Sin ti no sé vivir. Angy Skay

Sin ti no sé vivir - Angy Skay


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      —¿Paso a buscarte?

      —¡No! Mejor dime hora y sitio y nos vemos allí.

      —Está bien, dame tu teléfono.

      —¡Ja! ¡Ni lo sueñes!

      Me mira asombrado. Sin embargo, por la cara de pícaro que muestra, sé que oculta algo.

      —Entonces guárdate tú mi número.

      En ese momento, mi teléfono móvil vibra en mi bolso. Cuando lo saco, veo que tengo un wasap de un número desconocido.

      —¿Cómo has...?

      No me da tiempo a terminar la frase:

      —Tengo mis fuentes —me contesta, guiñándome un ojo.

      Se da la vuelta y desaparece, no sin antes girarse una vez más para volver a guiñarme y sonreír de esa manera que me hace perder la cabeza y que un maldito cosquilleo martirice mi bajo vientre.

      Después de llevar todo el día con las chicas de tienda en tienda, me desplomo en el sofá de cuero negro en cuanto entro por la puerta del apartamento. Pongo los pies encima de la mesa de cristal que tengo delante y me desabrocho los tres primeros botones de la camiseta. Cierro los ojos durante unos segundos, hasta que noto una presencia delante de mí. Los abro ligeramente y me encuentro a Joan con el ceño fruncido, sin camiseta.

      —Ya era hora, ¿no? —refunfuña.

      Sonrío provocativamente; no tengo ganas de discutir.

      —Ha sido una tarde de chicas —comento como si nada.

      —Ya veo.

      Se cruza de brazos, y sus enormes músculos sobresalen de tal manera que me hacen respirar entrecortadamente. Lleva puestos unos minúsculos pantalones de hacer deporte, y sé que ha estado haciendo ejercicio por el sudor de su torneado pecho. Repaso su cuerpo de arriba abajo y no puedo evitar sonreír. Es imposible tener queja de semejante hombre.

      —¿Qué te hace tanta gracia?

      No me molesto ni en sentarme bien. Cojo la gomilla de su pantalón elástico y tiro de él, lo que lo obliga a poner los brazos en el cabezal del sofá para no caer encima de mí. Su rostro queda a centímetros del mío.

      —Estoy sudado —añade roncamente.

      —¿Y?

      Rodeo con mis piernas su cintura y lo empujo hacia delante. Al pasar mi lengua por su cuello, veo cómo se le eriza el vello. Sonríe y se aparta un poco de mí. No separo mis piernas, y gruño un poco para que se dé cuenta de lo que quiero.

      —Ahora no, Katrina —dice sin más.

      Abro los ojos desmesuradamente.

      —¿Ahora no?

      —No, ahora no —me contesta tajante.

      Se incorpora, va hacia la cocina y se pone un vaso de agua sin mirarme siquiera. Pienso en lo que he podido hacer mal, pero no encuentro la excusa por la que me haya rechazado de esa manera. Me siento y lo observo. Pasa de nuevo por el amplio salón y se dirige hasta el dormitorio. Voy detrás de él para pedirle explicaciones. Cuando entro, me cruzo de brazos y lo contemplo enfadada. A los pocos minutos, parece que se da cuenta.

      —¿Se puede saber qué pasa? —le pregunto molesta.

      —Nada, simplemente que no me apetece. Es fácil de entender, ¿no? —Comienza a sacar ropa de vestir del armario.

      —No, no es fácil de entender. Por cierto, ¿te vas?

      —Sí.

      —¿No habíamos dicho que cenaríamos juntos esta noche? —Arqueo una ceja.

      —He quedado con los compañeros del trabajo. Tenemos que cerrar unos tratos.

      Miro mi reloj y me cabreo aún más.

      —¿A las diez de la noche?

      —Sí.

      El que esté tan tajante me pone enferma y no hace más que enervarme. No sé qué demonios le pasa, pero lleva unos meses que está para darle de hostias.

      —A ver si lo he entendido: me rechazas, ¿y ahora dices que te vas?

      —Chica lista.

      Lo observo boquiabierta. Esto es surrealista; a quien se lo cuente, no se lo cree. Pasa por mi lado y se encierra en el cuarto de baño. Voy detrás, pero antes de que me dé tiempo a abrir la puerta, echa el pestillo. Pero ¿qué…? Me siento en el taburete de la moderna cocina americana de color plata que tenemos y espero pacientemente. A los diez minutos, sale vestido de manera elegante y listo para marcharse. Su olor tan característico inunda mis fosas nasales, haciendo que me tambalee.

      —Joan…

      —Katrina… —me imita con cierta desgana.

      —¿Qué estás haciendo?

      —¿Acaso no es evidente? ¡Deja de hacer preguntas absurdas! —Resopla—. No me esperes, llegaré tarde. Y recuerda que mañana hemos quedado con mis padres y el imbécil de Kylian para comer. Así que te espero en mi casa a las doce.

      Ahora sí que tengo que sostenerme a la barra para no caerme.

      —¿No vienes hasta mañana? —le pregunto sorprendida.

      —No. ¿Es que hablo en otro idioma? —me responde molesto.

      Me levanto hecha un torrente de furia y me planto delante de él.

      —¡Quieres dejar de tratarme como si fuese idiota! —Lo señalo con un dedo.

      De un manotazo, me lo aparta y pega su frente a la mía.

      —No me señales, que es de mala educación. No creo que deba enseñarte modales a estas alturas, ¿no?

      Mis ojos echan chispas y a él parece darle igual. Lo observo atónita. Se da la vuelta y sale por la puerta sin decir ni media palabra más.

      —¡Joan! —chillo con todas mis fuerzas, pero es en vano, porque ya nadie me oye.

      Furiosa, decido rebelarme por todo lo alto y llamo a Dexter. En media hora lo tengo en mi casa con Ross, dispuestos a pegarnos la juerga del quince. Enma se encuentra mal y no ha podido venir, pero me ha pedido explícitamente que le cuente mañana, con todo detalle, qué ha pasado.

      —¿Y se ha ido sin más? —me pregunta Dexter, todavía asombrado.

      —Sí, ni me ha dirigido la palabra cuando ha salido por la puerta —le contesto molesta mientras le doy tirones a mi largo pelo para conseguir peinarlo en condiciones.

      —¡Trae, trae! —Ross me quita el cepillo—. Vas a arrancarte hasta el último pelo.

      Me desespero y comienzo a llorar como una niña pequeña. Siempre termino llorando.

      —¡Es que no sé qué demonios quiere! Le di la oportunidad de volver y que pudiéramos arreglar las cosas. Y todo iba bien, hasta hace unos meses, que está hecho un completo ¡gilipollas! ¡¡Ya no sé qué más hacer!!

      La rabia me atraviesa por completo. Tiro otro cepillo que hay en el mueble con demasiada fuerza contra el cristal del baño, haciéndolo añicos.

      —¡Eh! Katrina, cálmate —me pide Ross mientras me abraza.

      —No sé qué más hacer… —Sollozo.

      Dexter, que se ha mantenido callado, se acerca a mí y coge mi cara con ambas manos. No sé cómo no está enfadado. No lo he llamado desde el día que me fui y lo dejé en el pub, después de haberse peleado con Joan.

      —Dale un escarmiento a ese cabrón, y si no, déjalo. Sabes que mañana tengo que marcharme, pero si me necesitas, o incluso si quieres venirte unos días conmigo, nos apañaremos.


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