Sin ti no sé vivir. Angy Skay

Sin ti no sé vivir - Angy Skay


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      No me dejó terminar:

      —Se fue hace una hora aproximadamente. Ha dejado la habitación pagada. Cuando se marche, deme la tarjeta y listo. —Sonrió.

      —Ah…

      Me decepcionó, aunque a la vez me alegró. No quería ataduras, y menos después de haberme peleado con Joan. Necesitaba mi espacio, y no estaba dispuesta a que otro hombre lo ocupara.

      Salí de la habitación cuando terminé de recoger mis pertenencias. Antes de cerrar la puerta, miré por última vez el sitio donde había recibido orgasmos como para estar servida durante un tiempo. La única duda que me quedó fue si… volvería a verlo.

      Katrina

      Malditos tacones, maldito vestido y maldita la hora en la que me decidí a salir.

      Llegando a la discoteca, me llama Joan, mi marido.

      —¿Diga?

      —¿Por qué me dices «diga» si sabes perfectamente quién soy? —me pregunta con su particular tonito.

      —Es la costumbre, Joan.

      Joan y yo llevamos tres años juntos. En realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad; nada de niños, ni perros, ni cariño. Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache. Solo rezo para que lo superemos. Él no era de esta manera. Antes se comportaba de forma diferente, pero hace cosa de unos meses se torció. Y, encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.

      —Bueno, a lo que iba —continúa, ignorándome—. Mi hermano llega mañana. Le hemos preparado la fiesta que te comenté, así que no hagas planes.

      —¿Para eso me llamas? —le pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.

      —No, para eso y para saber a qué hora vendrás.

      —No lo sé. Enma, Ross y Dexter estarán esperándome. Aún no he hablado con ellos. Ya sabes que Dexter se va dentro de dos días a Australia, por lo que quiero aprovechar el tiempo que me queda con él.

      Me excuso sin saber por qué, ya que uno de mis mejores amigos se marcha por trabajo durante una larga temporada y será bastante difícil vernos.

      —Ah, sí…, el amiguito… Qué poco me gusta ese maricón.

      —Joan, no empieces. Y no le faltes al respeto, que es mi amigo —le recrimino enfadada.

      —Como si quiere ser tu primo. No me gusta. Seguro que lo hace porque quiere conseguir que las tías se acerquen a él.

      —Eso no le hace falta. No inventes cosas, Joan —le advierto.

      Y es cierto. Dexter es un hombre que emana erotismo por todos los poros de su piel. En demasiadas ocasiones he visto cómo las mujeres se deshacen por sus huesos. Es moreno, de pelo negro, mide un metro ochenta, y esos ojos verdes como prados solo lo hacen más atractivo. Por no hablar de su perfecto y duro cuerpo, machacado por dos horas diarias de gimnasio.

      Dejo de desvariar cuando Joan habla de nuevo:

      —No me invento nada. Y tú no lo defiendas. —Noto por su voz que se enfada. Suspiro fuertemente. Hace un ruido al teléfono que me da a entender que no le ha sentado bien—. Antes de las tres quiero que estés de vuelta, o te dejaré en la calle —me avisa, prosiguiendo con la conversación cuando no le contesto.

      Me río ante ese comentario. ¿Qué está diciendo? ¡Es absurdo!

      —¿No serás capaz? —le pregunto con gracia, pensando que es una de sus bromas.

      —¿Tengo que recordarte que el apartamento es mío? —me dice seriamente.

      —No —le contesto tímida.

      Me doy cuenta de que va en serio. No entiendo el motivo ni a qué ha venido eso, pero no me apetece discutir en mi noche de «chicas».

      —Pues ya sabes. Venga, adiós.

      —Te quiero…

      Pero el «Te quiero» se va junto con el pitido del teléfono al colgar.

      Raramente me dedica algún apelativo cariñoso, solo cuando le interesa algo; cosa que antes no tenía ni que pedir, ya que desde siempre había sido un chico cariñoso, detallista y atento.

      Decido dejar mis pensamientos a un lado y pasármelo bien, como así me propongo en cuanto salgo de mi casa. Llego a la puerta y me encuentro a los tres mirándome a la vez. Me señalan el reloj y levanto las manos a modo de disculpa.

      —Lo siento —me excuso cuando estoy frente a ellos.

      —¿Por qué llegas tarde siempre? —me pregunta Enma mientras resopla.

      —Es que…, por los pelos, no vengo… —Miro hacia el suelo.

      —Vaya, ¿y eso? —se interesa Ross.

      —¡¿Pues por qué va a ser?! ¡Por el cabrón de su marido! —contesta exasperado Dexter.

      —¡Dexter! —lo regaño—. No es un cabrón. Tiene su manera de ser y no le gusta que salga.

      —Ya, claro. No le gusta que salgas, no le gusta que tomes cafés con tus amigos, no le gusta que te pongas un vestido demasiado corto, no le gusta que tengas amigos; masculinos, he de apostillar. ¡No le gusta nada! ¿Cuánto tiempo llevamos así? ¡Desde que volviste con él! ¡Está absorbiéndote la vida!

      —No dramatices… Tiene su manera de ser, y también hay que entenderlo. Nadie es perfecto —lo defiendo.

      —Sabes que llevo razón —me agarra por los hombros y besa mi pelo—, pero te quiero igualmente.

      Le sonrío con cariño.

      —Yo también te quiero.

      Entramos en la discoteca, y pasan dos horas en las que no paramos de bailar y… beber. Como llegue pedo a casa, Joan va a enfadarse, y con razón. Él siempre dice que la bebida es para los alcohólicos y que una señora como yo no debería ir borracha como una cuba.

      —Hay un tío que no te quita ojo —me comenta Dexter.

      —¿Qué dices? —Me sonrojo más de la cuenta en décimas de segundo.

      —Sí, cariño, y… viene hacia aquí.

      Me pongo nerviosa y tiro la copa sobre la barra sin querer. Entre los nervios y lo achispada que voy, no doy pie con bola. Río a carcajadas como una idiota y mi amigo me sigue la corriente.

      El chico llega hasta nosotros y me sonríe.

      —Póngale otra —le dice al camarero.

      —Vaya, ¡gracias! —le contesto envalentonada.

      Me giro para mirar de nuevo a Dexter, que tampoco le quita el ojo de encima. El camarero me trae la copa y la deposita sobre la barra. La cojo y miro al tipo que tengo al lado. No es que sea un adonis, pero es atractivo. Aunque, pensándolo bien, ¿a mí qué me importa? Yo solo quiero a Joan.

      —Gracias. —Le sonrío tímidamente.

      —De nada, guapa —me contesta un tanto borracho.

      Noto cómo Dexter me agarra de la cintura de manera posesiva. El hombre que tengo frente a mí se fija en su agarre y pone las manos a modo de rendición.

      —No sabía que estaba contigo —se disculpa con Dexter.

      Mi amigo no le contesta; simplemente, asiente. Cuando el chico se va, me giro con rapidez para mirarlo.

      —¿Y esto? —le pregunto, señalando sus manos.

      —Iba como una


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