Tres ensayos sobre democracia y ciudadanía. Baldo Kresalja
existencia de un marco político y jurídico de libertad e igualdad y la vigencia efectiva de los derechos fundamentales. Según este autor, hay dos clases de votaciones: las votaciones electivas y las no electivas, estas últimas a través de las vías de la democracia directa, como el referéndum o la revocación de autoridades131. Mientras la votación designa el escrutinio que va a dar lugar a la mayoría, la elección designa a la persona o personas escogidas como representantes. Las modalidades de la democracia directa se materializan mediante votaciones populares, pero no todas tienen la misma razón de ser, ya que, en el referéndum, por ejemplo, puede ser una condición para que un proyecto normativo entre o no en vigor, mientras que el veto persigue que una norma no rija.
3. Ahora bien, hay varios tipos de elecciones, y diversas formas de determinar las limitaciones al sufragio. Pero lo cierto es que la adopción de un determinado sistema electoral tiene una gran importancia en la selección de los representantes y en la composición de las fuerzas políticas en los poderes del Estado; esto es, el sistema electoral tiene influencia decisiva en la conformación de las mayorías que van a gobernar, la protección de las minorías y los procesos de alternancia en el gobierno132. En la democracia, tal como la entendemos, y así está consignado en nuestra Constitución, el sufragio tiene carácter universal e igualitario, le brinda igual oportunidad a todos los partidos y candidatos y cuenta con una autoridad electoral independiente133.
«Es evidente —dice Blancas Bustamante— que la adopción de un determinado sistema lectoral habrá de influir en la gobernabilidad y la representatividad de las fuerzas políticas de cada sociedad y, de esa manera, sobre el carácter democrático de la sociedad y la participación de los ciudadanos»134. En consecuencia, la determinación de los distritos electorales, la adopción del sistema de mayoría relativa, los diversos métodos del sistema proporcional, entre otros muchos otros aspectos vinculados a los sistemas electorales, son materias que hay que tener en cuenta para determinar el carácter y composición de la representación popular. Y han sido justamente las críticas a la forma en que se han llevado a la práctica esas diversas alternativas uno de los argumentos esgrimidos con frecuencia para alentar e implantar como complementarias las diversas modalidades de la democracia directa.
4. Zagrebelsky recuerda las palabras de Antonio Gramsci, cuando dice que el cómputo de los votos no es la expresión del dominio de la mediocridad sino la manifestación final de un proceso de formación de opiniones colectivas en las que todos tienen la capacidad de ejercer su influencia, y que si aquellos que se creían los mejores no consiguen influir en el pueblo y quedan en minoría, deben acusarse a ellos mismos; no es, por tanto, un defecto de la democracia. Y si los que se sorprenden por ese resultado creen que se debe a falta de madurez política, es decir, que el pueblo puede equivocarse, ello no tiene mayor sentido, porque, así como ha podido equivocarse también puede tener razón. Dice Zagrebelsky que «el pueblo y sus decisiones siempre pueden ser puestos en tela de juicio, pero no con la intención de condenarlos (o exaltarlos) sino solamente con la intención de promover el cambio hacia lo mejor»135.
2. MEDIOS, ENCUESTAS, PROPAGANDA Y LOBBYS
1. En el mundo atomizado de nuestros días:
los medios de comunicación proporcionan la coherencia social mínima sin la cual una sociedad no sería pensable. Nuestro sentido de pertenencia a un mismo mundo se lo debemos, en buena medida, a los medios de comunicación … [los que]… han ampliado enormemente las dimensiones de lo común y de lo público, … [aunque]… no es el espacio idealizado en las teorías de la comunicación racional, ni la esfera en la que se delibera sobre asuntos comunes136.
Los medios construyen la realidad, y lo que está en juego no es hallar la verdad, sino cumplir un conjunto de funciones sociales como el entretenimiento. Su velocidad informativa se paga con la redundancia, proporcionando seguridad y claves de orientación moral. La realidad suele ser para nosotros una realidad mediática. El éxito de los medios se encuentra en su capacidad de prefigurar la aceptación social de los temas, una preinterpretación esquemática de éstos. Y es a eso lo que llamamos con frecuencia opinión pública, la que establece el repertorio de asuntos públicos, asegurando una realidad de referencia y pudiendo incluso manipularla, pero no siempre convenciéndonos. Ante ello, los políticos, entonces, observan como son observados, y se produce de tal modo un montaje, una escenificación, que hay que saber manejar.
2. Como es sabido, los medios de comunicación de masas son un instrumento privilegiado para la propaganda política y para la formación de la opinión pública. En tal sentido, su uso resulta indispensable para los partidos políticos y para los grupos de poder137. Han permitido que la circulación de ideologías y puntos de vista plurales puedan ser compartidos rápidamente por un gran número de personas. Es posible afirmar que tanto los gobiernos democráticos como los autocráticos dependen en gran medida de los medios de comunicación social. A ello se agrega la importancia de la concentración y la propiedad cruzada de ellos, que obviamente imponen determinadas ideas o puntos de vista usualmente cercanos a los intereses de sus propietarios. En la mayoría de los países la regulación estatal sobre esas materias es pobre y parcializada138.
Como es obvio, la existencia de un entorno comunicativo adecuado es determinante para que el elector pueda ejercer de manera efectiva sus derechos y optar por una alternativa con propiedad; si no fuera, así el poder del elector sería irrelevante o, lo que es peor, terminaría optando por lo que no conoce bien, generándose desconfianza y frustración. La calidad del entorno discursivo resulta fundamental, porque las preferencias no suelen nacer espontáneamente, ni tampoco en la soledad de su conciencia, pues sin un intercambio discursivo el ciudadano mira, pero en verdad no ve. Tal como afirma Greppi:
al indagar en la microfísica de las voliciones del elector hemos descubierto que las opiniones no se imponen por sí mismas en el vacío neumático de la conciencia, ni la voluntad es una mera reacción ante los estímulos externos, sino que opiniones y voluntades se forman a partir de deseos y razones, a través de múltiples narraciones, casi siempre fragmentarias, elaboradas sobre la marcha y continuamente revisadas, en función de lo que sucede o deja de suceder en cada una de las distintas etapas del proceso político. No podrán, por tanto, ser tomadas como variables independientes y externas al juego democrático139.
Así, pues, sin la confrontación discursiva con los demás es difícil adquirir los elementos de juicio necesarios para elaborar demandas. El malestar político actual tiene por tanto que ver en buena medida con la mala distribución del poder comunicativo. En efecto, la creciente presencia de asesores y de expertos en marketing político ha dado lugar a que los mensajes de los candidatos a representantes tengan un contenido trivial y espectacular, lo que es contrario al diálogo. Los argumentos y la reflexión política han sido relegados, por lo que el espacio utilizado en los medios favorecerá al candidato oportunista y autoritario, el que sin duda se encontrará inclinado a las soluciones plebiscitarias y lejano a la deliberación democrática.
Los partidos políticos han sido, sin duda, afectados por la conducta de los medios de comunicación, y ello ha dado lugar a una relación —nunca explicitada convenientemente— entre comunicación y representación. Esto es fruto de que los medios y sus principales periodistas o presentadores, casi diariamente, se han convertido en auténticos ordenadores de la vida política, avasallando sin recato a quienes no comulguen con sus intereses inmediatos. La presencia excepcional de analistas en la prensa escrita y de algunos comentaristas cultivados intelectualmente en la televisión no altera la verdad del anterior juicio. La deliberación, entendida en su sentido tradicional como un intercambio pausado y ponderado de opiniones discrepantes, está ausente, especialmente en la televisión de señal abierta.
Hay que reconocer que el público consumidor de medios es mayoritariamente anónimo e indiferenciado, y de bajo nivel educativo. Frente a esa realidad, el político debe formular un discurso generalista que logre interesar por su relación con los problemas de corto plazo o con proyectos emotivos de más largo plazo, cuyas herramientas de concreción casi nunca se conocen. Siempre están presentes lo trivial y lo espectacular, y los horarios para menores y adolescentes no se respetan. La selección de la información transmitida no tiene como referente la afirmación democrática. Opina con razón Grompone:
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