Estudios históricos del reinado de Felipe II. Fernández Duro Cesáreo

Estudios históricos del reinado de Felipe II - Fernández Duro Cesáreo


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ya que se iba, irse sin hablar á la gente. Fueron cinco ó seis fragatas juntas, en que iban el Conde de Vicar, D. Pedro de Urrias y otros muchos caballeros.

      Tratándose aquel día si los enemigos metiesen gente en tierra ir á estorbárselo, preguntó D. Alvaro al Duque qué armas llevaría. El Duque le respondió que allí tenía armas y un volante; pero que no iría, por quedar en el fuerte á dar orden de lo que era menester. D. Alvaro dijo que tampoco saldría él. Este mismo salieron de la isla el Papa del Caruán y el Infante de Túnez y el jeque con los moros de su parcialidad.

      El Bajá se recogió dende á dos días con las galeras que allí habían quedado: era la mayor parte de la armada, porque hasta con 30 fué dando caza el Bajá á las galeras y naves. Dispararon mucha artillería las unas y las otras. Al juntarse tuvimos miedo no hubiesen tomado las fragatas en que iban el Virrey y Juan Andrea: dende á pocos días supimos cómo habían llegado á Malta en salvamento, donde hallaron algunas de las galeras que se habían escapado.

      D. Alvaro de Sande, después de ido el Duque y los que iban con él, comenzó á cortar dellos, y inviando D. Enrique de Mendoza, uno de los que se habían ido, por una armadura que había dejado, dijo D. Alvaro que llevasen las armas del conejo. Quejábase ansí mismo de D. Pedro Velázquez, diciendo que por culpa suya, sin 200 botas de vino y más, sin otras vituallas que se llevaban las naves, por no haber dado orden que lo desembarcasen. En esto tenía muy gran razón, aunque por lo que él estaba más mal con él, era por no haberle querido dar dineros de la corte á cuenta de su salario, y porque había dicho el Duque que no se fuese de la fuerza hasta que se fuese Don Alvaro. No decía mal en conservador, porque si el Duque no se iba, hacía lo que debía á buen caballero y buen Capitán, quedándose á favorescer la gente que había traído consigo, para morir con ellos, y nunca el fuerte se perdía, que todavía se diera orden á pelear; el jeque se viniera con él al castillo y el Papa y el Infante no se fueran, y no osaron los turcos meter gente en tierra, sino vieran idos éstos; ni el Rey de Túnez diera las vituallas con que se entretuvo el armada, si el Visorrey desde allí le escribiera agradeciéndole lo que le había inviado á ofrecer, reconciliándole con Don Alvaro de la Cueva, alcaide y General de la Goleta.

      Cinco días después de perdidas las galeras, nos estuvimos mano sobre mano mirándonos unos á otros sin trabajar en el fuerte. Después se comenzó á traer fajina, que era menester pelear para tomarla. En muy pocos días se hizo el parapeto del fuerte, y el lienzo de la marina, questaba á la parte de poniente, se detuvo, por ser de piedra. Tornóse á hacer de fajina y tierra, porque se pensó que los enemigos batieran por aquella parte. En esto llegó de Trípol Dragut con sus galeras, y determinóse el Bajá á echar gente en tierra, y envió á Monsalve, uno de los que se habían preso en las galeras, con una carta suya para D. Alvaro; pero no la quiso tomar ni ver: trató mal de palabra al Monsalve, y dijo que si no mirara al amistad que tenía con el Capitán Monsalve su hermano, le hiciera un castigo ejemplar, y así le invió luego con su carta diciéndole que dijese al Bajá que pues Dios les había dado una tan gran vitoria en mar, sin pelear, que viniese á probar su ventura en tierra.

      Á muchos Capitanes pesó oir esta respuesta, así por no haber hecho caso dellos, como porque les paresció que se pudiera ver la carta entre todos y responder con el comedimiento que era razón, pues la crianza y cortesía no impidió jamás el combatir. Un esclavo cristiano que escribió la carta, dijo que el Bajá inviaba por ella á pedir el fuerte, ofresciendo en cambio todo buen partido que le pidiesen.

      Con esta ocasión pudiéramos entretener algunos días el armada en demandas y respuestas, para que mientras ellos perdían tiempo en esto, tuviésemos lugar de fortificarnos mejor, y Sicilia y Nápoles proveer sus marinas y estar más apercibidos, porque cuanto más se detuvieran en esto, menos tiempo tuvieran para sitiarnos, y así no se pasara en el asedio el trabajo y necesidad que se pasó de agua.

      D. Alvaro mandó llamar los Capitanes que allí habían quedado, aunque no todos tenían allí sus compañías, y díjoles que él había quedado allí para guardar aquel fuerte; que hiciesen todos como él y jurasen de no lo rendir hasta morir todos en la defensa. Los Capitanes dijeron todos que eran muy contentos. Dende á tres días los tornó a juntar diciéndoles que entre ellos eligiesen seis Capitanes para que uno de ellos gobernase si acaso matasen á él y al Gobernador Barahona. A esto dieron por respuesta que hiciese él la elección de los seis Capitanes como mejor le pareciese.

      Los turcos asaltaron de noche nuestras galeras: no pudieron llegar á ellas por el reparo que tenían en torno de árboles y antenas; y así se retiraron luego sin la jornada, porque les tiraban del fuerte y de las mismas galeras.

      Los turcos estaban muy confiados que las espías que traían en nuestro campo harían lo que les habían prometido. Fué de esta manera. Que teniendo Dragut nueva cierta que nuestra armada venía sobre él, invió un portugués y otros renegados á Italia á saber lo que se hacía. Algunos dellos, como hombres pláticos en la lengua, entraron por soldados en las compañías que venían á servir en la jornada: éstos dieron siempre aviso en Trípol á Dragut, y en los Gelves iban cada noche á hablarle. Uno se ofreció á quemar las municiones; otro, de atosigar el agua de las cisternas; otro, de dar fuego á las galeras. Con las promesas destos persuadió Dragut al Bajá que intentase tomar el fuerte. También inviaron algunos renegados que animasen y ayudasen en ello. Decían éstos que se huían de los turcos por tornarse á la fe, que los habían hecho renegar por fuerza siendo niños.

      Vínose á descubrir el tratado una tarde. Puestas ya las guardias, estando unos soldados apartados un poco del campo, vieron ir uno hacia el de los enemigos. Llamáronle: él, por disimular más su bellaquería, esperó; llegaron á él y prendiéronle. Fué de tan poco estómago, que por el camino comenzó á turbarse y confesar su maldad. Prendieron algunos de la liga; otros, en ver prender sus compañeros, se pusieron en cobro. Los presos confesaron la traición, y así los ahorcaron de los pies como á traidores.

      La noche primera que saltaron en tierra, que fué á los 16, vino un renegado á nuestro campo y dijo cómo los enemigos tenían en tierra ocho piezas de artillería por encabalgar, y que habían con ellas salido pocos más de 2.000 hombres, y que los demás se desembarcarían el día siguiente, y que en los de tierra había muchos desarmados, de los que venían por remeros en la armada, que habían salido para gastadores. Fueron muchos con él á D. Alvaro, diciéndole que pues había tan buena oportunidad para romper aquellos turcos que eran en tierra, que saliesen aquella noche á ellos. D. Alvaro respondió: «Dejadlos llegar, que yo haré de las mías.»

      Esta noche se pudiera hacer harto daño en los enemigos. Excúsase D. Alvaro con decir que lo dejó, temiéndose de los moros de la isla no cargasen sobre nosotros al retirar, no sucediendo bien la salida, y los turcos por la otra parte, de manera que no pudiésemos resistir á todos. Teníamos la retirada marina á marina, llana y descubierta, y no era lejos del fuerte más de dos millas el lugar donde los turcos habían desembarcado, que era en los mismos pozos donde nosotros habíamos estado diez días, y teníamos más de 70 caballos, con los de la compañía, y los caballos que había dejado el Visorrey y otros caballeros, no teniéndolos los enemigos ni los de la isla caballos con que enojarnos, porque aún no eran llegados los caballos alarbes que esperaban; y si se dejó por entretener allí la armada, porque no fuese á hacer mal en Sicilia ó en el reino de Nápoles, el mejor entretenimiento fuera matarle la gente, de manera que no la pudiera echar en tierra, y tuviera harto que guardar sus galeras con los que llevaba. Los enemigos sacaron su artillería y municiones en tierra sin que les diésemos empacho, más que tocarles algún arma.

      Otra noche invió D. Alvaro á un caballo ligero que se llama Miguel de Huerta, buen soldado, que fuese marina á marina y mirase si hallaba siete barriles pasada una mezquita que estaba entre el campo y el fuerte. Halló cinco barriles; caminando adelante por ver si toparía con los otros, halló dos medias botas. Volvióse á decirlo á D. Alvaro, y invióle á que lo dijera á Quirós, Capitán de caballos. Aquella noche estaba la gente y caballos á punto para salir fuera. Debía de haber concierto con algún renegado, y faltó el designio, pues se dejó de ir.

      La noche siguiente inviaron al mismo por ver si estaban allí los barriles; no hallándolos, pasó adelante; vió salir del campo de los enemigos nueve caballos con dos antorchas encendidas; metiéronse adentro,


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