Del Estado al parque: el gobierno del crimen en las ciudades contemporáneas. Fernando León Tamayo Arboleda
último, el capítulo V está pensado como una conclusión poco tradicional del texto. La decisión de no plantear unas conclusiones “ortodoxas”, entendidas estas como un simple balance de los hallazgos de la investigación, se debe a dos motivos: en primer lugar, que cada capítulo cuenta con un aparte de conclusiones en las cuales se sintetizan los hallazgos consignados en cada uno de ellos y, en segundo lugar, que la perspectiva asumida en el capítulo primero obliga a que, más que desenlaces, se muestre un análisis amplio derivado de la conjunción de las herramientas teóricas y metodológicas aplicadas y los hallazgos encontrados. Por ello, este capítulo se encarga de mostrar, a la vez, una interpretación sobre el gobierno del crimen en la ciudad de Bogotá, los retos que implica estudiarlo en las ciudades contemporáneas —especialmente aquellas del sur global que comparten características con la capital colombiana—, y las consecuencias que los hallazgos de la investigación —y el modelo analítico aplicado— tienen a la hora de diseñar estudios sobre la criminalidad.
1 Cuando se revisan las cifras de ingreso a la Universidad de los Andes se encuentra que entre los años 2007 y 2017 fueron admitidos más de 30 % de estudiantes cuyo lugar de residencia se encontraba fuera de Bogotá, la cifra más es baja 31 % (semestre 2009-1) y la más alta 49,8 % (semestre 2017-2), con promedios de 34,4 % —entre 2012 y 2017— y 32 % —entre 2009 y 2012—. En el semestre 2014-2, en el cual tuvo lugar la inducción de la que hablo, ingresaron 1.461 estudiantes nuevos (en pregrado), de los cuales 32 % provenían de lugares distintos a Bogotá (cfr. Universidad de los Andes, Boletín estadístico 2017 [Bogotá: Universidad de los Andes, 2017]; Boletín estadístico 2014 [Bogotá: Universidad de los Andes, 2014]; Boletín estadístico 2007 [Bogotá: Universidad de los Andes, 2007]).
2 Este supuesto es ilustrativo, pero no puede pensarse como una prueba definitiva, pues ni vivir en Bogotá implica el conocimiento de todos los sectores de la ciudad, teniendo en cuenta la envergadura de la capital del país, ni ser de otro lugar del país implica desconocerla. Con todo, desde el punto de vista de la administración universitaria, que no puede preguntar individualmente por los conocimientos del sector, tiene sentido hacer una inducción sobre la geografía circundante a la universidad cuando se recibe una cantidad tan grande de estudiantes que provienen de afuera de Bogotá.
3 Según las cifras del año inmediatamente anterior a la inducción, la localidad de Santa Fe era la tercera con mayor cantidad de hurto a personas (delito que más preocupaba a la administración universitaria), con una tasa de 1.617 hurtos por cada 100.000 habitantes, superado solamente por las localidades de La Candelaria (también ubicada en el centro de la ciudad y limítrofe con la localidad de Santa Fe) con 2.363 y Chapinero con 1.800 (Cámara de Comercio de Bogotá, Observatorio de seguridad en Bogotá No 46: junio de 2014 [Bogotá: Cámara de Comercio, 2015], 37).
4 La idea de “sentido común” tiene que ver con la propuesta analítica de Berger y Luckmann para el conocimiento de la vida cotidiana. Según ellos, los individuos construyen recetas sobre cómo actuar en la vida cotidiana, lo que hace surgir ese sentido común (Berger y Luckmann, La construcción social de la realidad [Buenos Aires: Amorrortu, 2012], 34-63). En materia de gobierno del crimen, un buen ejemplo de la forma en que la idea de sentido común ha sido utilizada aparece en los textos de Wilson: “El ciudadano promedio difícilmente necesita ser persuadido de que el crimen será cometido más frecuentemente si, en las mismas circunstancias, este reporta más ganancias comparado con otras formas de pasar el tiempo. De acuerdo con esto, el ciudadano promedio piensa que es obvio que la razón por la cual el crimen aumenta es porque se está haciendo más fácil escaparse de sus consecuencias. Bajo el mismo razonamiento, el ciudadano promedio piensa que una buena forma de reducir el crimen es hacer más costosas las consecuencias del crimen para el infractor (con penas más rápidas, más ciertas y más severas), o hacer que las alternativas al crimen sean más valiosas (aumentando la disponibilidad y el salario por hacer trabajos legítimos), o ambas cosas”. (Traducción libre del texto “The average citizen hardly need to be persuaded of the view that crime will be more frequently committed if, other things being equal, crime becomes more profitable compared to other ways of spending one’s time. Accordingly, the average citizen thinks it obvious that one major reason why crime has gone up is that people have discovered it is easier to get away with it; by the same token, the average citizen thinks a good way to reduce crime is to make the consequences of crime to the would-be offender more costly (by making penalties swifter, more certain, or more severe), or to make value alternatives to crime more attractive (by increasing the availability and pay of legitimate jobs), or both”) (James Wilson, “Penalties and opportunities”, en A reader on punishment, ed. por Antony Duff y David Garland [New York: Oxford University Press, 1995], 177). Esta visión estaría fundada en las teorías del control, cuyo soporte empírico suele basarse en supuestos poco fundamentados (Marcus Felson y Ronald V. Clarke, “Opportunity makes the thief”, Police Research Series 98 [1998]). Por su parte, Wilson no ofrece una explicación de por qué los ciudadanos piensan esto, o alguna prueba de que ello sea efectivamente así, sino que asume que sus intuiciones son extensibles sin mayor elaboración. En esta investigación, para evitar caer en la generalización de aquel autor, siguiendo la senda de Berger y Luckmann se intentará mostrar la forma en que el sentido común es construido en Bogotá a partir de la distribución de recursos de gobierno del crimen y la creación de una forma específica de razonar sobre el crimen en las actividades diarias.
5 Tampoco puedo desestimar la importancia que tuvieron los textos de Bordieu, Wacquant y Wright Mills sobre la posibilidad —y necesidad— de analizar las propias posiciones y acciones para comprender las realidades en que uno mismo se encuentra insertado (Pierre Bordieu, Homo Academicus. Trad. por Pablo Tovillas [Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008]; Pierre Bordieu y Löiq Wacquant, Una invitación a la sociología reflexiva. Trad. por Ariel Dilon [Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2005]; Charles Wright Mills, La imaginación sociológica. Trad. por Florentino M. Torner [México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2010]).
6 Jonathan Simon, Gobernar a través del delito. Trad. Victoria de los Ángeles Boschiroli (Barcelona: Gedisa, 2011).
7 Michel Foucault, “El sujeto y el poder”, Revista Mexicana de Sociología 50, n.° 3 (1988): 3-20, 15.
8 Precisamente, toda la obra de Foucault es un esfuerzo por caracterizar diferentes tipos de poderes, como el punitivo (Foucault, Vigilar; Michel Foucault, The punitive society: lectures at the College de France 1972-1973 [New York: Palgrave McMillan, 2015]) o el estatal administrativo-policivo-militar Michel Foucault, Defender la sociedad. Trad. por Horacio Pons [Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014]) entre otros.
9 La definición de poder aquí ofrecida es fruto de la revisión de diversos textos de Foucault, sin embargo, los que mayor influencia presentaron para la construcción de esta definición fueron: Michel Foucault, La microfísica del poder. Trad. por Julia Varela y Fernando Álvarez Uría (Madrid: La Piqueta, 1992); “El sujeto y el poder”; Historia de la Locura en la época clásica I. Trad. por Juan José Utrilla (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1998); La verdad y las formas jurídicas. Trad. por Enrique Linch (Barcelona: Gedisa, 2011); Vigilar; Defender. Entre los anteriores, los dos textos referidos inicialmente son los que presentan los intentos más claros de definir lo que el poder significa como concepto abstracto, por encima de la definición de cada poder en específico. Así mismo, para delimitar la definición, fue importante el texto de Valverde sobre el tema (Mariana Valverde, Michel Foucault [New York: Routledge, 2017]).
10 Al respecto, véanse Ariel Ávila Martínez, “Gestión de la seguridad en Bogotá”, en Violencia Urbana, ed. por Ariel Ávila Martínez, Jorge Giraldo-Ramírez, José Antonio Fortou et al. (Bogotá: Aguilar, 2014), 23-65; Gerard Martin y Miguel Ceballos, Bogotá: anatomía de una transformación (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2004). Algo similar ocurre con el caso del milagro neoyorquino, el cual es también bastante cuestionable (cfr. Franklin E. Zimring, The city that became safe: New York and the future of crime control [New York: NYU School of Law, 2011]).
11 Al respecto, muchas de las técnicas halladas en la ciudad de Bogotá, que serán presentadas en este texto, resultaban similares a las detectadas en las ciudades brasileñas (cfr. Teresa P.