Sin ti no sé vivir. Angy Skay
a su bonita decoración de tumbonas.
—¡Esto es una chorrada! —exclama, y la extiende hacia atrás.
—¿Fumas? —le pregunto sin venir a cuento.
—Claro. Si no, ¿por qué crees que estoy aquí?
Me avergüenzo de nuevo por haber hecho esa absurda pregunta. Parece que estoy dando pie a la conversación que llevo todo el día intentando evitar.
—No lo sé —murmuro con un hilo de voz.
—No te preocupes, no he venido a joderte la vida —añade con seriedad.
—¿A mí? ¿Eso quiere decir que has venido a jodérsela a alguien?
Me observa detenidamente; me da la sensación de que está meditando su respuesta. Se queda callado durante lo que parece una eternidad, pero al final habla:
—¿Cuánto tiempo llevas con Joan?
—Cuatro años.
Asiente. Sé lo que está pensando. Miro el agua calmada de la piscina mientras le doy una calada a mi cigarro para intentar tranquilizarme.
—No es lo que piensas. No le he sido infiel. Nunca.
—No te he preguntado eso.
—Pero lo has pensado —ataco.
Sonríe de una manera tan... especial y bonita que un suspiro enorme sale de mi boca sin darme cuenta. Noto el rubor de nuevo en mis mejillas al momento. No entiendo por qué produce esas sensaciones en mí con solo mirarlo.
—¿Entonces?
Giro mi rostro y lo observo.
—¿Por qué te interesa tanto? —le pregunto, alzando una ceja.
—Simple curiosidad.
—Estuvimos seis meses separados, dejamos la relación, y después de..., bueno, de...
—De acostarte conmigo —termina por mí sin titubear.
Miro al frente. La situación está resultándome más incómoda de lo que pensaba en un principio. Ignoro la respuesta que me ha dado y continúo de forma tajante, zanjando así el tema:
—Volví con él y nos casamos al mes y medio.
—Os disteis prisa.
—Nos queremos, que no es lo mismo —lo corrijo.
—Ya veo.
Nos quedamos de nuevo en silencio durante un rato, hasta que el sonido de la voz de pito de Susan me saca de mi ensoñación:
—¿Qué hacéis aquí solos? —nos pregunta con malicia.
—Fumar —le contesta Kylian, enseñándole su cigarro.
—¿Y ella? Yo no veo que esté fumando. —Se cruza de brazos.
Esta mujer busca cualquier excusa. Paso de ser el centro de atención.
—Yo acabo de terminar y ya me iba. Puedes quedarte haciéndole compañía, Susan —añado con desgana.
—Sí, mejor será, porque tu marido anda buscándote. Como se entere de que estás aquí, va a enfadarse, y con razón.
Asiento, miro a Kylian por última vez y veo cómo me observa con atención hasta que desaparezco por la esquina de la casa.
Siento un cosquilleo en mi estómago según avanzo por la casa en busca de Joan. No entiendo la tranquilidad de Kylian al hablar sobre el tema, si es que a eso puede llamársele hablar.
—¿Dónde estabas? —me pregunta enfadado Joan cuando me ve.
—Fumando, te lo he dicho antes.
—Vámonos, mi padre ya me ha puesto de mal humor.
—¿Y eso?
—Se suponía que Kylian solo venía para tres días, y ahora resulta que va a quedarse más tiempo. Encima, tengo que cargar con él, enseñarle las cosas del negocio y hacer como que somos una familia. ¡Esto es el colmo! Como siga por este camino, va a matar a mi madre de un disgusto —espeta.
—No parece mala persona, Joan, no seas tan exagerado —comento mientras nos dirigimos hacia el coche.
—Eso es porque todavía no lo conoces bien.
Me subo al vehículo. Antes de desaparecer por la puerta, observo cómo Kylian nos mira fijamente desde la casa, sin perder detalle alguno. Menos mal que Joan no se da cuenta. El tiempo que esté aquí, estoy segura de que será infernal para esta familia. Excepto para el señor Johnson, quien, por lo que se ve, lo adora.
4
Por segunda vez consecutiva en la mañana recorremos la avenida de punta a punta. Los pies están matándome, hace un frío que es imposible seguir más tiempo dando vueltas y Enma está empezando a ponerme nerviosa, hasta el punto de querer arrancarle la melena.
—¡Uf! —bufa Ross por séptima vez.
—¿Uf? ¿Nada más? ¡Yo estoy a punto de matarla!
—Tranquilas, chicas. Como amigas que sois, tenéis que ayudarme —dice tan simpática como siempre—. Necesito ese conjunto, y tengo que conseguirlo.
—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién vas a enseñárselo? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.
Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No puedo creer que llevemos una mañana entera dando vueltas sin parar porque a la niña se le haya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.
—Se lo pondrá para limpiar el polvo en su casa —dice Ross enfadada.
—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —repone Enma con chulería.
—Entonces, cuéntanoslo y así podremos ayudarte —le pido desesperada en un último intento. No entiendo a qué viene tanto secretismo.
Suspira, pone los ojos en blanco y, lentamente, asiente.
—Está bien, ¿vamos a tomarnos un café?
—Odio el café. Mejor un chocolate calentito —sugiero.
—Bien, pues que sean tres chocolates —añade risueña, algo raro en ella.
Entramos en la primera cafetería que vemos y nos sentamos. Enma deja el montículo de bolsas que lleva en una de las sillas y entrelaza sus manos. Después de mirarnos a ambas, se aparta la melena rubia de la cara y nos observa con sus profundos e hipnotizadores ojos azules. Abre un poco sus finos labios rosados y se decide a hablar:
—Sé que no os lo he contado, pero... tengo un «amigo».
—¿Un amigo? —le preguntamos las dos a la vez.
—Sí, lo veo de vez en cuando y… Bueno, es complicado. —Se mira las uñas.
No sé por qué, pero me da la sensación de que para ella no es tan complicado; la manera, quizá, o el tono en el que lo cuenta.
—¿Y por qué lo es? —le pregunto sin entenderla.
Me mira con mala cara, resopla y se tumba un poco más en la silla. El camarero llega e interrumpe la conversación, por desgracia:
—¿Qué desean?
—¡Tres chocolates! —decimos Ross y yo demasiado alto.
El pobre sale disparado, ya que se ha dado cuenta de que acaba de interrumpir una conversación de mujeres. La instamos con la mirada a que nos lo cuente. Nos mira con cierto miedo, aunque en el fondo sé que es con cariño. Lo más seguro es que la situación por la que está pasando sea un tanto agobiante. Enma tiene un carácter algo extraño que solo unos pocos sabemos controlar.