La teoría de la argumentación en sus textos. Luis Vega-Reñón

La teoría de la argumentación en sus textos - Luis Vega-Reñón


Скачать книгу
reglas, evitan en general esta caso puesto que las negaciones empíricamente fundadas tienen por preferencia con respecto a las pruebas deductivas. Por consiguiente solo podría ocurrir si no hubiera evidencia para sustentar alguna negación.

      El sistema puede servir de base a un juego real, en el que la evidencia empírica se representa con cartas y las generalizaciones con la consecución de puntos. Una característica importante para asegurar el realismo es que una complejidad suficiente de la evidencia empírica disuada a los participantes de cualquier tentativa de examinarla exhaustivamente. Eso, sin embargo, es fácil de conseguir y difícil de evitar. (Compárese con el ajedrez, en el que una partida lógicamente perfecta está más allá de la capacidad del ordenador más potente).

      El sistema podría modificarse de distintas maneras para modelizar otras características del razonamiento inductivo y sus abusos.

      3 A lo largo de este artículo he traducido statement a veces como “aserción”, a veces como “enunciado”. Entiendo por aserción un acto de habla en el que se dice que algo es el caso, y por enunciado lo que se dice mediante una oración declarativa cuando se utiliza en un acto de habla con la fuerza de una aserción. (N. del T.)

      4 Una de las cuatro escuelas de abogados de Londres (N. del T.).

      Los argumentadores como amantes

      Wayne Brockriede

      Una premisa introductoria que se me debe conceder para que se pueda aceptar el resto de este ensayo es que uno de los ingredientes necesarios para desarrollar una teoría o una filosofía de la argumentación es el argumentador mismo. Me refiero a algo más que un mero reconocimiento de que son las personas, después de todo, las que manejan pruebas y aseveraciones y siguen las reglas de transformar premisas en conclusiones. Lo que sostengo es que la naturaleza de las personas que argumentan, en toda su humanidad, es en sí misma una variable intrínseca en la comprensión, la evaluación y la predicción de los procesos y los resultados de una argumentación.

      Cuando un lógico proclama triunfante, como resultado de la manera en que ordena sus premisas, que Sócrates es mortal, no necesita saber nada sobre sí mismo o sobre sus interlocutores (excepto que son “racionales” y seguirán las reglas) para saber que las premisas implican la conclusión. Pero, cuando un argumentador sostiene una postura filosófica, una teoría científica o una idea política —es decir, cualquier proposición sustantiva—, la respuesta del coargumentador puede verse influida por quién es él mismo, quién es el argumentador y cuál es su relación. Quizá una forma tan buena como otra cualquiera de distinguir el estudio de la lógica del estudio de la argumentación es comprender que los lógicos pueden ignorar sin problemas la influencia de las personas en la transacción, pero los argumentadores no pueden.

      A menudo los estudiosos de la argumentación no tienen en cuenta tal premisa. Es posible leer muchas de las obras de referencia sobre la argumentación, como por ejemplo los Elements of Rhetoric del obispo Whately, así como la mayoría de los libros de texto de argumentación del siglo XX, sin necesidad de considerar quiénes son los argumentadores o qué relación hay entre ellos. Se asume en todo momento, por supuesto, que son personas las que están argumentando, pero cuando el autor pasa a su tarea principal de clasificar y explicar las pruebas, las formas de razonamiento, las falacias, los modos de refutación y demás, las personas se vuelven irrelevantes. Uno a veces lee una declaración explícita de que esta situación es deseable para evitar caer en la degradación de un análisis psicológico. ¿Por qué es una degradación? ¿Qué tiene de degradante darse cuenta de que uno de los estudios apropiados para cualquier transacción humana es un análisis psicológico de las personas que participan en la transacción?

      Entre los filósofos contemporáneos que reconocen el papel central de los argumentadores están Henry W. Johnstone, Jr. y Maurice Natanson. Las afirmaciones de Natanson sobre esta cuestión son especialmente agudas (1965a, pp. 10-11):

      Dado que los argumentos no argumentan por sí mismos, el argumentador... debe estar localizado. ¿Dónde está situado?... Claramente, el caso paradigmático de localización del argumentador consiste en encontrarlo en el proceso de argumentar con otra persona... Para poder argumentar, estoy de hecho obligado a buscar a mi interlocutor. El argumentador asume su papel al menos en una situación diádica.

      Las personas también pueden intentar coaccionar por medio de argumentos, y puede que a veces lo consigan. Muchas transacciones argumentativas pueden ser vistas justamente como abusos. Los argumentadores pueden tener una actitud de abusador hacia otras personas, los argumentadores pueden intentar abusar y el acto argumentativo mismo puede constituir un abuso. El abusador argumentativo ve la relación como unilateral. Su actitud hacia sus coargumentadores consiste en verlos como objetos o como seres humanos inferiores. Así que la intención de un abusador en una transacción con tales personas es manipular los objetos o violar a sus víctimas. El abusador quiere conseguir o mantener una posición de superioridad, ya sea en el aspecto intelectual de hacer que su postura prevalezca o en el aspecto interpersonal de humillar a la otra persona.

      Una forma de abuso argumentativo puede consistir en que el argumentador estructure la situación de manera que tenga más poder que otros. Cuando el defensor de una persona pobre tiene demasiado pocos recursos humanos y materiales para enfrentarse al poder del Estado o de un abogado corporativo, quienes “tienen” han abusado de quienes “no tienen”. Cuando un editor de una columna de cartas al director coloca sistemáticamente las cartas que defienden su postura en una controversia en la esquina superior izquierda de la columna, donde es más probable que sean leídas, y coloca las cartas que defienden otras posturas en la esquina inferior derecha, donde es menos probable que sean leídas, el resultado es un abuso argumentativo. Tal vez el caso más extremo de esta forma de abuso sea la censura, ya sea explícita o sutil. Los argumentos de quienes tienen demasiado poco poder para resistirse a la censura son silenciados. En cualquiera de estas situaciones, las personas a las que no se permite que presenten sus argumentos o que los presenten de la manera como desean han sufrido un abuso.

      Sin embargo, incluso algunas situaciones argumentativas que están estructuradas a la manera de un juego para garantizar a cada persona una igualdad de oportunidades para argumentar pueden ser caracterizadas como abusos. El sistema contencioso en toda su gloria manifiesta abusos cuando uno de los adversarios ve al otro como un objeto o un ser inferior e intenta destruir a ese oponente. Tal relación a menudo se da en los tribunales, en las campañas políticas, en muchas deliberaciones de grupos pequeños, en muchas reuniones de empresas y organizaciones y en muchas cámaras legislativas. Otro lugar en el que se pueden encontrar las actitudes y las intenciones del abusador en situaciones contenciosas es el debate interuniversitario. El lenguaje es sintomático: “Hemos acabado con ellos en la última ronda”. “Los hemos destruido”. “Se han venido abajo”. En todas esas situaciones


Скачать книгу