Las Sombras. Maria Acosta

Las Sombras - Maria Acosta


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sin nubes, tan sólo corre una ligera brisa; los bares están abarrotados de gente, los niños juegan en las aceras, y en los bancos de la Plaza de Lavapiés se beben litronas y se fuman canutos, se oye una canción de Los nikis, en el centro alguien ha encendido una hoguera. Torcemos a la derecha por Sombrerete, al fondo de la calle se ve una aglomeración de gente: es el Y punto, rock and roll y música heavy, abierto hasta las seis de la madrugada todos los días y a tope de basca los fines de semana. En la Corrala, muchachos y muchachas gitanos corren de un extremo a otro con botellas de plástico, pequeños cubos e incluso con las manos llenas de agua, mojándose unos a otros; están la mayoría empapados. Gritos, risas, cuidado, os vais a mojar nos dice un chaval que no tendrá más de doce años. En la plaza de Lara encontramos el mismo panorama, a un lado las madres y hermanas demasiado mayores para estos juegos observan como se divierten. Nosotros entramos en lo que debió ser el patio del antiguo orfanato; hay que bajar unas escaleras. Es un punto que cuatro o cinco coches hayan aparcado justo enfrente de la pequeña escalinata, ya que de esta manera, si baja por Mesón de Paredes algún coche de la policía municipal o alguna lechera no podrán vernos.

      Mientras Sofía comienza a preparar todo lo necesario para hacer la queimada, el resto vamos a buscar madera para construir la hoguera:

      -Cuando volváis casi estará a punto la primera ronda. A ver si viene alguno de los que avisé –dice ella.

      -Espero que tengamos la suerte del año pasado cuando nos topamos con dos contenedores llenos de madera –apunta Ricardo.

      Noche de bronca, noche mágica

      Ya sola coloco mi cazadora en el suelo y me siento. No tengo un recipiente de barro así que me he traído una tartera de casa, echo el azúcar, el aguardiente, el limón en rodajas y unos trozos de manzana; cojo el cazo, pongo un poco de azúcar en él, lo humedezco con aguardiente y le prendo fuego; con cuidado lo acerco a la tartera, muy despacio para que encienda bien, y lo hace: una bellísima llama azul aparece en la superficie. Ahora es cuestión de paciencia para que adquiera ese tono dorado. De vez en cuando levanto el cazo lleno de fuego azul y desde lo alto dejo caer una cascada de fuego. Enciendo un cigarrillo. Huele bien. Levanto los ojos y veo a alguien que se acerca, es un colega del barrio:

      -Ya me extrañaba no verte por aquí –me dice sentándose a mi lado.

      -Me he cambiado de barrio, ahora vivo en Malasaña, en Jesús del Valle.

      -¡Chachi! ¿no?

      -Prefería Lavapiés, Malasaña está muy matado. Este barrio molaba más –le digo al tiempo que levanto el cazo y dejo caer un poco de aguardiente –¡Ya ves! Como todos los años por estas fechas…una queimadita para celebrar San Juan.

      -¿Y tu colega? No me acuerdo como se llama…

      -Luís, ha ido con unos amigos a buscar maderas para hacer una hoguera; fuego por dentro y fuego por fuera ¡hay que purificarse bien, tronco!

      Vemos venir a un par de gitanillos, hace un rato estaban en la Corrala tirándose agua, deben tener unos quince años:

      -¿Qué es eso?

      -Una queimada.

      -¿Nos puedes dar un poco?

      -Es muy fuerte, lleva aguardiente, no creo que os guste además aún no está acabada, le falta un rato.

      -¡Mira lo que hemos encontrado! –gritan mis colegas, que vuelven todos con una puerta debajo del brazo.

      -¡Hola tronco! –dice Luís dando la mano al chaval larguirucho que está conmigo –¡hace tiempo que no te veía, como cambiamos de casa! ¿Ya te lo ha contado Sofía, no?

      -Sí, creía que os habíais ido de Madrid.

      Mientras el resto de la banda está reuniendo la madera en un montón para encender la hoguera yo apago la queimada y comienzo a repartir vasos entre la basca, a los gitanillos les doy uno avisándoles que si no les gusta me la den; hacemos una trompeta mientras que se enfría un poco la bebida. Espero que en el transcurso de la noche aparezca alguno de los colegas de los que avisé por teléfono:

      -¡Guau! ¡Está fuerte esto!

      -¡Está de putamadre! La manzana está de vicio –digo yo relamiéndome ya que me ha salido muy dulce, que es lo que me gusta.

      Vemos pasar un coche del 092 pero o no han visto la que tenemos montada aquí o están pasando olímpicamente; no me extrañaría esto último ya que en la Noche de San Juan cantidad de gente está construyendo hogueras. Reparto la segunda ronda de queimada e inmediatamente comienzo a preparar otra, los gitanillos alucinan:

      -¿Me dejas hacer eso? –dice uno de ellos cuando me ve levantando el cazo y dejo caer una columna de color azul en el recipiente.

      -Bueno, pero ten cuidado no vaya a caer fuera. Toma.

      -Yo primero –dice el más corpulento.

      -No, yo –protesta el otro.

      -Tranquilos, poco a poco, por orden ¿eh? –digo dándoselo al primero que lo pidió –toma Ricardo, fuma.

      -¿Podemos secarnos? –nos dicen unos chavales completamente mojados; tendrán entre quince y diecinueve años.

      -¡Tú mismo! ¿Quieres beber? –le digo tendiéndole un vaso –te calentará por dentro.

      -Vale, ¿está muy fuerte?

      -Ahora os doy un vaso a cada uno cuando acabe con esta.

      La noche comienza a animarse: al principio éramos cinco y al cabo de una hora hemos llegado a reunirnos más de veinte tipos alrededor de la queimada. Los vapores se meten por la nariz, ¡buena la voy a coger!, miro al resto del personal y también está a punto de caramelo. Teresa me pide el cucharón, me voy a saltar la hoguera. ¡Qué pasote! Justo ahora va y me sube el tripi, ¡vaya alucine!, veo a Luís que se parte el pecho de risa porque Ricardo está haciendo el orangután, chachi que también está haciéndoles efecto…

      -Abrevia Sofía –dice el comisario Soler.

      -Es verdad tronca, ¡mira que te enrollas! –opina Teresa.

      -Es que me lo pasé tope ese día –les replico al tiempo que enciendo un cigarrillo.

      -Pero no tiene importancia para la investigación. Continúa desde el momento que salisteis de Lavapiés; que alguien vaya a por más café, por favor-contesta el comisario.

      Sobre las cinco de la madrugada acabamos la juerga, recogemos todo y lo dejamos en casa de Ricardo y Teresa; todavía tenemos ganas de marcha. Así que nos ponemos a buscar un bar subiendo por la calle de Lavapiés. Nada. Luís propone ir a tomar un chocolate con churros a Sol, en un sitio que abre a estas horas.

      PELEA TIPO EL SALVAJE OESTE EN PLENO CENTRO DE MADRID

      Ayer, a las cinco de la madrugada, en un conocido local de las inmediaciones de la calle Mayor, se organizó una pelea digna de una película de John Ford. Según testigos presenciales, sobre las cuatro y media llegaron cuatro jóvenes en avanzado estado de intoxicación etílica. “Estaban muy borrachos, pidieron un chocolate con churros pero el camarero no quiso servirles”-declaraba una persona ajena a la pelea-“la verdad es que les contestó mal y entonces una de las chicas le replicó una burrada, el camarero quiso pegarle, uno de los chavales salió en defensa de ella; otro de los camareros había ido a buscar al churrero y a otra gente que estaba en la cocina. Luego alguien tiró una taza y un plato, y a partir de ahí se lió todo”.

      La policía se personó en el local a los diez minutos pero los


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