La teoría de la argumentación en sus textos. Luis Vega-Reñón

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más, es un abuso.

      Ese otro ingrediente concierne al papel de la víctima. Un coargumentador puede adoptar varias posturas cuando se encuentra con la argumentación de un aspirante a abusador. Puede ser una víctima complaciente, dispuesta a aceptar como legítimo el desprecio del abusador hacia ella. En efecto, puede que su propio autodesprecio sea tan grande que parezca invitar sus ataques y en ocasiones incluso hasta casi forzarlos. O puede ser una víctima reacia que rechace ese desprecio y luche todo lo que pueda para repeler los ataques, pero que finalmente carezca de poder para evitarlos. En cualquiera de esas situaciones, el acto de abuso se consuma. O puede que tenga suficiente poder para defenderse y gane la lucha. O puede que él mismo tenga las actitudes y las intenciones de un abusador, y en tal caso el resultado dependerá de qué aspirante a abusador tenga mayor poder. O, finalmente, puede que de algún modo consiga cambiar las actitudes y las intenciones del aspirante a abusador y transforme así la situación en algo diferente de un abuso.

      Una segunda actitud puede caracterizarse con la palabra seducción. Mientras que el abusador conquista por medio de la fuerza de los argumentos, el seductor hace uso de sus encantos y sus engaños. La actitud del seductor hacia sus coargumentadores es similar a la del abusador. Él también ve la relación como unilateral. Aunque puede que no sienta desprecio hacia su presa, es indiferente a la identidad y la integridad de la otra persona. Mientras que la intención del abusador es forzar el asentimiento, el seductor intenta conseguirlo embelesando o engañando a su víctima.

      ¿Qué es lo que caracteriza a la seducción argumentativa? Una de las formas que puede adoptar es el uso consciente de las estratagemas que aparecen en las listas de falacias. Recursos tales como el de ignorar la cuestión, la petición de principio, la pista falsa, las apelaciones a la ignorancia o al prejuicio van dirigidos a lograr el asentimiento por medio de un discurso seductor que solo aparenta establecer afirmaciones justificables. Los usos indebidos de las pruebas también implican las actitudes y las intenciones de la seducción. Prácticas tales como ocultar información, citar fuera de contexto, citar incorrectamente a una autoridad o un testigo, tergiversar una situación de hecho o extraer conclusiones injustificadas de las pruebas también van dirigidas a lograr el asentimiento por medio de usos seductores de la argumentación. Muchas de las categorías consagradas en la retórica, incluso cuando se usan sin una pretensión consciente de engañar, pueden tener efectos seductores. El pathos y el ethos de un discurso, la imagen del argumentador, su estilo y su oratoria pueden hacer que un coargumentador encandilado dé su asentimiento de una manera bastante similar al acto de la seducción. En cualquiera de esos casos, el argumentador que seduce ha adormecido a su interlocutor para que baje la guardia por medio de lo que, en la argumentación, equivale a atenuar la luz.

      Los seductores abundan especialmente en la política y la publicidad, aunque no todos los políticos y no todos los publicistas son seductores. Gran parte de los discursos políticos y de los textos publicitarios, sin embargo, tienen forma argumentativa y el objetivo es el asentimiento, pero no el asentimiento libre sino el asentimiento fruto del engaño de la seducción. Los argumentos de la administración Johnson para justificar el envío de tropas estadounidenses a la República Dominicana son un caso instructivo de uso político de la argumentación seductora. Sin duda, se puede pensar en muchos anuncios publicitarios que entran en la categoría de argumentación por medio de la seducción.

      La actitud del aspirante a seductor es indiferencia hacia la humanidad de la otra persona. Es decir, el seductor intenta eliminar o limitar la capacidad humana más distintiva de su coargumentador: el derecho a decidir desde una comprensión de las consecuencias y las implicaciones de las opciones disponibles. La intención del aspirante a seductor es vencer por engatusamiento. La cuestión de si la seducción es consumada o no, sin embargo, también depende del papel de la presunta víctima. Un coargumentador puede adoptar varias posturas cuando se encuentra con la argumentación de un aspirante a seductor. Puede ser una víctima complaciente, dispuesta a aceptar como legítima la indiferencia del seductor, quizá incluso invitando o casi forzando la seducción. O puede ser una víctima reacia que se esfuerce por descubrir los trucos del seductor pero carezca de habilidad para conseguirlo. En cualquiera de estas situaciones, la seducción se consuma. O puede que tenga suficientes habilidades críticas para descubrir y rechazar las artimañas del seductor y gane la contienda. O puede que él mismo tenga las actitudes y las intenciones de un seductor, y en tal caso la discusión puede caracterizarse como una seducción recíproca. O, finalmente, puede que consiga cambiar las actitudes y las intenciones del aspirante a seductor y transforme así la situación en algo diferente de una seducción.

      Una tercera actitud argumentativa puede caracterizarse con la palabra amor. Los amantes difieren radicalmente de los abusadores y los seductores en sus actitudes hacia sus coargumentadores. Mientras que los abusadores y los seductores contemplan una relación unilateral hacia la víctima, los amantes contemplan una relación bilateral con otro amante. Mientras que los abusadores y los seductores ven a la otra persona como un objeto o una víctima, los amantes ven a la otra persona como una persona.

      Los amantes también difieren radicalmente de los abusadores y los seductores en sus intenciones. Mientras que los abusadores y los seductores pretenden establecer una posición superior de poder, los amantes quieren paridad de poder. Mientras que los abusadores y los seductores argumentan contra un adversario o un oponente, los amantes argumentan con sus iguales y están dispuestos a arriesgar su propio ser para intentar establecer una relación bilateral. Dicho de otra forma, los argumentadores amantes se preocupan por lo que están argumentando lo suficiente para sentir la tensión del riesgo para su propio ser, pero también se preocupan por sus coargumentadores lo suficiente para evitar el fanatismo que podría llevarlos a cometer un abuso o una seducción.

      En su forma pura, tal vez el amor argumentativo sea un bien escaso, pero no es una categoría vacía. Los amantes y los amigos pueden manifestar las actitudes y las intenciones del amor en los diálogos íntimos. La actitud del amor también es al menos un ideal en otros dos tipos de argumentación.

      El primer tipo es la argumentación filosófica. El tipo de argumentación sobre el que hablan Johnstone y Natanson podría llamarse argumentación con amor. Tal vez la etimología de la palabra “filósofo” sea significativa. Dado que un filósofo es un amante de la sabiduría, quizá también sea un amante de otras personas que la buscan.

      Varias de las características que Johnstone y Natanson identifican como necesarias para la argumentación filosófica también son necesarias para la argumentación con amor. Una de ellas es que el filósofo pida el asentimiento libre a sus proposiciones. No se conforma con forzar el asentimiento o con obtenerlo por medio de engaños. Johnstone lo expresa así (1965a, p. 141):

      Ningún filósofo que merezca ese nombre desearía conseguir el asentimiento a su postura por medio de técnicas que oculta a su auditorio. Una de las razones de esto es que le resultaría imposible evaluar filosóficamente tal asentimiento.

      Ningún amante que merezca ese nombre desearía conseguir el asentimiento por medio de la argumentación a menos que ese asentimiento fuese otorgado con conocimiento y libremente.

      Otra característica relacionada es que un argumentador filosófico solo quiere que prevalezcan sus puntos de vista si pueden superar las críticas más rigurosas posibles. De nuevo, Johnstone enfatiza esta idea de manera notoria (Ibid.):

      No sirve para ningún propósito filosófico que un punto de vista prevalezca solo porque su autor ha silenciado las críticas al mismo por medio de técnicas cuya eficacia se basa en que están ocultas para los críticos.

      Los argumentadores filosóficos, así como otros argumentadores del paradigma del amor, quieren que sus verdades existenciales queden establecidas en un ambiente abierto.

      Otra característica es el reconocimiento de los filósofos de que sus argumentos transcienden las proposiciones intelectuales para llegar hasta su propio ser. Natanson desarrolla esta postura (1965a, pp. 15-16):

      Cuando me arriesgo verdaderamente al argumentar, me abro a la posibilidad viable de que la consecuencia de un argumento sea hacerme ver algo de la estructura de mi mundo inmediato... Cuando un argumento me daña, me hiere o me purifica y libera, no es porque cierto... segmento de mi visión del


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