El sí de las niñas. Fernández de Moratín Leandro
señor! Dan malos ratos; pero ¿qué importa? Es mucho gusto, mucho.
Yo lo creo.
Sí, señor.
Ya se ve que será una delicia y....
Pues ¿no ha de ser?
Un embeleso el verlos juguetear y reir, y acariciarlos, y merecer sus fiestecillas inocentes.
¡Hijos de mi vida! Veinte y dos he tenido en los tres matrimonios que llevo hasta ahora, de los cuales solo esta niña me ha venido á quedar; pero le aseguro á usted que…
ESCENA V
Señor, el mayoral está esperando.
Dile que voy allá… ¡Ah! Tráeme primero el sombrero y el baston, que quisiera dar una vuelta por el campo. (Entra Simon al cuarto de D. Diego, saca un sombrero y un baston, se los da á su amo, y al fin de la escena se va con él por la puerta del foro.) ¿Con que, supongo que mañana tempranito saldremos?
No hay dificultad. A la hora que á usted le parezca.
A eso de las seis. ¿Eh?
Muy bien.
El sol nos da de espaldas… Le diré que venga una media hora antes.
Sí, que hay mil chismes que acomodar.
ESCENA VI
Válgame Dios, ahora que me acuerdo… Rita… Me le habrán dejado morir. Rita.
Señora.
(Sacará Rita unas sábanas y almohadas debajo del brazo.)
¿Qué has hecho del tordo? ¿Le diste de comer?
Sí, señora. Más ha comido que un avestruz. Ahí le puse en la ventana del pasillo.
¿Hiciste las camas?
La de usted ya está. Voy á hacer esotras antes que anochezca, porque si no, como no hay mas alumbrado que el del candil, y no tiene garabato, me veo perdida.
Y aquella chica ¿qué hace?
Está desmenuzando un bizcocho para dar de cenar á Don Periquito.
¡Qué pereza tengo de escribir! (Se levanta y se entra en su cuarto.) Pero es preciso, que estará con mucho cuidado la pobre Circuncision.
¡Qué chapucerías! No ha dos horas, como quien dice, que salimos de allá, y ya empiezan á ir y venir correos. ¡Qué poco me gustan á mí las mugeres gazmoñas y zalameras!
(Éntrase en el cuarto de Doña Francisca.)
ESCENA VII
¿Con que ha de ser el número tres? Vaya en gracia… Ya, ya conozco el tal número tres. Coleccion de bichos mas abundante no la tiene el Gabinete de Historia natural.... Miedo me da de entrar… ¡Ay! ¡ay!… Y ¡qué agujetas! Estas sí que son agujetas… Paciencia, pobre Calamocha, paciencia… Y gracias á que los caballitos dijeron no podemos mas, que si no, por esta vez no veia yo el número tres, ni las plagas de Faraon que tiene dentro… En fin, como los animales amanezcan vivos, no será poco.... Rebentados están.... (Canta Rita desde adentro, Calamocha se levanta desperezándose.) ¡Oiga!… ¿Seguidillitas?… Y no canta mal… Vaya, aventura tenemos… ¡Ay! que desvencijado estoy.
ESCENA VIII
Mejor es cerrar, no sea que nos alivien de ropa y… (Forcejeando para echar la llave.) Pues cierto que está bien acondicionada la llave.
¿Gusta usted de que eche una mano, mi vida?
Gracias, mi alma.
¡Calle!… Rita.
Calamocha.
¿Qué hallazgo es este?
¿Y tu amo?
Los dos acabamos de llegar.
¿De veras?
No que es chanza. Apenas recibió la carta de Doña Paquita, yo no se adónde fué, ni con quien habló, ni como lo dispuso; solo sé decirte que aquella tarde salimos de Zaragoza. Hemos venido como dos centellas, por ese camino. Llegamos esta mañana á Guadalajara, y á las primeras diligencias nos hallamos con que los pájaros volaron ya. A caballo otra vez y vuelta á correr y á sudar y á dar chasquidos… En suma, molidos los rocines y nosotros á medio moler, hemos parado aquí con ánimo de salir mañana… Mi teniente se ha ido al colegio mayor á ver á un amigo, mientras se dispone algo que cenar.... Esta es la historia.
¿Con que le tenemos aquí?
Y enamorado mas que nunca, zeloso, amenazando vidas… Aventurado á quitar el hipo á cuantos le disputen la posesion de su Currita idolatrada.
¿Qué dices?
Ni mas ni menos.
¡Qué gusto me das!… Ahora sí se conoce que la tiene amor.
¿Amor?… ¡Friolera!.... El moro Gazul fué para él un pelele, Medoro un zascandil, y Gaiferos un chiquillo de la doctrina.
¡Ay cuando la señorita lo sepa!
Pero acabemos. ¿Cómo te hallo aquí? ¿Con quién estás? ¿Cuando llegaste? Que…
Yo te lo diré. La madre de Doña Paquita dió en escribir cartas y mas cartas, diciendo que tenia concertado su casamiento en Madrid con un caballero rico, honrado, bien quisto, en suma cabal y perfecto, que no habia mas que apetecer. Acosada la señorita con tales propuestas, y angustiada incesantemente con los sermones de aquella bendita monja, se vió en la necesidad de responder que estaba pronta á todo lo que la mandasen… Pero no te puedo ponderar cuánto lloró la pobrecita, que afligida estuvo. Ni queria comer, ni podia dormir… Y al mismo tiempo era preciso disimular para que su tia no sospechára la verdad del caso. Ello es que cuando, pasado el primer susto, hubo lugar de discurrir escapatorias y arbitrios, no hallamos otro que el de avisar á tu amo; esperando que si era su cariño tan verdadero y de buena ley como nos habia ponderado, no consentiria que su pobre Paquita pasára á manos de un desconocido, y se perdiesen para siempre tantas caricias, tantas lágrimas y tantos suspiros, estrellados en las tapias del corral. A pocos dias de haberle escrito, cata el coche de colleras y el mayoral Gasparet con sus medias azules, y la madre y el novio que vienen por ella: recogimos á toda prisa nuestros meriñaques, se atan los cofres, nos despedimos de aquellas buenas mugeres, y en dos latigazos llegamos antes de ayer á Alcalá. La detencion ha sido para que la señorita visite á otra tia monja que tiene aquí, tan arrugada y tan sorda como la que dejamos allá. Ya la ha visto, ya la han besado bastante una por una todas las religiosas, y creo que mañana temprano saldremos. Pero esta casualidad nos…
Sí. No digas mas… Pero… ¿Con que el novio está en la posada?
Ese es su cuarto, (Señalando el cuarto de D. Diego, el de Doña Irene y el de Doña