Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo
transportándola con camellos de la isla.
La emulación de las naciones fué muy provechosa á la rapidez de la construcción, aunque mucha gente adolecía de fiebres malignas. En el castillo antiguo se derribaron las almenas morunas, sustituyéndolas con plataformas artilladas; se aderezaron las cisternas abiertas en peña viva, ordenando á la gente de las galeras echara cada día 50 barriles de agua y fuera trasladando á los almacenes las vituallas embarcadas. En todo se adelantó de modo que el 23 de abril estaba el fuerte en estado de defensa, faltando obras ligeras que podían hacer los de la guarnición.
Constaba la designada de 2.000 infantes, españoles, italianos y alemanes, y la compañía de caballos, teniendo por gobernador al Maestre de campo Barahona y lugarteniente el capitán Olivera. Bendecido por el Obispo de Mallorca, se arboló el estandarte real, saludado por la artillería y arcabucería, y se trató de embarcar la gente que no hacía falta.
En todo este tiempo habían ido llevando las naves desde Sicilia y Cerdeña mantenimientos, dinero y más soldados, y se había hecho la ceremonia de la sumisión y juramento del jeque y principales de la isla, que lo verificaron sobre el Corán, capitulando el tributo de 6.000 escudos, cuatro avestruces, cuatro gacelas, cuatro neblíes y un camello. Habían ocurrido por otro lado riñas y muertes entre moros y soldados, y llegaban nuevas de armamentos en Constantinopla. Con su vista había reclamado el gran Maestre de Malta el regreso de las galeras y gente que necesitaba para la defensa de la isla: marcharon el 8 de abril. El Virrey de Nápoles reclamaba también la infantería con urgencia, influyendo todo en la terminación de la campaña.
Dióse pregón y orden de embarco el 6 de mayo, haciéndolo la infantería italiana y parte de la española, con mucha calma: durante la operación, dos horas antes de anochecer el día 10, llegó una fragata despachada por el gran Maestre haciendo saber que la armada turca había tocado en la isla de Gozzo cuatro ó cinco días antes, en número de 80 velas, que había hecho aguada y continuaba su derrota á Trípoli al parecer, aunque por una presa sabía el número de naves y galeras que estaban en los Gelves.
En efecto, ocho días habían sido suficientes á Piali-Bajá para armar 74 galeras reforzadas, embarcar en cada una 100 genízaros y salir á la mar con fuerza de vela.
Esparcida la nueva por el campamento, empaquetaron por encanto los soldados sus efectos, corriendo á la playa en tropel y metiéndose en el agua por asaltar los esquifes. El desorden, la gritería, la obscuridad que comenzaba, daban á la escena un aspecto que no es fácil describir: nadie pensaba más que en su interés, en tanto llegaba el momento de pensar sólo en la persona. D. Álvaro de Sande dió acicate á los de la guarnición del fuerte para entrar más municiones y víveres por un lado, y para embarcar enfermos por el otro. El aplomo con que ordenaba y se hacía obedecer en medio del desbarajuste, de la confusión parecida á la de la ruína que en el guión tenía pintada el general, daba esfuerzo á los buenos25.
No estaban más serenos los ánimos en la escuadra. Reunido el Consejo á bordo de la Real, sin pedirlo, manifestó Juan Andrea Doria que sólo iba á tratarse de la manera de salir cuanto antes de los bajos, y de dar la vela aprovechando el buen viento del Sur que felizmente estaba entablado. Las opiniones, como de ordinario sucede, no se concertaban; había, sin embargo, mayoría en la estimación de contar con unas doce horas antes de amanecer, en cuyo espacio se podía embarcar la tropa y salir con buen orden. D. Sancho de Leyva insistió en que enviados esquifes y barcas á tierra, y trayendo una barcada de gente, salieran á la mar las galeras: si no se descubría al amanecer la armada turca, volverían por el resto de los soldados; en caso de avistarla, procederían á lo que se decidiera. Debían quedar en el puerto dos galeras destinadas al General Duque de Medinaceli y su casa.
En punto á combate, el mismo Leyva, sostenido de Scipión Doria y pocos más votos, juzgaba que, bien combinadas las galeras con las naves, formaban fuerza no inferior á la de los turcos, ya fondearan en línea, interpolados, ya navegaran en grupos, pues sólo las naos, que eran 30, y los tres galeones habían de hacer con la artillería mucho daño. No prevaleció la opinión, sosteniendo, con Orsini, Juan Andrea Doria la suya, de que no teniendo el Rey Católico otra escuadra, era necesario ante todo conservarla para que junta con las galeras de España tuviera en respeto al gran turco. Contra todos los medios indicados halló razones, ya en la poca agua que tenían á bordo las galeras, ya en el peligro de los bajos para las naos, ya en la imposibilidad real de que unas y otras navegasen ó combatiesen juntas y de concierto. Decía que los turcos llegaban descansados y fuertes, mientras en la armada cristiana estaban fatigados y enfermos de los trabajos pasados. Tenía por seguro que ningún hombre prudente se obstinaría en poner en aventura las fuerzas del Rey, y, por consiguiente, protestando de cualquiera otra opinión decidía valer más una buena escapada que un combate en que evidentemente se perdieran26. Determinó en consecuencia que las naves se pusieran en franquía desde luego y se preparasen para hacerlo las galeras.
Llegó en esto el Duque á bordo de la Real, con lo que se prolongó el Consejo: Juan Andrea se felicitaba de la circunstancia que consentía practicar su plan, pues nada impedía ya que las galeras marcharan desde el momento; el Duque observó que lo impedían los soldados, pues no los quería abandonar, y á pesar de la insistencia de Doria y de las protestas de seguridad de la armada, se volvió á la playa, dejando acordado un viaje de los esquifes y la permanencia en el puerto de dos galeras ligeras para que el General embarcara con los últimos al amanecer.
Arrepentido de la condescendencia, Doria hizo en la Real señales de levar pasada la media noche: había ocurrido una mudanza en el viento que trastornaba todos los supuestos. De Sur que empujaba el viaje hacia Malta, había saltado al NE., justamente por la proa.
En tierra habló el Duque con D. Álvaro de Sande, imponiéndole de lo ocurrido y de su propósito de embarcar por la madrugada. Al Gobernador del fuerte dejó instrucción de cómo se había de manejar con el jeque; á los Oficiales dijo que si pensase que la armada turca viniera contra el castillo, se quedara con ellos; pero que siendo la armada la que estaba en peligro, se iba á correrlo en ella. Con esto y haber conferenciado con el Rey de Caraván y con Mazaud, asegurado de sus buenas disposiciones, se embarcó con D. Álvaro en una fragata que les llevara á la galera.
Empezaba á clarear el día, y á este tiempo, á fuerza de remo contra viento y mar, se había desatracado de la costa Andrea Doria cosa de siete millas. Unas tres á sotavento se descubrió la armada turca bien unida y haciendo camino por la cristiana. Piali, desde la isla de Gozzo á la Lampadosa y de ésta hacia la costa, había sufrido vientos contrarios que le obligaron á tomar el fondeadero de Seco de Palo. Tuvo allí noticias de las fuerzas de mar y tierra con que contaba el Duque, acaso un tanto exageradas, y receloso del encuentro quería esquivarlo, limitándose á poner en tierra el socorro de soldados para Trípoli; pero tanto le instó Uluch-Alí á verificar un reconocimiento á que personalmente se ofrecía, como tan práctico de los Gelves, que consintió en que se hiciera con una galeota ligera, en que fué también Cara Mustafá, Virrey de Mitilene. La suerte les deparó la presa de una embarcación pequeña, por cuya gente supieron cuanto podían desear, siendo ya fácil á Uluch-Alí decidir á su jefe al ataque de un enemigo descuidado y en desorden. En la tarde anterior había fondeado por fuera de los Gelves, á 17 millas de distancia, pensando emprender el ataque, como lo hizo, al amanecer.
En la vanguardia cristiana iba Scipión Doria con tres galeras; y como fué el primero en descubrir las turcas y no tenía instrucciones, arribó hacia la Real, señalando la presencia del enemigo con el disparo de una pieza. Ninguna disposición ordenó Andrea Doria: arribó también con la Real en dirección del fondeadero de que había salido, con precipitación y aturdimiento, que aumentaba la poca claridad del alba. Calaba mucho la galera, que era hermoso buque; se tomaron mal las enfilaciones del canal, y quedó varada en un cantil. Entonces, plegando el estandarte, se fué á tierra Doria con el esquife, abandonando el bajel á los forzados, que no tardaron en ponerlo á flote y unirse á las fuerzas de Piali.
Fácil es calcular la influencia que el ejemplo del General tendría en las escuadras. Indecisos los jefes un momento, no existiendo acuerdo ni prevención para el caso, tiró cada cual por su lado, con dispersión y desorden tan grande, que ni
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D. Álvaro de Sande disponía las cosas á su gusto. (Cabrera de Córdova, lib. I, pág. 295.)
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