El sí de las niñas. Fernández de Moratín Leandro
usted qué idea! ¡Con el otro la habia de ir á casar!… No señor, que estudie sus matemáticas.
Ya las estudia, ó por mejor decir, ya las enseña.
Que se haga hombre de valor y…
¡Valor! ¿Todavía pide usted mas valor á un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se atrevieron á seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre?… Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de su sobrino; y yo le ví á usted mas de cuatro veces llorar de alegría, cuando el Rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.
Sí, señor: todo eso es verdad; pero no viene á cuento. Yo soy el que me caso.
Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no la asusta la diferencia de la edad, si su eleccion es libre…
¿Pues no ha de serlo?… Y ¿qué sacarian con engañarme? Ya ves tú la religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio: esta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es una señora de escelentes prendas: mira tú si Doña Irene querrá el bien de su hija, pues todas ellas me han dado cuantas seguridades puedo apetecer… La criada, que la ha servido en Madrid y mas de cuatro años en el convento, se hace lenguas de ella, y sobre todo, me ha informado de que jamás observó en esta criatura la mas remota inclinacion á ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oir misa y correr por la huerta detrás de las mariposas, y hechar agua en los agujeros de las hormigas, estas han sido su ocupacion y sus diversiones… ¿Qué dices?
Yo nada, señor.
Y no pienses tú que, á pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr que se esplique conmigo en absoluta libertad… Bien que aun hay tiempo… Solo que aquella Doña Irene siempre la interrumpe: todo se lo habla… Y es muy buena muger, buena…
En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.
Sí, yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto… ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?
Pues ¿qué ha hecho?
Una de las suyas… Y hasta pocos dias há no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste, estuvo dos meses en Madrid… Y me costó buen dinero la tal visita… En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse á Zaragoza á su regimiento… Ya te acuerdas de que á muy pocos dias de haber salido de Madrid, recibí la noticia de su llegada.
Sí, señor.
Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.
Así es la verdad.
Pues el picaron no estaba allí cuando me escribia las tales cartas.
¿Qué dice usted?
Sí, señor. El dia tres de julio salió de mi casa, y á fines de setiembre aun no habia llegado á sus pabellones… ¿No te parece que para ir por la posta hizo muy buena diligencia?
Tal vez se pondria malo en el camino, y por no darle á usted pesadumbre…
Nada de eso. Amores del señor oficial y devaneos que le traen loco… Por ahí en esas ciudades puede que… ¿quien sabe?… Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre perdido… ¡No permita Dios que me le engañe alguna bribona de estas que truecan el honor por el matrimonio!
¡Oh! No hay que temer… Y si tropieza con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le engañe.
Me parece que están ahí… Sí. Gracias á Dios. Busca al mayoral y dile que venga, para quedar de acuerdo en la hora á que deberemos salir mañana.
Bien está.
Ya te he dicho que no quiero que esto se trasluzca, ni… ¿Estamos?
No haya miedo que á nadie lo cuente.
(Simon se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres mugeres con mantillas y basquiñas. Rita deja un pañuelo atado sobre la mesa y recoge las mantillas y las dobla.)
ESCENA II
Ya estamos acá.
¡Ay! ¡qué escalera!
Muy bien venidas, señoras.
¿Con que usted, á lo que parece, no ha salido?
(Se sientan Doña Irene y D. Diego.)
No, señora. Luego, mas tarde, daré una vueltecilla por ahí… He leido un rato. Traté de dormir; pero en esta posada no se duerme.
Es verdad que no… ¡Y que mosquitos! mala peste en ellos. Anoche no me dejaron parar… Pero, mire usted. Mire usted (Desata el pañuelo y manifiesta algunas cosas de las que indica el diálogo.) cuántas cosillas traigo. Rosarios de nacar, cruces de ciprés, la regla de S. Benito, una pililla de cristal.... Mire usted que bonita. Y dos corazones de talco… ¡Qué sé yo cuanto viene aquí!… ¡Ay! y una campanilla de barro bendito para los truenos… ¡Tantas cosas!
Chucherías que la han dado las madres. Locas estaban con ella.
¡Cómo me quieren todas! Y mi tia, mi pobre tia, ¡lloraba tanto!… Es ya muy viejecita.
Ha sentido mucho no conocer á usted.
Sí, es verdad, Decia: ¿por qué no ha venido aquel señor?
El pobre capellan y el rector de los Verdes nos han venido acompañando hasta la puerta.
Toma, (Vuelve á atar el pañuelo y se le dá á Rita, la cual se va con él y con las mantillas al cuarto de Doña Irene.) guárdamelo todo allí, en la escusabaraja. Mira, llévalo así de las puntas… ¡Válgate Dios, eh, ya se ha roto la Santa Gertrudis de alcorza!
No importa, yo me la comeré.
ESCENA III
¿Nos vamos adentro, mamá, ó nos quedamos aquí?
Ahora, niña, que quiero descansar un rato.
Hoy se ha dejado sentir el calor en forma.
Y ¡qué fresco tienen aquel locutorio! Vaya, está hecho un cielo.
Pues con todo, (Sentándose junto á Doña Irene.) aquella monja tan gorda, que se llama la Madre Angustias, bien sudaba… ¡Ay, como sudaba la pobre mujer!
Mi hermana es la que está bastante delicadita… Ha padecido mucho este invierno… Pero, vaya, no sabia que hacerse con su sobrina la buena señora.... Está muy contenta de nuestra eleccion.
Yo celebro que sea tan á gusto de aquellas personas, á quienes debe usted particulares obligaciones.
Sí, Trinidad está muy contenta, y en