Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo
materiales, comentó por de pronto el mencionado memorial de D. Álvaro de Sande, remitiéndolo en tal forma al Dr. Páez, cronista del Rey D. Felipe, á fin de que en sus oficios, donde se guardó original17, surtiera efectos más fáciles de lograr que con réplicas y discusiones.
Por dicha se ha conservado este importante documento, que también ahora se estampa, ofreciendo, con el sello personal del estilo de los dos jefes principales del ejército en la jornada, datos con que mejor conocerlos y juzgarlos.
Antes de hacerlo, conviene, sin embargo, recordar que, hallándose los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén dispersos y sin domicilio propio después de la toma de la isla de Rodas por Solimán, como el gran Maestre y principales dignatarios se acogieran á la ciudad de Zaragoza de Sicilia, dióles el Emperador Carlos V para habitación y defensa la isla de Malta y la ciudad de Trípoli, con las conquistas del Conde Pedro Navarro y D. Hugo de Moncada.
El año de 1558, por alianza del gran Turco con el Rey de Francia é instancias de éste, entró en el Mediterráneo armada de cien galeras al mando de Piali-Bajá, con propósito de ganar el Condado de Niza. Las costas de Calabria y Nápoles sufrieron mucho de esta escuadra, que se llegó también á las islas Baleares, expugnando á Ciudadela en Menorca. Iba allí el tristemente célebre Dragut, atenido á su antigua ocupación de corsario desde que la conquista de la ciudad de África que gobernaba, por el Virrey de Sicilia, Juan de Vega, le enajenó la gracia del gran Señor, y no poco fueron debidos á su pericia marinera y práctica de las costas los resultados de la expedición de Piali. Influyendo por lo mismo su consejo, antes de la retirada al Bósforo, se dirigió la armada turca á Trípoli, poniendo sitio á la ciudad por mar y tierra con asistencia de los secuaces conservados por Dragut entre los berberiscos18.
Mal prevenido el gran Maestre de San Juan, Gaspar de Valette, no pudo resistir el furioso embate y repetidos asaltos de los genízaros; faltáronle municiones, vituallas y gente, obligándole la necesidad á capitular con seguro de las vidas. Dragut se hizo recompensar el servicio encareciendo á Solimán la importancia de la conquista como base de las sucesivas de Malta, Sicilia, Cerdeña y Córcega y aun de Italia, que brindaba al Sultán por empresas dignas de su pujanza y á las que contribuiría de buen grado. Octuvo el gobierno de Trípoli, que volvió en sus manos á ser depósito del botín, nido de piratas, origen de expediciones y recelo perpetuo de los habitantes de las costas de Italia. Independientemente se entró Dragut por las tierras del Rey de Caraván, en el interior, despojándole de una buena parte; y como la isla de los Gelves conviniera grandemente á sus empresas, so capa amistosa mató al jeque, ganó á los principales y se hizo señor y tirano.
Al Maestre de San Juan, Valette, antes nombrado, había sucedido F. Parisiote, residiendo en Malta con la idea fija de recuperar á Trípoli. La coyuntura de la paz entre España y Francia, acordada en abril de 1559, le pareció excelente, pues que consentiría utilizar las grandes fuerzas de mar y tierra de que disponía el Rey Católico antes de deshacerlas. Pidió, pues, con instancia á D. Felipe la asistencia contra los infieles, enviando por embajador á la corte al Comendador Guimarán.
Aseguraban al Monarca que era la empresa cierta ejecutándola con celeridad y secreto, porque entretenido Dragut en cabalgadas y presas hacia el interior de Berbería, no contando Trípoli con más de 500 turcos de guarnición, sin repuesto de mantenimientos; asegurado el concurso del Rey de Caraván y el de la mayoría de los berberiscos, vejados y oprimidos de los turcos, por naturaleza soberbios, injustos y avaros; y siendo difícil que á tiempo tuviera socorro Solimán de tan larga distancia, concurrirían las circunstancias contra el astuto corsario y debían de aprovecharse antes que su creciente poderío llegara á amagar otros puntos.
Gobernaba por entonces en Sicilia por Virrey D. Juan de la Cerda, Duque de Medinaceli, gran Señor en España, que secundó en la corte los propósitos del gran Maestre con sus informes favorables, deseando ocasión de honra personal en la jornada, como su antecesor en el virreinato lo alcanzó con la conquista de la ciudad de África.
El Rey acogió con favor el pensamiento, ordenando sin dilaciones así al Príncipe Andrea Doria, general de la mar, como á los Virreyes y Gobernadores de Italia, facilitaran al Duque de Medinaceli, nombrado Capitán general de la empresa, los elementos que reclamara, sin esperar otro mandato. Sin embargo, como la armada turca se dejara ver en el Adriático amenazando con ataques como los pasados, ninguna de las autoridades principales quiso desprenderse de fuerzas de que podía haber necesidad; lo que hicieron por de pronto fué cuidar la reunión en Mesina de las escuadras de galeras, formando armada respetable á que concurrió D. Juan de Mendoza, general de las galeras de España, y fué bastante la prevención para que Piali regresara á Constantinopla sin intentar nada.
Pasó con las demoras la oportunidad de la jornada, que, según el consejo del Príncipe Doria, era en los meses de septiembre y octubre, por haber de ir la armada á costa peligrosa tan escasa de puertos como abundante en bajíos. El Duque de Medinaceli activaba ciertamente los alistamientos de gente, junta de navíos, acopio de municiones y raciones, haciendo asientos ó contratas á la vez en Sicilia, Nápoles, Génova, Cerdeña; encontraba, sin embargo, dificultades tan insuperables en las distancias y en las comunicaciones, como en las voluntades, que no se aunan llanamente.
En Milan, por ejemplo, estaba encargado D. Álvaro de Sande de alistar 2.000 alemanes y 2.000 italianos de los que iba á despedir el Duque de Sessa y de conducirlos á Mesina juntamente con los 2.000 españoles que por orden del Rey facilitaba aquel estado. Por interrupción en los despachos se fueron los más de los alemanes á su tierra, sin que se pudieran juntar más de tres compañías. Á esta sazón llegó nueva de la muerte del Rey de Francia, y el Duque de Sessa retuvo los españoles, receloso de trastornos.
Caminaron al fin los soldados á Génova; mas al llegar se encontraron con que el embajador Figueroa había despedido las naves que estaban fletadas y proveídas, en la creencia de no ser ya necesarias. Encontrar otras costó quince días y alojar á los soldados en tierra. Al embarcar pasando muestra, no recibiendo todas las pagas debidas, se amotinaron los españoles, hiriendo al capitán Antonio de Mercado que procuraba acordarlos, y tomaron el camino para volverse á Lombardía. D. Álvaro de Sande y el embajador los alcanzaron á diez millas de distancia, que sólo desandaron con promesa de recibir cuatro pagas. Una de las naves en que habían embarcado 1.500 italianos dió al través antes de salir del puerto, ahogándose algunos, perdiendo otros armas y ropas. Hubo que desembarcar la gente y aderezar la nao, causa de nueva dilación.
En Nápoles surgieron entorpecimientos parecidos, mientras el Virrey Duque de Alcalá no estuvo seguro de que podían salir del reino sin inconveniente los soldados.
No dejaron de presentarse algunos en la armada, en razon á no ir en la Real el Príncipe Andrea Doria, general de la mar, agobiado de los años. De orden suya había arbolado el estandarte real su sobrino y lugarteniente Juan Andrea Doria, «mozo brioso y mañoso, inclinado á las cosas de mar, en cuyo manejo se había criado19,» pero muy distante en autoridad de la del Príncipe. D. Juan de Mendoza, general de las galeras de España, alegó orden de S. M. para regresar á sus costas, por no estar subordinado á Juan Andrea; otros generales lo estuvieron á más no poder.
Á principios de octubre se pasó muestra en Mesina á 12.000 hombres bien armados, puestos bajo el guión del Duque de Medinaceli. Por lugarteniente iba D. Álvaro de Sande; maestre de campo general D. Luis Osorio; general de la artillería Bernardo de Aldana; administrador del hospital el obispo de Mallorca. Embarcábanse sin cesar artillería, municiones, vituallas y máquinas, pero iban muy retrasados los aprestos.
Se había desatendido por una ú otra razón la primera de las condiciones que requería el éxito de la empresa: la celeridad. La segunda, la reserva, se perdió por la tardanza misma, y por haber caído en manos de los turcos una de las fragatas despachadas por el gran Maestre de Malta para espiar la costa berberisca. Dragut, harto embarazado con la hostilidad insistente de los berberiscos, tan luego supo el nublado que de la otra parte se preparaba, despachó persona de su confianza con cartas y regalos capaces de dar á entender la urgencia de socorro si había de guardarse Trípoli; y tan bien la explicó el enviado, que mientras
17
Y se conserva en la Academia de la Historia, Colección Velázquez,
18
De estas empresas ha tratado el almirante Jurien de la Gravière en su libro titulado
19
Cabrera de Córdova, tomo I, pág. 282.