Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo

Estudios históricos del reinado de Felipe II - Fernández Duro Cesáreo


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que los amparasen. El Duque, para la poca plática que tenía en semejantes cosas, anduvo este día muy bueno, alegrando y animando la gente, acudiendo á todas partes, dando la orden que convenía; lo que no hicieron otros que eran más obligados á ello, con quien tuvieron muy gran cuenta los soldados.

      Los pocos caballos que teníamos, que serían hasta 20, que los demás no eran desembarcados, sirvieron bien. Á D. Luis Osorio, Maestre de campo de la gente de Sicilia, mataron el caballo y matáranlo á él si no lo socorrieran, y peleó como muy buen caballero este día, y todo lo que duró la jornada hizo lo que debía. Los moros tenían 5 ó 6 caballos, en que andaban los que los gobernaban; pero serían 13 ó 14.000 hombres de á pie; los nuestros podrían llegar hasta 7.000.

      Murieron este día, de nuestra parte, 30 hombres; pocos más saldrían heridos, y casi todos de lanza y espada, porque tenían muy pocas escopetas. De los moros, entre muertos y heridos, pasaron de 500, según dijeron ellos mismos.

      Después de acabada de recoger la arcabucería de la escaramuza, por ser ya tarde y estar la gente fatigada del trabajo y sed, que hubo hombres que cayeron en el escuadrón muertos de sed, mandó el Duque retirar la gente al alojamiento, que estaba hecho á los pozos, donde se halló poca agua y mala.

      Estando este día en la furia de la escaramuza vino á faltar la pólvora y cuerda; y yendo á pedirla á Aldana, General de la artillería, respondió que enviaba por ella á las naves. Vino bien que era ya tarde, que podía ya durar muy poco la escaramuza, y si mal recaudo dió el Comisario en las municiones del artillería, harto peor fué en las vituallas, que salimos tan bien proveídos, que á tornar cuatro ó seis días de mal tiempo, como los pasados, pereciéramos de hambre.

      Toda aquella noche se oyeron muy grandes llantos de las moras que andaban retirando los muertos. Tardamos allí cuatro días mientras las galeras hicieron agua y desembarcaron vituallas de las naves. No se consintió salir estos días á escaramuzar con los moros, aunque ellos venían á demandar escaramuza. Harto mejor hubiera sido haberlo excusado el primer día, hasta ver si los moros estaban en la determinación que habían dicho.

      Xama y otro moro, que servían en la compañía de Suero de Vega, salieron una noche por la isla á tomar lengua y trujeron un moro.

      Desde á dos noches tornó á salir Lope Osorio, teniente de la misma compañía, y dió en unos casales, cerca de su campo, y trajo siete moros y moras y mató algunos que se defendieron. Hecha la paz dió el Duque libertad á todos y los pagó á los soldados. No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla.

      Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque. Dijeron que era para tratar de nuevo la paz, y tarde vino un moro viejo con una carta de crédito de D. Alonso de la Cueva en que le abonaba por hombre de verdad. Este fué con demandas y respuestas, y no concluyéndose nada, determinó el Duque pasar adelante.

      A los 12 del mes mandó echar bando para la partida, mandando, so pena de la vida, que ningún soldado se empachase en tomar prisionero ni ropa mientras se pelease. Toda la gente iba muy alegre y contenta en oir el bando, teniendo por cierto que se pelearía. La infantería española iba de vanguardia; los franceses, alemanes y Religión, en batalla; los italianos, de retaguardia, todos en sus escuadrones en muy buen orden. D. Luis Osorio iba delante de los escuadrones con una manga de arcabuceros españoles, y ya que la vanguardia llegaba cerca de los enemigos questaban al paso, salió el mismo moro que solía venir á nuestro campo. El Duque mandó hacer alto á la gente por ver lo que quería el moro. Demandó un cristiano por rehén y trujo un moro criado del jeque en cambio suyo. Estos estuvieron detenidos hasta que concluyeron los patos, y fueron quel jeque daría el castillo y la isla quedaría por el Rey, y que enviándole un salvoconducto vendría á verse con el Visorrey y á tratar lo demás que le pedían; y que por cuanto él y algunos de sus moros tenían en el castillo sus mujeres é hijos, y sacándolos, estando allí los soldados, podría haber alguna desorden, le suplicase que por aquella noche solamente se volviese á los pozos, quel prometía su palabra dar desembarazado el castillo por todo el día siguiente.

      El Duque holgó complacer al jeque en aquello, y mandó volver la gente al alojamiento, publicando que era hecha la paz, de lo que pesó muy de veras á los soldados, yendo, como iban, ganosos de pelear, teniendo por tan cierta la victoria. Un soldado de la compañía de Orejón, diciéndole que era hecha la paz, vino en tanta desesperación, que se dió dos puñaladas por los pechos, de que murió dende á pocas horas. Sobre el mal contento que los soldados llevaban, llovió toda aquella noche y lo más del día siguiente. Hizo esta agua muy gran daño en la gente, porque no había tiendas en tierra en que se reparasen, sino de algunos caballeros y Oficiales. Desto vinieron después á adolecer y morir muchos. El jeque entregó el castillo, como lo prometió, y fueron otro día á poner el estandarte real en él, y dende á dos días fué el Duque y otros muchos señores y caballeros por mar á él, y disinaron el fuerte. Andaban tan siguros entre los moros, que se pudieran hallar burlados, porque tuvieron oportunidad para prenderlos sin que nadie se lo estorbara.

      Á los 18 partió todo el campo para el castillo. Este mismo día se comenzó la fortificación dél. Alojóse todo el ejército á rededor dél. Los italianos á la parte de Poniente; la Religión, alemanes y franceses al Mediodía; los españoles á la parte de Levante. Desta manera teníamos torneado el castillo por la parte de tierra: todo lo demás era mar. Los moros traían provisiones de pan y carne en abundancia, porque lo vendían como querían, que en esto nunca hubo orden ni en tierra de amigos ni enemigos. Compramos la leña y el agua, cosa no vista jamás en el campo, y tan cara, que se vendía al principio una carga de agua por cuatro asperos, que son tarín de la moneda de Sicilia, que vale doce tarines un escudo. Después calaron á dos asperos, y á este precio se bebió siempre. Pozos hartos había, pero amargos y salados. Dos que había buenos, del uno se servía el Visorrey y del otro tomaba quien podía. Con toda esta carestía, no se dió paga entera á los soldados desde que partimos de Mesina hasta que se perdió el fuerte, sino dos escudos en tres veces que les dieron socorro, y así murieron muy muchos por no tener dineros con que gobernarse.

      Desde que se entró en la isla hasta mediado de abril, enfermó y murió muy mucha gente de fiebres contagiosas. Hubo día que murieron 50 y 60 hombres, hasta que comenzó la gente á hacerse al aire de la tierra, ques muy sano. El Visorrey envió á decir al jeque que viese cuándo querían venir á tratar lo que había dicho, quél enviaría el seguro. Él se resolvió en no querer venir, diciendo que á su padre habían muerto turcos por fiarse dellos; que no quería que le sucediese á él lo mismo con cristianos, y ansí acordaron que se viesen un día en la campaña. El jeque vino acompañado de más de 4.000 moros, y firmóse una milla del castillo. D. Alvaro salió á él con muchos caballeros, por ver si le podría hacer entrar en el campo, pero no aprovechó nada con él.

      Viendo que no quería pasar adelante, volvió D. Alvaro y llevó al Duque, y llegando, se saludaron el uno al otro con mucho amor, y apartados de la gente hablaron un rato por una lengua que tenían consigo, y dende á poco se despidieron y se volvió el Virrey al campo y el jeque á su casa, questaba dentro en la isla, 10 ó 12 millas de allí, y dende á pocos días vino el Papa del Caruán. El Visorrey lo recibió y hospedó honrosísimamente.

      En este medio todos trabajaban á porfía en levantar el fuerte, aunque muchos eran de parescer que no se hiciese allí, por la falta que había de agua y por no poder dar socorro á los navíos que le vernían á vituallar. Cuanto más lo contradecían, tanto más priesa se daban en la obra. Unos traían fajina, otros palmas, otros entendían en la fábrica, otros abrir el foso. Esto hacían los tudescos porque se lo pagaban muy bien. Todo lo demás hacían los soldados por no haber ya gastadores: todos eran muertos de mal pasar, y harta parte dellos en Sicilia: en las mismas cárceles en que estaban depositados moríanse por no darles de comer.

      La obra del fuerte crecía cada día cosa no creedera, por andar como andaban trabajando en él los soldados á porfía. El gran Comendador de Francia, General de las galeras, á cuyo cargo venían los 1.000 hombres que la Religión daba entre caballeros y soldados, viendo que se atendía solamente á la fortificación de la fuerza, sin tratarse


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