Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo
los nuestros al agua, y el que había hecho el daño en la gente de las ocho galeras, y quel día antes que llegasen nuestras galeras había peleado con la gente de la isla, al paso, y roto y muerto muchos moros gervinos, y robado y quemado los casales y haciendas de los que no eran de su parcialidad. Por no darnos maña el día de la escaramuza de tomar lengua ni meter un moro de los que llevábamos en tierra para que supiese lo que había y lo que se sabía de Trípol, como era razón que se supiese, dejamos de prender allí á Dragut, que los mismos de la isla ayudaron á ello, y tomándole el paso, no podría en ningún modo escapar, y ansí hacíamos la jornada de Trípol y la de los Gelves con prenderle. Por eso dicen que no hay mejor adivino quel que bien piensa lo que hace, y ansí los que tienen cargo, mayormente en cosas de guerra, por muy discretos y avisados que sean, no han de hacer cosa sin consejo y parescer de muchos, lo que no se hizo en esta jornada, y ansí sólo ella se puede llamar guerra sin consejo.
En Cabo de Palos estuvimos todo el mes de hebrero sin poder pasar adelante por los malos tiempos. Aquí se perdió la nave Imperial, remolcándola las galeras de una parte á otra.
Salvóse la gente della y repartiéronla por las otras naves. Ahogáronse dos sacando el artillería de batir que traía. Perdióse harta pólvora, balas y cuerda y muy muchas vituallas. Aquí comenzaron algunos de nuevo á quejarse del Visorrey, diciendo que no hacía caso de nadie ni llamaba á Consejo los Oficiales de S. M., que eran diputados para ello, y muchos señores y caballeros que venían á servir, por lo que comenzaban á suceder mal algunas cosas, y ansí acordaron pedir lista de la gente que había á los Capitanes de los soldados que cada uno tenía, porque se dijo que había muchos enfermos.
Vista la poca gente que había, se determinaron en la ida de los Gelves, de Cabo Palos; escribieron al Bajá del Caruán, y enviaron un moro á Trípol por espía para saber la gente que tenía Dragut dentro y ver si se fortificaba. Diéronle tres escudos, y no volvió con la respuesta. También asoldaron unos jeques de alarbes para que viniesen á servir en los Gelves. Vinieron á tiempo que no fueron menester.
Primero de marzo, al hacer del alba, hicimos vela para los Gelves con muy buen tiempo, donde llegamos aquella misma noche, y reforzó tanto el viento, que fué muy gran ventura no perderse muchas naves al tornar de los Secos. Los cinco días siguientes hizo una tormenta tan deshecha, refrescando el viento de hora en hora, que á hallarnos en playa, se perdía todo el armada sin remedio alguno.
Á los siete días desembarcó toda la gente en la isla, á la parte de poniente, á una torre que dicen de Valguarnera, questá ocho millas pequeñas del castillo, lugar nada cómodo para desembarcar, porque las naves estaban cinco millas largas de tierra, y las galeras más de tres, y sin nada desto, por ser parte donde no había agua. Luego se puso diligencia en hacer pozos y no se halló agua, por lo que padesció la gente harta sed. Tardóse todo el día en desembarcar los soldados y artillería. Esta parte donde desembarcamos es la más estéril de toda la isla, y ansí no parescía hombre por toda la campaña.
Aquella tarde vino un moro viejo á caballo con otro de á pie con él, de parte del jeque y los gervinos, diciendo que no querían pelear contra la gente del Rey Felipe, antes se holgaban y se tenían por muy dichosos en estar debajo de su amparo y protección, y ofrescían de ayudar de muy buena gana á echar á Dragut de Trípol y de toda Berbería. El Virrey le recibió alegremente, agradeciendo al jeque y á los de la isla la voluntad que mostraban al servicio de S. M., y ansí él les ofrescía hacerles todo buen tratamiento, que en el castillo tratarían lo que cumplía á todos.
El viejo era hombre de bien: se partió muy contento; pero el que venía con él no era todo bueno; pero bien lo pagó, que lo mataron otro día en la escaramuza. Este tuvo cuenta con la poca gente que venía, y con ver que mucha della estaba flaca y maltratada. Dió de todo relación á los moros, persuadiéndoles que nos diesen la batalla y peleasen antes que hacer acuerdo alguno con cristianos.
Otro día bien de mañana comenzó á caminar el campo, marina á marina, en muy buena orden, la vuelta de los pozos, donde habíamos de alojar. Estaba un poco más de cinco millas de allí. Andrea Gonzaga iba de vanguardia con un escuadrón de italianos: la Religión, tudescos y franceses iban con otro escuadrón de batalla; la infantería española iba de retaguardia, cada tercio por sí. En su orden cada escuadrón llevaba delante piezas de campo y mosquetes, y ansí caminamos hasta los pozos sin descubrir moro que nos diese empacho. Desde los pozos se descubrían muy muchos moros entre unos palmares, bien adelante al paso por donde se iba al castillo.
Llegada la vanguardia á los pozos, se entendió en limpiarlos, y sin aguardar en su orden hasta que llegase la batalla, salió el Coronel Spínola con algunos arcabuceros italianos hacia los palmares. Como los moros vieron caminar esta gente adelante, alteráronse, paresciéndoles que no se afirmaba el campo aquella noche en los pozos, sino que pasaban al castillo, questaba poco más de dos millas de allí, donde tenían los más facultosos las mujeres y hijos y haciendas; y como entre ellos había muchos de la parte de Dragut, amigos de alteraciones y revueltas, que no venían bien en que se hiciese paz, con esta ocasión comenzaron á decir á los demás: «Ya veis que los cristianos pasan al castillo con desinio de tomar nuestras mujeres y hijos por esclavos: lo mismo querían hacer de nosotros; mejor es que muramos peleando por nuestra libertad, que no dejarnos engañar con palabras y ser esclavos, cuanto más, que siendo como somos doblada gente que ellos, sanos y rebustos, haciendo lo que debemos, no hay duda sino que será nuestra la vitoria, siendo los cristianos tan pocos y muchos dellos enfermos y malparados. Por eso, determinaos á pelear y acometámosles luego, porque ya que no les podamos romper, vienen tan cansados y tan embarazados con las armas que traen, que nos saldremos dellos y nos volveremos, sin que nos puedan alcanzar ni enojar. A lo menos no nos quejaremos de nosotros mismos por haber dejado de probar nuestra fortuna.»
El jeque, que era nuevo y no tenía los de la isla tan á su devoción que pudiese estorbarles que dejasen de concurrir con los que procuraban alteraciones y desasosiegos, y así persuadidos de los demás, comenzaron todos juntos á dar voces y alaridos, tomando puños de tierra y echándolos en alto para adelante, ques señal entre ellos de querer pelear, y juntamente con esto dispararon escopetas á los nuestros, y ansí se comenzó la escaramuza.
En esto arribaba la infantería española á los pozos. Tardó tanto, por desempantanar una pieza de artillería que traían los de vanguardia. En sintiendo la arcabucería en los palmares, mandaron marchar la artillería y gente delante, y fué bien menester, porque de otra manera degollaban todos los que habían salido con el Coronel Spínola, por ser pocos y haberse alargado más de lo que era razón.
El escuadrón los recogió y afirmóse poco más de cien pasos de las primeras palmas. Los moros cobraron grande ánimo en ver que los nuestros les habían vuelto las caras, y vinieron con gran ímpetu, hechos un horror á acometer el escuadrón. Su cuerno derecho cerró animosa y determinadamente con la arcabucería questaba por guarnición del lado izquierdo de nuestro escuadrón á la parte de la marina; pero no con menos valor resistieron los nuestros el ímpetu y furor de los enemigos, sin tornar paso atrás, disparando una vez los arcabuces, no teniendo lugar para tornar á cargarlos, por estar ya revueltos con los moros. Vinieron con ellos á las espadas; los hicieron retirar huyendo, quedando dellos 43 muertos en el mismo lugar que embistieron, sin otros muchos que mataron en el alcance. El otro cuerno izquierdo suyo, que venía á dar por la parte derecha del escuadrón nuestro, y la media línea, que venía á dar con el frente dél, viendo el mal suceso de los primeros, se retiraron sin osar llegar á las manos.
En este medio jugaba nuestra artillería por todas partes, que ponía gran temor en los enemigos. Tornóse de nuevo á otra escaramuza; sustentáronla gran rato el Capitán Gregorio Ruiz y Bartolomé González, reparándose con los fosos de unas viñas, de donde hicieron harto daño en los moros, hasta que llegó de nuevo con más gente el Capitán Joan Osorio de Ulloa, y pasó tan adelante, que faltó poco perderse él y los que le seguían. Viendo los enemigos tan pocos, y que de mal pláticos habían disparado los arcabuces todos juntos, dieron sobre ellos y hiciéronlos tornar con más priesa de la que habían traído. Fueron causa éstos, con su mal orden, que los dos Capitanes que hasta allí se habían mantenido bien, desamparasen los puestos y se retirasen, y hirieron en el alcance á Gregorio Ruiz de una lanzada, de que murió dende á pocos días. Perdióse gente en