Adolfo Hitler. Adolfo Meinhardt

Adolfo Hitler - Adolfo Meinhardt


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difamaciones del judío, la gran masa del pueblo por estulticia o simplicidad mental, cree en estas calumnias.

      “Políticamente el judío acaba por substituir la idea de la democracia por la de la dictadura del proletariado. El ejemplo más terrible en este orden lo ofrece Rusia, donde el judío, dominado de un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el sólo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos literatos y bandidos de la bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo.” Mi lucha. Ibid. p171.

      En Viena Hitler vivió entre indigentes, pero siempre se sintió infinitamente superior a ellos. En aquel tiempo todavía no se imaginaba ejerciendo el poder, pero no dejaba de pontificar continuamente sobre el tema. Tenía que encontrar de algún modo una solución a los dilemas que lo atormentaban y finalmente lo consiguió. Estaba dibujando en lo más hondo de su ser el perfil de la que iba a ser su víctima preferida, el campo perfecto para dar rienda suelta a todas sus paranoias y su ansia de destrucción:

      “Se hallaba precisado con claridad el camino que el ario tenía que seguir. Como conquistador sometió a los hombres de raza inferior y reguló la ocupación práctica de éstos bajo sus órdenes, conforme a su voluntad y de acuerdo con sus fines. Mientras el ario mantuvo sin contemplaciones su posición señorial fue, no sólo realmente soberano, sino también el conservador y el propagador de la cultura.” Mi lucha. Ibid, p. 159.

      “La mezcla de sangre y, por consiguiente, la decadencia racial son las únicas causas de la desaparición de viejas culturas; porque los pueblos no mueren por consecuencia de guerras perdidas, sino debido a la anulación de aquella fuerza de resistencia que sólo es propia de la sangre incontaminada.” Mi lucha. Ibid.P. 160.

      Pero nada novedoso estaba descubriendo el tirano que lentamente se perfilaba dentro de aquel peligroso personaje. En los periódicos y libelos vieneses que él leía, los judíos eran diariamente despreciados, difamados e insultados. No nos extrañemos, sin embargo; el antisemitismo es endémico en Europa desde tiempo inmemorial. Me atrevo a decir que el europeo medio sigue creyendo que de todos los males que ha padecido este Continente a través de los siglos tienen la culpa los hombres que un día, que se pierde en la noche de los tiempos sacó Moisés de las manos del Faraón. En este civilizado conglomerado que dio al mundo la cultura helénica, el Derecho romano, la vía Apia, la Divina Comedia, la Victoria de Samotracia de Poliorsietes, el Hermes de Praxiteles, Fidias y el Partenón, la Venus de Milo, los frescos de la Capilla Sixtina y tantísimos avances científicos y tecnológicos, perseguir, atropellar y matar judíos ha sido, en muchas ocasiones, un deporte sin fronteras. Tan es así que Hitler mismo en sus inicios, cuando aún no los había incluido en su catálogo personal de destrucción, llegó a sentir repugnancia por el lenguaje soez que utilizaba la prensa austriaca para referirse a los hijos de Abraham.

      Pero en el cerebro de Hitler el instinto maléfico venía de la cuna y el campo estaba abonado para que fructificasen en su persona todas las delirantes ficciones que desde la adolescencia estuvo cultivando. El judío, por ejemplo, en su mente se fue transformando, a la velocidad de la luz y sin que viniera a cuento, en un demonio seductor que entre otras bestialidades mancillaba la honra de las jóvenes austriacas, y tal cosa por supuesto, aunque era una manipulación, le espantaba y llenaba de furor. En Mein Kampf, se explaya a gusto sobre ello:

      “En Viena, como seguramente en ninguna otra ciudad de la Europa occidental, con excepción quizá de algún puerto del Sur de Francia, podía estudiarse mejor las relaciones del judaísmo con la prostitución y más aún, con la trata de blancas. Caminando de noche por el barrio de Leopoldo, a cada paso era uno —queriendo o sin quererlo—testigo de hechos que quedaron ocultos para la gran mayoría del pueblo alemán hasta que la guerra de 1914 dio a los combatientes alemanes en el frente oriental oportunidad de poder ver, mejor dicho, tener que ver semejante estado de cosas.

      “Sentí escalofríos cuando por primera vez descubrí así en el judío al negociante, desalmado calculador, venal y desvergonzado de ese tráfico irritante de vicios de la escoria de la urbe”. Mi Lucha. Ibid, p. 51

      “148 MK, 63. No se dispone de cifras fidedignas sobre el número extraordinariamente grande de las prostitutas de la Viena del período. Lo de que eran los judíos los que controlaban la prostitución era un arma habitual del arsenal antisemita. Era como siempre una tergiversación grosera. Pero para combatir tales afirmaciones, la propia comunidad judía apoyó y difundió tentativas de combatir el comercio criminal en el que estaban implicados algunos judíos orientales, que consistía en importar muchachas judías de zonas azotadas por la pobreza del Este de Europa para los burdeles de Viena (Véase Hamann, 477-79. 521-22.)” Ian Kershaw. Notas. Ibid. p. 605.

      Pero Reinhold Hanisch, la persona más cercana a su intimidad en esa época, afirma, con rotundidad qué en Viena, aquellos días en que compartieron penurias Hitler cultivaba la amistad con todos los judíos del albergue.

      ¿Por qué entonces, de la noche a la mañana adopta tan radical actitud?, Posiblemente porque tenía que solidificar la base de alucinaciones nacidas en los oscuros meandros donde mezclaba su abundante basura cerebral con sus infernales elucubraciones. Agregó los semitas, y los puso a presidir su lista de futuras víctimas en un mal digerido paso de luna, porque necesitaba una base sólida de la que partir sin oposición (los hijos de Israel le venían al dedo); y ya metido en el tema acabó por convencerse a sí mismo, definitivamente, que detrás de todo lo malo que había en el mundo se escondía un descendiente de Jacob. E insisto: llegó a tal convencimiento en el mínimo espacio que puede durar un parpadeo. ¡Asombroso! Por eso pudo convencerse, sin devanarse los sesos ni intentar una mínima reflexión, que todos los males del mundo los habían programado ellos para llegar un día a dominar el mundo. Manejaban una conspiración mundial para esclavizar y extinguir la raza aria, y la dirigían trabajando en silencio, muy calladamente, para introducir el parlamentarismo y la democracia en la sociedad occidental, porque para ellos esa era la puerta idónea para que el marxismo y la lucha de clases se expandieran sin dificultad. El descrédito de la raza y la implantación de un partido único, cruel e impenetrable, de eficacia insuperada en el crimen, aunque incompetente y corrompido. Había encontrado ¡por fin! su bouc émissaire. Y entretanto, hambriento, y cubierto todavía de andrajos, se vanagloriaba de ser un Herrenmenschen y estaba convencido de que la prédica de la igualdad entre los seres humanos era una auténtica blasfemia, un ataque directo al corazón de la raza superior.

      “La democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo, el cual sería inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer término proporciona a esta peste mundial el campo propicio de donde el mal se propaga después.” Mi lucha. Ibid. p.60

      “El parlamentarismo democrático de hoy no tiende a constituir una asamblea de sabios, sino a reclutar más bien una multitud de nulidades intelectuales, tanto más fáciles de manejar cuanto mayor sea la limitación mental de cada uno de ellos.” Mi lucha. Ibid. p.67.

      7.

      La relación con Reinhold Hanisch, como no podía ser de otro modo, finalmente se averió. Y todo terminó de mala manera: con el gestor de ofertas unos días en la cárcel y el pintor de tonterías acusándole de haberle birlado los 50 Kronen de la venta de la última obra producida. Y la acusación la cimentó valiéndose de Siefried Löffner, otro de los judíos del albergue con quien tenía trato. Además, también tenía relación casi diaria con Jacobo Alternberg y Josef Neumann, que con frecuencia le ayudaban con algún consejo o unas monedas y le animaban en los pasillos del albergue.

      A raíz del rompimiento con Hanisch la vida de Hitler se vuelve a hundir prácticamente en el misterio durante casi dos años, para desconcierto de alguno de sus biógrafos. Hay muy pocas referencias, pero se sabe que en 1912 continuaba viviendo en el Albergue para Hombres del norte de la ciudad. También son contradictorias las referencias sobre su aspecto personal y sus amistades, especialmente las judías, pero de lo que no cabe duda es que continuó relacionado con ellos hasta que su repentino y rabioso antisemitismo se radicalizó y solidificó, probablemente Impulsado por la frecuente lectura de los apestosos pasquines y libelos


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