El sí de las niñas. Fernández de Moratín Leandro

El sí de las niñas - Fernández de Moratín Leandro


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Die

      Es verdad. Solo falta que la parte interesada tenga la misma satisfaccion que manifiestan cuantos la quieren bien.

D.ª Ire

      Es hija obediente, y no se apartará jamás de lo que determine su madre.

D. Die

      Todo eso es cierto; pero…

D.ª Ire

      Es de buena sangre, y ha de pensar bien, y ha de proceder con el honor que la corresponde.

D. Die

      Sí, ya estoy; pero ¿no pudiera, sin faltar á su honor ni á su sangre?…

D.ª Fca

      ¿Me voy, mamá?

      (Se levanta y vuelve á sentarse.)

D.ª Ire

      No pudiera, no, señor. Una niña bien educada, hija de buenos padres, no puede menos de conducirse en todas ocasiones como es conveniente y debido. Un vivo retrato es la chica, ahí donde usted la ve, de su abuela, que Dios perdone, Doña Gerónima de Peralta… En casa tengo el cuadro, ya le habrá usted visto. Y le hicieron, segun me contaba su merced, para enviársele á su tio carnal el padre fray Serapion de S. Juan Crisóstomo, electo obispo de Mechoacan.

D. Die

      Ya.

D.ª Ire

      Y murió en el mar, el buen religioso: que fué un quebranto para toda la familia… Hoy es, y todavía estamos sintiendo su muerte: particularmente mi primo D. Cucufate, regidor perpétuo de Zamora, no puede oir hablar de su Ilustrísima sin deshacerse en lágrimas.

D.ª Fca

      ¡Válgate Dios! que moscas tan…

D.ª Ire

      Pues murió en olor de santidad.

D. Die

      Eso bueno es.

D.ª Ire

      Sí, señor; pero como la familia ha venido tan á menos.... ¿Qué quiere usted? Donde no hay facultades… Bien que, por lo que puede tronar, ya se le está escribiendo la vida; y quien sabe que el dia de mañana no se imprima, con el favor de Dios.

D. Die

      Sí, pues ya se ve. Todo se imprime.

D.ª Ire

      Lo cierto es que el autor, que es sobrino de mi hermano político, el canónigo de Castrojeriz, no la deja de la mano, y á la hora de esta lleva ya escritos nueve tomos en fólio, que comprenden los nueve años primeros de la vida del santo obispo.

D. Die

      ¿Con que para cada año un tomo?

D.ª Ire

      Sí, señor, ese plan se ha propuesto.

D. Die

      Y ¿de qué edad murió el venerable?

D.ª Ire

      De ochenta y dos años, tres meses y catorce dias.

D.ª Fca

      ¿Me voy mamá?

D.ª Ire

      Anda vete. ¡Válgate Dios, que prisa tienes!

D.ª Fca

      ¿Quiere usted (Se levanta, y despues de hacer una graciosa cortesía á D. Diego, da un beso á Doña Irene y se va al cuarto de esta.) que le haga una cortesía á la francesa, señor Don Diego?

D. Die

      Sí, hija mia. A ver.

D.ª Fca

      Mire usted, así.

D. Die

      ¡Graciosa niña! Viva la Paquita, viva.

D.ª Fca

      Para usted una cortesía, y para mi mamá, un beso.

      ESCENA IV

DOÑA IRENE, DON DIEGOD.ª Ire

      Es muy gitana y muy mona, mucho.

D. Die

      Tiene un donaire natural que arrebata.

D.ª Ire

      ¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni embelecos de mundo, contenta de verse otra vez al lado de su madre, y mucho mas de considerar tan inmediata su colocacion; no es maravilla que cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime á los ojos de usted, que tanto se ha empeñado en favorecerla.

D. Die

      Quisiera solo que se esplicase libremente acerca de nuestra proyectada union, y…

D.ª Ire

      Oiria usted lo mismo que le he dicho ya.

D. Die

      Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco alguna inclinacion, oyéndoselo decir con aquella boquilla tan graciosa que tiene, seria para mí una satisfaccion imponderable.

D.ª Ire

      No tenga usted sobre ese particular la mas leve desconfianza; pero hágase usted cargo de que á una niña no la es lícito decir con ingenuidad lo que siente. Mal pareceria, señor D. Diego, que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda, se atreviese á decirle á un hombre: yo le quiero á usted.

D. Die

      Bien: si fuese un hombre á quien hallara por casualidad en la calle y le espetara ese favor de buenas á primeras, cierto que la doncella haria muy mal; pero á un hombre con quien ha de casarse dentro de pocos dias, ya pudiera decirle alguna cosa que… Además, que hay ciertos modos de esplicarse…

D.ª Ire

      Conmigo usa de mas franqueza. A cada instante hablamos de usted, y en todo manifiesta el particular cariño que á usted le tiene… ¡Con que juicio hablaba ayer noche, despues que usted se fué á recoger! No sé lo que hubiera dado porque hubiese podido oirla.

D. Die

      ¿Y qué? ¿Hablaba de mí?

D.ª Ire

      Y que bien piensa, acerca de lo preferible que es para una criatura de sus años un marido de cierta edad, esperimentado, maduro y de conducta…

D. Die

      ¡Calle! ¿Eso decia?

D.ª Ire

      No, esto se lo decia yo, y me escuchaba con una atencion como si fuera una muger de cuarenta años, lo mismo… ¡Buenas cosas la dije! Y ella que tiene mucha penetracion, aunque me esté mal el decirlo… ¿Pues no da lástima, señor, el ver como se hacen los matrimonios hoy en el dia? Casan á una muchacha de quince años con un arrapiezo de diez y ocho, á una de diez y siete con otro de veinte y dos: ella niña, sin juicio ni esperiencia, y él niño tambien, sin asomo de cordura ni conocimiento de lo que es mundo. Pues señor, (que es lo que yo digo), ¿quién ha de gobernar la casa? ¿Quién ha de mandar á los criados? ¿Quién ha de enseñar y corregir á los hijos? Porque sucede tambien, que estos atolondrados de chicos, suelen plagarse de criaturas en un instante, que da compasion.

D. Die

      Cierto que es un dolor el ver rodeados de hijos á muchos que carecen del talento, de la esperiencia y de la virtud que son necesarias para dirigir su educacion.

D.ª Ire

      Lo que sé decirle á usted es, que aun no habia cumplido los diez y nueve, cuando me casé de primeras nupcias con mi difunto D. Epifanio, que esté en el cielo. Y era un hombre que, mejorando lo presente, no es posible hallarle de mas respeto, mas caballeroso… Y al mismo tiempo, mas divertido y decidor. Pues, para servir á usted, ya tenia los cincuenta y seis, muy largos de talle cuando se casó conmigo.

D. Die

      Buena edad… No era un niño, pero…

D.ª Ire

      Pues á eso voy… Ni á mí podia convenirme en aquel entónces un boquirrubio, con los cascos á la gineta… No señor… Y no es decir tampoco que estuviese achacoso ni quebrantado de salud; nada de eso. Sanito estaba, gracias á Dios, como una manzana; ni en su vida conoció otro mal, sino una especie de alferecía que le amagaba de cuando en cuando. Pero luego que nos casamos dió en darle tan á menudo y tan de recio, que á los siete meses me hallé viuda, y en cinta de una criatura que nació despues; y al cabo y al fin se me murió de alfombrilla.

D. Die

      ¡Oiga!… Mire usted si dejó sucesion el bueno de D. Epifanio.

D.ª Ire

      Sí, señor, ¿pues por qué no?

D. Die

      Lo digo porque luego saltan con… Bien que si uno hubiera de hacer caso… Y ¿fué niño ó niña?

D.ª Ire

      Un


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