable que lo perjudique en este caso. Si lo es, entonces hay una razón para que me abstenga de esa línea de conducta. Si no lo es, entonces soy libre de embarcarme en ella y debería hacerlo, a menos que aparezca o me dé cuenta de que hay alguna otra opción más valiosa. Las razones para hacer cosas son hechos, no entidades. Los hechos son lo que afirman los enunciados verdaderos. El mundo tal como lo aprehenden conscientemente los humanos es un mundo de hechos.

      Esto se vuelve cada vez más desconcertante. Algunos dicen que hay una brecha insalvable entre los hechos y los valores, pero parece que los hechos (y solo los hechos) pueden darnos razones para actuar, es decir, pueden hacer que merezca la pena hacer algo. Lo que merece la pena tiene valor. Así que los hechos poseen valores después de todo. Sí, pero son valores en un sentido relativo: valores para los humanos. Este relativismo no es incompatible con la objetividad. Los hechos que tienen


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