Del Estado al parque: el gobierno del crimen en las ciudades contemporáneas. Fernando León Tamayo Arboleda

Del Estado al parque: el gobierno del crimen en las ciudades contemporáneas - Fernando León Tamayo Arboleda


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ciudad latinoamericana que aspira a insertarse en el mundo de los intercambios globales. La ciudad limpia, que busca generar interacciones saludables en un espacio público que es, al mismo tiempo, lugar de ciudadanía y dispositivo de control social, se basa en una nueva cartografía del espacio urbano moldeada por la identificación de las desviaciones, de los individuos que la contaminan y de las zonas de presencia del delito. Nuevas tecnologías se implantan, desde las cámaras de vigilancia, pasando por los asentamientos policiales y los hotspots, hasta llegar a la transformación de dispositivos urbanos —como el parque—, para producir una intersección entre distintas escalas de gobierno del crimen que definen la forma en que los cuerpos pueden circular por, y aparecer en, las calles libres de la amenaza delictiva.

      La lectura de esta juiciosa descripción de la ciudad como locus y dispositivo de control del crimen y las desviaciones, que realiza Fernando Tamayo, es indispensable para comprender cuál es el estado de normalidad de lo urbano en el contexto de la globalización y la gestión que se realiza del espacio público en términos de limpieza, estética y seguridad. Pero también es indispensable para comprender la ciudad en estado de pandemia. La ciudad clausurada, con sus espacios públicos vacíos y el confinamiento voluntario, se asienta sobre la estructura material y simbólica de la metrópoli latinoamericana, atrapada entre los retos locales de gobierno del crimen y las exigencias globales de limpieza y seguridad cotidianas, que busca una respuesta en la edificación del parque como nuevo dispositivo de construcción de ciudadanía y control del delito. En ambas ciudades, la limpieza como proyecto político es indispensable. El parque, lleno o vacío, su expresión espacial más clara.

      Libardo José Ariza

      1 Michel Foucault, Vigilar y castigar. Trad. por Aurelio Garzón del Camino (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2014), 230.

      2 “Situation update worldwide, as of March 2020 08:00”, European Centre for Disease Prevention and Control, acceso 17 de marzo de 2020, https://www.ecdc.europa.eu/en/geographical-distribution-2019-ncov-cases

      3 Eve Conant, “Here´s what a massive coronavirus lockdown would look like in the U.S.”, National Geographic, 13 de marzo de 2020, https://www.nationalgeographic.com/history/2020/03/60-million-person-coronaviruslockdown-united-states/

      4 Al respecto, ver los trabajos clásicos de Konichi Ohmae, The End of Nation State (New York: Free Press, 1998); Saskia Sassen, Losing Control? Sovereignity in an Age of Globalization (New York: Columbia University Press, 1996).

      5 Foucault define la nosopolítica como aquel régimen de saber-poder que busca alcanzar “la desaparición de las grandes epidemias”, así como la reducción de la tasa de morbilidad y el aumento de la expectativa de vida. Para ello, considera que son claves “las intervenciones sobre el espacio urbano, ya que constituye el medio más peligroso para la población. La ciudad con sus principales variables espaciales aparece como objeto de medicalización” (Michel Foucault, Saber y Verdad [Madrid: Ediciones la Piqueta, 1991], 99).

      6 Slavoj Žižek, “Coronavirus is ‘Kill Bill’-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism”, RT, 27 de febrero de 2020, https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/.

      7 Rebecca Wright, “There’s an unlikely beneficiary of coronavirus: The planet”, CNN World, 17 de marzo de 2020, https://edition.cnn.com/2020/03/16/asia/china-pollution-coronavirus-hnk-intl/index.html.

      8 Zygmunt Bauman, Modernidad Líquida. Trad. por Mirta Rosenberg (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2015).

      A mediados de 2014 me dirigí a la ciudad de Bogotá para iniciar mis estudios doctorales, sin llevar una idea clara de cómo era la ciudad o qué investigación me interesaba realizar. Por un lado, aunque había estado algunas veces en Bogotá, las cortas estancias en la capital, casi siempre por trabajo o placer, me habían impedido conocerla y sentir que podía leer el terreno. Por otro lado, si bien las decisiones que me habían llevado a comenzar la aventura doctoral y a elegir a Bogotá como el lugar indicado para dicho proyecto se fundamentaban en un interés en profundizar cuestiones relacionadas con la manera en que se gobierna el crimen y sus formas específicas en las ciudades latinoamericanas, para aquel momento no tenía ninguna idea concreta sobre el tipo de investigación que quería conducir.

      El primer día en la universidad fue, en general, similar a la experiencia que cualquier primíparo tendría al comenzar estudios de cualquier nivel universitario, pero hubo un evento de aquellos que, sin saberlo, suelen marcar las decisiones que se toman en el futuro y que decidiría el rumbo de mi investigación. En medio de las actividades que la institución había preparado como bienvenida, estaba programada una charla de inducción para los estudiantes que iniciaban aquel día sus estudios. Esta actividad, común en muchos lugares, era un rito que reunía a los estudiantes para mostrarles las credenciales de la universidad, el privilegio que conllevaba ser elegido por la institución para cursar allí sus estudios, los servicios a los que podían acceder por estar matriculados y los deberes que adquirían como alumnos y futuros egresados.

      Cerca del final de la ceremonia de inducción sucedió algo completamente diferente a lo que había pasado en mis experiencias anteriores en otras instituciones. Luego de los procedimientos tradicionales para conocer la historia, el prestigio, los servicios y reglamentos de la institución, se dio espacio al jefe de seguridad privada de la universidad, quien debía explicar diversas reglas que servirían para tener un camino sin riesgos durante la realización de nuestros estudios. La participación del jefe de seguridad no carecía de sentido si se consideran dos situaciones, en primer lugar, que más del 30 % de los estudiantes de pregrado no son bogotanos1, es decir que resulta posible suponer que gran parte de estos no conocen la cartografía de la ciudad con la misma precisión que quienes son procedentes de esta2. En segundo lugar, la localización de la universidad en el centro la ubica en uno de los espacios con mayores cifras de criminalidad en toda la capital3, lo que hacía que la “educación en seguridad” tuviera, cuando menos, algún sentido desde el punto de vista de la administración universitaria.

      La intervención del jefe de seguridad inició dando pequeños consejos tales como: “no dejen sus cosas de valor sobre las mesas de estudio”, “estén atentos a comportamientos sospechosos”, “conserven sus carnés universitarios lejos de la vista de extraños para que no conozcan sus datos”. Después de estas advertencias, que se ofrecían como parte de un sentido común4 de autocuidado, se comenzó a hablar de situaciones que ya no eran evidentes —o mejor, no formaban parte de aquellas conductas que, pretendidamente, cualquier persona razonable llevaría a cabo—, pues para conocerlas se necesitaba tener información que no estaba disponible para los estudiantes —asumiendo que, al parecer, sí disponían de elementos para identificar “comportamientos sospechosos”—.

      El orador comenzó a desplegar ante los “primíparos” una serie de fotografías y mapas sobre los alrededores de la universidad. En estos se detallaba la geografía que rodeaba la institución y, con colores y flechas, se señalaban los espacios que eran seguros para transitar. El jefe de seguridad afirmaba que el cordón de vigilancia construido por la seguridad privada de la institución, en colaboración con la Policía Nacional y otras universidades del centro de la ciudad, podía garantizar la protección de los estudiantes siempre que estos permanecieran en los corredores seguros, los cuales permitían movilizarse entre los diferentes ingresos a la Universidad y las zonas donde se podía tomar el transporte público o acceder a parqueaderos para los vehículos privados; mientras la opción contraria, abandonar los corredores seguros, podía derivar en la interacción con


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