Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo

Estudios históricos del reinado de Felipe II - Fernández Duro Cesáreo


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en el fuerte, á consecuencia de los sucesos de la armada, por falta de agua que darles, y por el plan certero de Piali de cerrar todo acceso y dejar al tiempo el resultado, sin asaltos ni aproches.

      Es de observar cómo en las expediciones y armadas del siglo xvi, lo mismo en África que en América ú Oceanía, cualquiera que fueran el objeto, el término y las dificultades, iban mujeres españolas decididas á compartir los trabajos del soldado, sin aspiración á la gloria que pudiera caberle. D. Álvaro de Sande se encontró en el fuerte con muchas de estas mujeres, que hacían subir el número de bocas á más de 5.000, cuando las raciones estaban calculadas para 2.500 en mes y medio. Para la provisión de agua discurrió uno de los soldados evaporar la del mar, y recogiendo las vasijas de cobre construyeron 18 alambiques que al principio daban 30 barriles diarios, disminuídos luego por escasez de leña33. Mezclándola con la salobre de los pozos del castillo y distribuyéndola en cortísimas raciones, se fué prolongando la distribución con malestar indecible. Mucho tenía que ser el del hambre, cuando hubo en la guarnición quien la mitigara acudiendo al remedio en los cadáveres de turcos; mas de todo punto se hacía irresistible el tormento de la sed en aquella abrasada tierra, en el rigor de la canícula, trabajando durante la noche con picos y azadones, peleando durante el día sin reposo de un momento. Muchos perecieron en tan atroces suplicios; muchos, no resistiéndolos, se arrojaban de la muralla, buscando en el campo enemigo la esclavitud á trueque de un sorbo de agua; solo al fin, D. Álvaro de Sande pretendía que la humanidad no fuera flaca, presenciando horrores con tal de ver por un sol más flotando al aire en el fuerte el estandarte de Castilla.

      Llevada la resistencia hasta fines de junio ó sea á los ochenta y un días de la llegada de los turcos; cuando quedaba, según se creyó, para dos la insuficiente ración de agua, no teniendo los baluartes ningún cañón en uso; después de caer sobre ellos 12.000 balas y 40.000 flechas; reducida la gente á 800 hombres de armas tomar, les animó el General á una salida desesperada que había de verificarse en dos columnas. Llevando la cabeza de una pasó dos trincheras, arrolló las guardias enemigas… mas no á todos inflamaba su ánimo: vió con dolor que capitanes y soldados arrojaban las armas; vióse abandonado, teniendo que correr hacia las galeras amparadas bajo el castillo con ánimo de resistir todavía, y para lamentarse de la suerte, que le puso al cabo en manos de Piali. ¡Con qué dolor refirió al Rey en el Memorial la extremidad, en que no le acompañó la entereza ni la consideración de todos sus capitanes!

      Hubo, no obstante, quien pensó malignamente que la salida no era más que un pretexto estudiado por D. Álvaro para dejar honrosamente el fuerte y escapar en una fragata que había mandado alistar de antemano. Corrales lo insinúa en su relato; otros debieron decirlo con más claridad, pues Diego del Castillo se creyó en la necesidad de desmentirlo escribiendo34:

      «Después de la última salida, cuando Don Álvaro, por no poder entrar en el castillo, se tuvo que meter en las galeras, creyendo que se queria ir, fué una persona principal á decirle: – «Señor, yo vengo á suplicaros que me llevéis con vos.» – Le respondió con rostro severo y airado: – «¿Soy yo, por ventura, hombre que había de huir y dejar á mis amigos y compañeros? Yo os prometo de no desampararlos hasta que todos hayamos un mismo fin, y estoy muy maravillado que personas como vosotros hayáis pensado una cosa tan indigna de mí y tan fuera de toda razón y posibilidad; porque aunque yo quisiera irme, ¿cómo lo podría hacer, pues agora ya debe de saber el Bajá cómo yo estoy aquí, y debe de haber mandado tomar los pasos, de modo que sería imposible salir de aquí bajel ninguno? Yo iré al fuerte y castigaré los que esta noche han hecho tan gran falta al servicio de Dios y de su Rey y de sus propias honras desamparándome vilmente en tal trance, sin estorbarles el enemigo el seguirme, y probaré otra vez nuestra ventura de día, que quizá viéndonos los unos á los otros, la vergüenza hará hacer á algunos lo que esta noche pasada no han hecho. Y ya que la fortuna nos niega la victoria, no nos quitará á lo menos el morir peleando como soldados, que vale harto más que vivir siendo esclavos destos crueles é inhumanos bárbaros, y seremos ejemplo á nuestros sucesores á estimar más las honras que las vidas.»

      Rendido el fuerte, rendidas las galeras, los enfermos y heridos pasaron por la espada turca ó fueron vendidos en almoneda á las gentes de Trípoli; los baluartes que abrigaron á los defensores, arrasados con la tierra; quedó con ello pujante en la mar la armada turca; las costas de Nápoles y Sicilia sufrieron las consecuencias, tanto en la retirada de Piali como después en las acometidas de Dragut, habiendo formado escuadra de 40 velas, sin que Juan Andrea Doria, con 17 galeras y 7 galeotas, á que fueron á juntarse las de la escuadra de España mandadas por D. Juan de Mendoza, se atreviera á hacerle frente, antes cayeron en manos del corsario ocho de las de la escuadra de Sicilia, tres de ellas del Rey y cinco de particulares, en sorpresas y combates parciales.

      Piali Bajá celebró el triunfo entrando en Constantinopla el 27 de septiembre de 1560, en cabeza de su armada. Seguían á la Capitana las galeras de fanal, en fila; iban en pos las presas, con las banderas y estandartes por el agua, lo de abajo arriba, cerrando la marcha las galeras sencillas turcas, empavesadas y embanderadas, haciendo disparos de artillería.

      El día 1.º de octubre llevaron en procesión á los cautivos al palacio del Sultán: D. Álvaro de Sande, D. Berenguer de Requesens y Don Sancho de Leyva iban á caballo; detrás marchaban los Capitanes de tres en tres, y seguían los soldados mirando tristes cómo les precedían, arrastrando por el suelo, sus estandartes y banderas, cuyas santas imágenes servían de escarnio á los mahometanos. Acabada la fiesta y ceremonia, separaron á los cristianos por categorías, llevando á D. Álvaro de Sande á un castillo con juramento del Sultán de que no haría más la guerra, porque en la prisión había de morir sin que hubiera para él rescate por ningún dinero. Los demás fueron destinados al remo en las galeras; y como al oirlo se dejara vencer de la pena un Capitán, díjole D. Alvaro: «Llore quien se ha perdido mal, que yo como hombre me perdí35

      Muchos de los prisioneros de los Gelves murieron en el cautiverio ó lo soportaron largos años: algunos de los significados debieron la libertad á la favorable ocasión de las treguas ajustadas por el Emperador Fernando con Solimán el año 1562, pues gracias á la gestión del Rey Felipe II se asentó entre las cláusulas del tratado el canje ó entrega de los principales, sin que alcanzara, sin embargo, el beneficio á Sande por el juramento que decían el gran Señor tenía hecho al Profeta, y cosa es digna de referir cómo unos pocos consiguieron librarse por sí mismos.

      El año 1564 andaba en Constantinopla una galera llevando materiales para la fábrica del palacio del harem: movían los remos 200 esclavos cristianos, entre ellos 16 Capitanes del Rey Católico, prisioneros de los Gelves, á saber: ocho españoles, cinco italianos y tres alemanes; y buscando oportunidad, armados de piedras, mataron á los turcos de guardia y se alzaron con el bajel, llegando con felicidad á Sicilia. Hicieron cabeza Juan Bautista Doria, genovés, y Antonio de Olivera, castellano, Gobernador que fué del castillo de la isla después de la muerte del Maestre de campo Barahona.

      Por último, muerto Solimán, instó el Rey D. Felipe á Carlos IX de Francia para que empleara su influencia en favor de la soltura de Sande. Hízolo, comisionando especialmente á Francisco Salviati, Caballero de Malta, por embajador; y aunque en un principio se negó Selim á tratar del asunto, por ser la primera cosa que pedía su aliado al ascender al trono, la otorgó, y D. Álvaro fué á Francia en compañía de Salviati, y se restituyó á su casa.

      Bien mereciera este soldado estudio especial de sus compatriotas más extenso, aunque no fuera tan entusiasta como el que le dedicó el extranjero Brantome, contemporáneo y admirador de sus condiciones, ó el del P. Haedo en la mención que hizo en su Historia de Argel, reseñando las campañas de Italia y Francia en que tomó señalada parte, reinando el Emperador; la batalla de Muhlberg, en que fué principal instrumento de victoria; el socorro de Malta, donde pagó á los turcos la deuda que con ellos tenía, y el gobierno de la plaza de Orán, fin de su carrera.

      D. Luis Zapata le dedicó un capítulo de la Miscelánea, en que algo difiere respecto al rescate, diciendo36:

      «D.


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<p>33</p>

Corrales dice que un siciliano, que se llamaba el capitán Sebastián, ofreció destilar agua del mar, por lo que le prometió Don Álvaro 500 ducados en dinero y 200 de renta. Diego del Castillo amplía que el inventor siciliano se nombraba Sebastián Poller, y conforma con la utilidad que reportaron los alambiques, produciendo 25 barriles diarios de agua, mientras hubo combustible.

<p>34</p>

Pág. 274, en el citado tomo de la Colección de libros españoles raros ó curiosos.

<p>35</p>

Diego del Castillo emplea la misma frase, pero en distinto lugar. Dice que en la retirada de la armada turca tocó en un punto de Sicilia llamado la Brúxula, entre Cabo Passaro y Augusta, por hacer aguada, y el Capitán español Sayavedra, que allí se hallaba, fué con salvoconducto á la galera Real del Bajá, con propósito de hacer algún rescate. Vió allí á D. Sancho de Leyva, D. Berenguer de Requesens y D. Juan de Cardona, que le recibieron con lágrimas en los ojos, y mirando á D. Álvaro de Sande, vió que con alegre semblante reía. Preguntándole el Capitán Sayavedra cómo, estando en aquella prisión, estaba con tan buen ánimo, le respondió: «Señor Capitán, llore quien se ha perdido mal, que yo, si he perdido la libertad, he conservado la honra, habiendo hecho en esta jornada lo que era obligado á Dios y á mi Rey, y como hombre he de pasar las adversidades y trances de fortuna.»

Otra especie consigna Diego del Castillo: que los Bajás que asisten en el Diván prometieron á D. Álvaro honores y riquezas si se quería volver turco, y de no ser así, que sirviese al gran Señor contra el Sofí, sin dejar la ley que tenía; y viendo la poca estima que de ellos y sus promesas hacía, condenáronle á cortar la cabeza, y le sacaron luego á caballo muy acompañado de ejecutores; pero el Sultán dió contraorden, mandando llevarle á la torre del Mar Negro, donde estuvo con un criado y un capellán hasta que Dios fué servido darle libertad.

Corrales asegura que en una historia de la jornada que D. Álvaro escribía en la torre, auxiliado de este capellán, llamado Carnero, tenía puesto que le ofrecieron el gobierno de Egipto con 50.000 ducados de salario, si renegaba de la fe cristiana. Créaselo quien quisiere, añadía. Lo cierto es que en el memorial dirigido al Rey nada escribe D. Álvaro de esto.

<p>36</p>

Memorial histórico español, publicado por la Real Academia de la Historia, tomo XI: Madrid, 1859, fol. 43.