Sin ti no sé vivir. Angy Skay

Sin ti no sé vivir - Angy Skay


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mí. Oigo cómo respira entrecortadamente. Con un leve movimiento, roza su cara con mi espalda. Me gira y besa dulcemente mis labios.

      —Lo siento. No quiero ser tan brusco, pero…

      —Es tu forma de desahogarte, lo sé —termino la frase por él.

      —Sí.

      Sonrío de forma tímida y me abrazo a su cuerpo. Me corresponde durante un segundo y se separa de mí para coger mi cara con ambas manos.

      —Sabes que te adoro, que no puedo vivir sin ti, pero los celos me matan —se sincera—. Quiero que esto funcione, y no deseo perderte de nuevo, Katrina. Lo único que necesitamos es poner de nuestra parte los dos.

      —Siempre he estado dispuesta a hacerlo.

      —Pues entonces continuemos de esa manera —me comenta con dulzura. Pero sé de sobra que sus palabras encierran otro significado, algo que no tarda mucho en llegar—: Katrina… —Mira hacia la derecha, agazapando un poco su rostro en mi cuello—, no quiero que salgas por las noches si no es conmigo. No lo soporto.

      —Llevaba meses sin salir, ¡no exageres! —exclamo molesta.

      Suspira fuertemente. Cuando digo «meses», no me refiero a dos ni a tres, sino a ocho.

      —Piénsalo de la siguiente manera. —Me contempla con fijeza—. Imagina que yo saliera. ¿Cómo te sentirías?

      —Eso ya lo haces.

      —No. Yo salgo con gente de mi trabajo. Y por negocios, no por gusto.

      —Tus amigos son las personas que trabajan contigo, así que no me vengas con cuentos, Joan. —Me separo un poco de él.

      Sonríe de medio lado, se acerca y besa mis labios. Está intentado que lo acepte sin más. Sé que, por mucho que me resista, no servirá de nada, porque al final terminaré sucumbiendo a lo que me diga.

      —Mira, cuando salgas, yo saldré contigo. De esa manera, no tendremos por qué discutir ni tendré que ir como un marido capullo a buscarte porque me consumen los celos. ¿Qué te parece?

      —Tú nunca quieres salir conmigo. ¡Si no soportas a mis amigos! —reniego.

      —Por ti lo haré, de verdad. —Pone ojitos.

      Bajo esa mirada negra e hipnotizadora, no puedo hacer otra cosa que asentir como una tonta.

      —Venga, ven —extiende su mano—, vamos a la cama. Mañana tenemos una fiesta a mediodía.

      Ese detalle, que antes he pasado por alto, me viene a la mente.

      —Joan —lo llamo.

      —Dime.

      —El hermano que viene, es tu hermanastro realmente, ¿no? Creo recordar que eso me dijiste hace tiempo.

      —Sí —me contesta tajante.

      —¿Por qué nunca me hablas de él? No fue ni a tu boda.

      —Porque no me llevo bien con él. Y si esta fiesta se hace, es por mi padre. Mi madre no quiere tampoco. En realidad, no quiere ni verlo.

      —Pero ¿por qué?

      —Ya está bien de preguntas. Vamos a la cama, que estoy cansado —me corta, zanjando así la conversación, y tira de mi mano hacia la habitación.

      ¡Ag! Mañana conoceré al hermano desaparecido de Joan, del que nadie quiere hablar y al que nadie soporta. Algo un tanto extraño que intentaré averiguar cuando por fin lo conozca.

      —¿Que te ha dicho qué?

      —Pues eso, Enma, que no quiere que salga sin él. —Miro hacia el techo.

      —¿En serio? —me pregunta sin poder creérselo.

      —Y tan en serio.

      Coloco delante de mí un vestido negro de raso con escote de pico que está colgado en una percha. No tiene ningún adorno, y a simple vista se ve un poco soso. Lo aparto y pongo otro de color crema con purpurina en la parte derecha que hace una especie de estrella hasta la cintura. Tiene una sola manga y el otro hombro va completamente al descubierto.

      —¿Y vas a hacerle caso?

      —Ya le he dicho que sí —le contesto como si nada. Encuadro ambos vestidos frente al espejo y la miro—. ¿Cuál me pongo?

      —El crema es más bonito. Además, es mediodía. Y con este recogido que quieres hacerte —dice, señalándome la revista de moda—, estoy segura de que irás espectacular.

      Me pongo el vestido y termino de arreglarme mientras Enma me hace el recogido que hemos visto. Saco un pequeño adorno de la caja plateada que Joan me trajo el otro día. Casualmente, tiene toques de color crema, por lo tanto, ya no tengo nada más que pensar.

      —Entonces, ¿cada vez que salgamos lo tendremos pegado a nuestro trasero?

      —Más o menos.

      —¡Pues vaya! —Se la nota fastidiada.

      Nos quedamos en silencio durante unos segundos. Parece concentrada en su tarea, pero sé que en el fondo está pensando algo y no sabe cómo decírmelo. Por fin, me observa de reojo y habla:

      —Katrina, te lo pregunté cuando volviste con él, pero… ¿estás segura de querer seguir con esta relación?

      —Me casé con él en cuanto arreglamos lo nuestro. ¿Cómo me haces esa pregunta? —le digo enfadada.

      —No lo sé, simplemente veo que estás dejándote guiar por él. Haces todo lo que dice.

      —Eso no es cierto —niego.

      Pone mala cara y fija su vista en otro punto que no sea yo. No volvemos a sacar el tema en la hora siguiente.

      A la media hora, Joan entra en el apartamento, arreglado.

      —¿Dónde te has cambiado? —le pregunto sorprendida.

      —En el trabajo, ¿dónde si no?

      Enma me mira, pero enseguida quita sus ojos de mí para mirar hacia otro lado. No le gusta Joan, y sé que intenta evitarlo a toda costa. Creo que el amor es mutuo, porque cuando mi marido se fija en ella, no puede hacer otra cosa que mirarla con sumo desprecio.

      —Ah.

      —¿Ese es el vestido que vas a llevar? —Arquea una ceja.

      Avanza hasta el tocador y coge la otra caja, ahora de color negra; imagino que cualquier detalle para regalarles a sus hermanas.

      —Sí. ¿No te gusta?

      —¿Tienes más opciones? —ironiza.

      —Sí, este. —Levanto el vestido negro que he dejado colgado en la puerta del dormitorio.

      Asiente y me mira de arriba abajo.

      —Cámbiatelo. Te espero abajo. Cinco minutos —me advierte tajante.

      —Pero si este es muy bonito. Además, siempre voy de negro y…

      —Cámbiatelo —repite.

      Dejándome con la palabra en la boca, sale del apartamento. Tomo una gran bocanada de aire con la que consigo llenar mis pulmones. ¿Por qué demonios no le gusta mi vestido?

      —Yo creo que me voy. Ya sabes que no soy plato de buen gusto para tu marido.

      —Lo sé, y lo siento —me disculpo.

      —No te preocupes, no es culpa tuya. —Le sonrío. Antes de salir por la puerta, se gira y me mira—. Katrina, a esto me refería.

      Me señala mientras me cambio el vestido, tal y como me ha dicho. Observo mi cuerpo durante un segundo.


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