Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo

Estudios históricos del reinado de Felipe II - Fernández Duro Cesáreo


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boca y guerra.

      El Duque de Medinaceli trasladó las fuerzas expedicionarias desde Mesina á Zaragoza de Sicilia, como puerto más adecuado á las últimas diligencias. Empleó no obstante en ellas cerca de dos meses, teniendo las tropas embarcadas en prevención de las deserciones, riñas y motines con que se manifestaba la mala disposición de aquel ejército, en gran parte colecticio, á costa del consumo de las raciones acopiadas, cuya mala calidad afectó la salud del soldado, enfermando y muriendo por centenas en los hospitales.

      En todo tiempo ha sido el logro norte de los contratistas; en ningún acaso se echa de ver tanto como en la época de continuas guerras marítimas de que se va tratando, en que sin previsión, sin fiscalización, antes con la premura que no admite examen ni advertencia se demandaban los artículos en enormes proporciones. Bien puede decirse que más vidas ha perdido España por asentistas que por enemigos.

      Hábiles y entendidos como nadie en estos negocios los genoveses, habían tomado á cargo el suministro de raciones de la expedición, calculadas en 3.600.000, ó sean las suficientes para 30.000 hombres en cuatro meses, y antes de salir del puerto se advirtió que estaban en putrefacción, siendo indispensable reemplazar una parte al menos, que familiarizara á los estómagos soldadescos con la menos adulterada ó mala.

      Pasada nueva revista, resultó por enfermedades y deserciones baja de más de 3.000 hombres, componiéndose el ejército de 37 banderas ó compañías de españoles, 4 de alemanes, 35 de italianos, 2 de franceses y 100 caballos, griegos y sicilianos. La armada, entre naves de combate y transporte, alcanzaba la cifra de más de 100 velas, descomponiéndose de esta suerte:

      Capitán general, Juan Andrea Doria, en la Real. – 16 galeras más de su escuadra.

      General de la escuadra de Nápoles, D. Sancho de Leyva. – 7 galeras, 2 de ellas de Stefano di Mare ó Mari.

      General de la escuadra de Sicilia, D. Berenguer de Requesens. – 10 galeras, 2 de ellas del Marqués de Terranova, 2 de Mónaco, 2 de Visconte Cicala.

      General de la escuadra pontificia, Flaminio de Languillara20. – 4 galeras.

      General de la escuadra del Duque de Florencia, Nicolo Gentile. – 4 galeras.

      General de la escuadra de Malta, el Comendador Carlo de Tixeres. – 4 galeras, una galeota, un galeón.

      Galeras sueltas de particulares. – 5 galeras de Antonio Doria, mandadas por su hijo Scipión Doria, 2 galeras de Bendinello Sauli, 2 galeotas de D. Luis Osorio, una galeota de Federico Stait.

      General de las naos, Andrea Gonzaga. – Un galeón de Fernando Cicala, 28 naves gruesas, 12 escorchapines, 7 bergantines, 16 fragatas21.

      Salieron del puerto de Zaragoza todas las naves en los días 17 al 20 de noviembre de 1559 con desdichada estrella; un cambio brusco del tiempo las obligó á arribar desde Cabo Passaro con dolencia de las tropas y graves síntomas de descontento. La compañía de Don Lope de Figueroa, formada con bandidos de Sicilia22, que iba en el galeón de Cicala, se sublevó; dió muerte al sargento, saqueó la carga, y poniendo fuego al resto escapó á tierra, sin que pudieran aprehender más de 25 ó 30 individuos los que acudieran á remediar el desorden. Otro tanto quiso hacer la compañía de Vicente Castañola, asimismo de sicilianos; y aunque el general, por justicia y escarmiento, mandó ahorcar á tres de los culpables, perdieron otros las orejas y fueron sentenciados á galeras los demás, la impresión pesimista á que contribuía el naufragio de una de las galeras de Juan Andrea Doria se dejó sentir en los ánimos, desconfiados de la estrella y aun de la autoridad del caudillo que los regía.

      Los menos asustadizos, aquellos capitanes y soldados viejos que servían de núcleo al ejército, pensaban que la empresa no era ya de provecho, habiendo pasado tanto tiempo y entrado el invierno, y dábales razón la mortandad de la gente que continuaba adoleciendo, y echándola en tierra los patrones, perecían de hambre y mal pasar en las playas sin que se hallase fácilmente quien les diese sepultura23. Apenas quedaban ya en la armada 8.000 hombres, y no sanos; mas no por ello quiso el Duque apartarse de su propósito y suspender el viaje.

      Parcial ó totalmente se volvió á intentar en los días de diciembre, sin que las naves lograran montar el Cabo Passaro por la constancia de los vientos contrarios, ni aun á remolque de las galeras. Todo el mes fué preciso para que en dispersión llegaran á Marza Mussetto, en Malta, punto de reunión que se les había señalado, y que las últimas alcanzaron el 10 de enero de 1560.

      Desembarcó la gente á refrescarse, y se organizó el hospital por pasar de 3.000 los enfermos; y así, mientras el gran Maestre y Caballeros de San Juan celebraban con salvas de artillería y arcos triunfales la llegada de los expedicionarios, nada menos que alegría se dibujaba en el semblante de éstos.

      Mandó el Duque Coroneles para reclutar en Italia 2.000 hombres más; pidió al Virrey de Nápoles, Duque de Alcalá, auxilio, á que acudió enviándole tres naves con siete compañías de españoles, que sumaban 1.000 hombres; despachó al Proveedor general de la armada, D. Pedro Velázquez, en comisión de procurar víveres en Cerdeña y otros lugares; en una palabra, procuró rehacer aquel armamento tan castigado.

      Hasta el 10 de febrero no se concluyeron los aprestos, cuya duración, llevados al principio, era en esta fecha de seis meses. Unido á la armada el contingente preparado por la religión de San Juan, que consistía en las cuatro galeras y una galeota dichas, un galeón bien artillado, con nueve piezas gruesas, sin las menores, 40 caballeros y 700 arcabuceros escogidos, dió la vela, con viento próspero de Levante, hacia Seco del Palo, fondeadero situado entre Trípoli y la isla de los Gelves, que había de servir de punto de reunión. En este momento empezaba en realidad la jornada.

      Las galeras hicieron su derrota por las escalas de las islas Gozzo, Lampadosa y Querquenes, bajando de ésta á tomar el canal de Alcántara y costear la isla de los Gelbes, entre ella y la tierra firme hacia Oriente, con objeto de entrar en la Roqueta de los Gelves, donde se hace aguada.

      Acercándose las escuadras hacia la torre que construyeron los catalanes en 1284, donde suele residir el jeque con alguna población, descubrieron dos naos: la una surta en el canal que llaman de la Cántara; la otra entre la Cántara y la Roqueta, y una milla más adentro, cerca de la puente que comunica á la isla con la tierra firme, dos galeotas. El Duque ordenó que aquellas embarcaciones se apresaran ó destruyeran, y las galeras fueron en tropel, á boga arrancada, por llegar primero al saco, sin tener en cuenta la dificultad de los canalizos. D. Sancho de Leyva, que tenía á bordo un excelente práctico moro, abordó la primera de las naos; á la otra llegaron Scipión Doria y Gil de Andrada con sus respectivas galeras, hallando que dichas naos, que eran de Alejandría, cargadas de mercancías, estaban abandonadas. De las dos galeotas enemigas nadie se ocupó por la codicia del saco en que todos querían poner mano, y fué falta militar de graves consecuencias. Dragut no poseía más que aquellas dos embarcaciones, con las que luego pudo dar aviso á Constantinopla y recibir socorro, como más adelante se supo; y por mayor mortificación de descuidados, vino á ser conocida la certeza de tener á bordo su tesoro por desconfianza de los moros de tierra.

      ¡Cuántas veces por causas pequeñísimas se han malogrado los mejores cálculos! ¡Cuántas ha conducido al desastre la excesiva confianza!

      En ese mismo canal de la Cántara, mejor dicho de Alcántara, callejón sin salida, sorprendió el viejo Andrea Doria á la escuadrilla de Dragut después de la toma de África. Seguro de apresarla en totalidad, ya porque quisiera hacerlo con menos efusión de sangre, ya porque pensara estrecharle poco á poco, se contentó con asegurar la boca del canal, dejando descansar á sus tripulaciones; y en tanto, el inteligente corsario con las suyas y el refuerzo de 2.000 trabajadores, generosamente pagados, abrió canal por donde no lo había. Durante la noche arrastró por él una á una sus embarcaciones, y al amanecer, con asombro del Capitán general de la mar, el puerto estaba vacío: sólo quedaba en él una señal infame con que Dragut mofaba á su enemigo, y una vez más daba á entender el valor que tiene el tiempo en acciones de guerra.

      Habiendo


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<p>20</p>

Herrera le nombra Flaminio Orsino.

<p>21</p>

En la composición de las escuadras hay variedad en las relaciones: en el total de vasos están conformes las más.

<p>22</p>

Foragidos, dice Ulloa.

<p>23</p>

Herrera, lib. I, cap. IX. – Cabrera de Córdova, tomo I, página 284.